Ofelia
Sosa
Recuerdos nítidos y cálidos. Pasajes de una
vida.
Rosario, año 1961.
Papá me regaló mi primer libro de fantasías,
que también fue mi libro de cabecera.
Tenía 8 años. Buena niña, buena alumna y buena
lectora.
Yo era la más chica de tres hermanas y de tanto
escucharlas repetir sus lecciones, aprendí a leer y escribir a los cinco años.
Por ende, fui a Primero Inicial de oyente, como se decía antes.
Veía a papá leer en sus momentos de ocio sus
libros de historia y a Corín Tellado.
Me sentaba a su lado y leía con total disfrute
mi libro favorito: “Peter Pan”, el niño que podía volar y no crecía. Tenía a su
amiga Wendy, a los niños perdidos, al hada Campanita y, por supuesto, también
tenía un enemigo, el pirata Capitán Garfio, todos en el País de Nunca Jamás.
Sus anécdotas hacían que me involucrara hasta
sentirme parte de sus historias.
Después, mi relación con la biblioteca escolar
se hizo más asidua, haciendo que sacara un libro por día. Hasta que un día la
bibliotecaria me pidió que le contara el libro que devolvía, ya que no creía
que pudiera leer tanto y tan rápido. Fue así como, convencida, me siguió
entregando día a día los libros que le pedía.
Se fueron sumando “Juvenilia”, “Corazón”, “Cuentos
de la selva”, “La Ilíada”, “La Odisea”, etcétera.
De esa forma, tanto yo como mis pares, nos
acercábamos a las bibliotecas como un lugar más, creado para nuestra comodidad,
ya que las bibliotecarias estaban siempre presentes para aconsejarnos y
acelerar nuestras búsquedas.
Después, de grande, entre estudio y trabajo,
libros que nos enriquecían.
Recuerdo que en aquél momento, año 1979 con 26
años, recibía en mi escritorio al señor Esteban, vendedor del “Círculo de
Lectores”, al que me había asociado para poder seguir leyendo, ya que no tenía
tiempo para ir a comprar un libro.
Después de años, ya con hijos grandes, volví a
mis queridos libros; y fue en el Taller Literario de la Biblioteca Argentina ,
con la profesora Patricia Gualino, que comencé a escribir. Años creciendo en
este espacio que abriga en momentos buenos y malos.
Vocablos envolventes que penetran y enriquecen.
Me seduce la palabra, por eso la leo y la
escribo.
Gracias papá, gracias escuela y gracias docentes.