Marta Susana Elfman
Pero don José; (o sea, mi papá),
volvió a las andadas, buscando un auto para comprar; pero como no era hombre de
preguntar a alguien con conocimiento en el tema, siguió por su cuenta.
Al fin encontró algo y sin decir
nada más lo compró; obvio que mamá y yo nos enteramos cuando ya estaba
estacionado frente a nuestra puerta.
Cuando lo vimos, mi primer
pensamiento fue “¿arrancará?”, pero no emití palabra alguna.
Era un Chevrolet modelo 51, de
color negro, grande y de buen diseño. A este no hubo que lavarlo, brillaba por
donde se lo mirara.
Según la historia, su anterior
dueño era un médico de nuestra ciudad; por lo tanto, ante cualquier
inconveniente había alguien a quien reclamar. Según escuche fue un modelo que
había ingresado al país en su momento por el entonces presidente Perón, para
ser usado como taxi.
Este fue comprado por su anterior
dueño, cero kilómetro y lo había cuidado con esmero. En su último tiempo estaba
guardado en su garaje, ya que dada su edad el hombre no manejaba.
El tapizado estaba esta impecable y
también todo su interior. Sus asientos eran enteros, sin divisiones por lo que
era muy espacioso. En la parte delantera cabían tres personas cómodamente
sentadas, ya que los cambios estaban en el volante; y atrás, había lugar para
cuatro. Entre el asiento delantero y la parte de atrás había un gran espacio y
les aseguro que entraba un banquito para sentar a alguien más.
Su tamaño me había impresionado,
nada que ver con el anterior, por lo tanto lo bautice “El Poderoso”, pues
entraba la familia, invitados anque el
cane.
Papá nos invitó a dar nuestro
primer paseo, así que nos cambiamos para tal evento y subimos.
Por supuesto, me senté atrás y en
ese momento sentí su real dimensión, pues me sobraba mucho espacio.
Sin hacer comentario alguno, cuando
papá arrancó, mi corazón latía al compás del motor. Recorrimos el parque
Independencia, el Monumento a la Bandera, todo el puerto y luego, como era de
rigor, fuimos a las casas de cada de una de mis tías para mostrarles la nueva
adquisición.
Cuando volvimos a casa, recién pude
hablar y hacer mil preguntas.
Por supuesto, nuestro querido
“Poderoso” compartió gran parte de nuestra vida. Era el orgullo de mi papá.
Claro que llego el momento en que
había que cambiarlo por algo más moderno. Despedirnos de nuestro fiel
“Poderoso” fue duro y triste. Nos había acompañado varios años y nunca nos dejó
a pie.
A
partir de ahí, hubo otros cambios, no fue igual, solo eran eso, nada más que un
auto.
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