martes, 16 de agosto de 2016

Reincidente

Marta Susana Elfman

Por un tiempo no se volvió hablar del auto, quedó como un recuerdo, algo triste y amargo.
Pero don José; (o sea, mi papá), volvió a las andadas, buscando un auto para comprar; pero como no era hombre de preguntar a alguien con conocimiento en el tema, siguió por su cuenta.
Al fin encontró algo y sin decir nada más lo compró; obvio que mamá y yo nos enteramos cuando ya estaba estacionado frente a nuestra puerta.
Cuando lo vimos, mi primer pensamiento fue “¿arrancará?”, pero no emití palabra alguna.
Era un Chevrolet modelo 51, de color negro, grande y de buen diseño. A este no hubo que lavarlo, brillaba por donde se lo mirara.
Según la historia, su anterior dueño era un médico de nuestra ciudad; por lo tanto, ante cualquier inconveniente había alguien a quien reclamar. Según escuche fue un modelo que había ingresado al país en su momento por el entonces presidente Perón, para ser usado como taxi.
Este fue comprado por su anterior dueño, cero kilómetro y lo había cuidado con esmero. En su último tiempo estaba guardado en su garaje, ya que dada su edad el hombre no manejaba.
El tapizado estaba esta impecable y también todo su interior. Sus asientos eran enteros, sin divisiones por lo que era muy espacioso. En la parte delantera cabían tres personas cómodamente sentadas, ya que los cambios estaban en el volante; y atrás, había lugar para cuatro. Entre el asiento delantero y la parte de atrás había un gran espacio y les aseguro que entraba un banquito para sentar a alguien más.
Su tamaño me había impresionado, nada que ver con el anterior, por lo tanto lo bautice “El Poderoso”, pues entraba la familia, invitados anque el cane.
Papá nos invitó a dar nuestro primer paseo, así que nos cambiamos para tal evento y subimos.
Por supuesto, me senté atrás y en ese momento sentí su real dimensión, pues me sobraba mucho espacio.
Sin hacer comentario alguno, cuando papá arrancó, mi corazón latía al compás del motor. Recorrimos el parque Independencia, el Monumento a la Bandera, todo el puerto y luego, como era de rigor, fuimos a las casas de cada de una de mis tías para mostrarles la nueva adquisición.
Cuando volvimos a casa, recién pude hablar y hacer mil preguntas.
Por supuesto, nuestro querido “Poderoso” compartió gran parte de nuestra vida. Era el orgullo de mi papá.
Claro que llego el momento en que había que cambiarlo por algo más moderno. Despedirnos de nuestro fiel “Poderoso” fue duro y triste. Nos había acompañado varios años y nunca nos dejó a pie.
A partir de ahí, hubo otros cambios, no fue igual, solo eran eso, nada más que un auto.

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