Guillermo Pochettino
En
Grecia antigua una de las penas más graves que podía sufrir un ciudadano era el
ostracismo, al que podemos equiparar de alguna manera con el exilio de nuestros
días. En Grecia era una decisión votada en asamblea y por un tiempo
determinado; no se perdían los derechos como ciudadanos y podía ser revisada
por esa misma asamblea.
En
nuestros días el mismo puede ser voluntario o, como en la última dictadura que
sufrimos, como una posibilidad de ser excarcelado con la condición de vivir en
otro país. Si bien podemos por algunas de sus consecuencias asimilar emigración,
por ejemplo por motivos económicos, con exilio, este tiene como causa principal
ser fruto de una persecución originada en el pensamiento político, en la acción
social y o gremial, pero básicamente de una contradicción profunda con el poder
político en un momento determinado.
Nuestra
historia política presenta numerosos momentos en los cuales grupos sociales o
individuos han requerido hacer uso de esta acción a fin de salvar sus vidas, la
cárcel, la tortura, la persecución y el marginamiento de la sociedad. En
general es una situación extrema tomada muchas veces en contra de la propia
voluntad pero obligadas incluso por la presión de la familia que prefiere la
lejanía de su ser querido a su sufrimiento.
Conocemos
el exilio de figuras emblemáticas de nuestra historia como Sarmiento, San
Martín, Rosas o Perón, pero son miles los desconocidos que en distintas épocas
optaron por sí u obligadas a cruzar la frontera y radicarse en lugares lejanos,
algunos en los que eran bien recibidos y otros en donde eran hostilizados. Las
dificultades que afrontaron todos en esos destinos fueron múltiples desde
aspectos económicos, de idiosincrasia, psicológicos, anímicos y demás.
Ellas
se incrementan cuando el sujeto no puede interpretar correctamente el porqué de
ese extrañamiento; vale decir, cuando no está en su imaginario la posibilidad
de emigrar. En un primer momento la válvula de escape que significa estar lejos
del poder persecutorio tranquiliza y supera al dolor de alejarse de las
personas que ama, de los lugares en que era reconocido como tal, de su ambición
de crecer profesionalmente en su ámbito. Pasado un tiempo, cuando se naturaliza
el andar por las calles, sin miedo a ser perseguido, asoman los interrogantes,
abruman las ausencias, se toma conciencia de estar lejos de actos comunes como
fiestas familiares, encuentros con amigos, el bar que se concurría
habitualmente, la discusión futbolera de un lunes cualquiera, el caminar las
calles que se transitó una y mil veces, los aromas.
Ah,
los aromas, recién cuando se vuelve pueden recuperarse.
Por
lo anterior, el comenzar a sentirse “bien” lejos de la Patria, es estar
convencido de que los principios, la acción, el compromiso con la idea que lo
colocó en contradicción con un poder que lo superaba, tenía sentido. Ello es
primordial para no sentir culpas, porque su presente es duro y debe poner todas
sus fuerzas para superarlo. Si reniega de su pasado, todo será difícil puesto
que es ahora un extranjero. Implica el deber de reflexionar sobre su situación
anterior, pero debe enfrentar una nueva realidad que no es fácil ni regalada.
Muy probablemente deba aprender el nuevo idioma que se practique en ese su
nuevo país, aunque prevea que va a ser por poco tiempo. Conocer las costumbres,
los alimentos más comunes que difieren de los que consumía. Deberá, aun siendo
un profesional liberal, encomendar gran parte de su tiempo a buscar trabajo,
revalidar un título; si está con su familia, la escuela para sus hijos, y cómo
solucionar la cuestión de salud y vivienda. Si en situaciones normales las
desavenencias con tu pareja son posibles, en un lugar que no es el tuyo (o que
aún no es el tuyo) se potencian. También, por el contrario, cuando hay una
relación fuerte es el palenque donde rascarse.
Y
además… convencer a los que se quedaron, que llegaron a un mundo maravilloso y
que se siente muy bien.
El
tiempo de adaptación a esa nueva realidad es variable; pero en algún momento,
cuando se han superado algunos de esos obstáculos, surge la imperiosa necesidad
de volver a tomar contacto con aquello que forma parte de sí aunque esté a
miles de kilómetros y la búsqueda de información se transforma en ansiedad:
¿qué será de Juan, Pedro o María? ¿Cómo va la economía, cuanto durarán estos
sátrapas? (uno no dice estas palabras en realidad). Y llega la noticia de la
muerte de la abuela como un golpe indeseado, pero factible por los años de la
Vieja; pero que no se puede aceptar ¡y uno tan lejos!
El
exilio puede ser fuente poderosa para revalidar los valores. Y también el
espacio para rectificarlos. Pueden pasar meses o años para responderse una
pregunta que encierra el secreto de la partida. ¿Fue razón o cobardía? Quien la
responda con sinceridad, cualquiera fuese ella, seguramente vivirá la
experiencia como una más que lo fortalecerá como ser humano. Experiencia única
que no es ni mejor ni peor que otras.
La
mía, la nuestra porque me exilié junto a mi compañera, se inició en abril de
1977 y culminó en abril de 1983. Siete años en diversos países, Brasil, Suecia
y Costa Rica. Difíciles los primeros cuando al llegar a Brasil (con una mano
adelante y otra atrás), caímos en la cuenta de que para trabajar era preciso
tener un permiso de trabajo; y si no, hacerlo en la ilegalidad. Que aún allí la
represión argentina estaba presente (plan Cóndor) y que el consulado nos negaba
los pasaportes, lo cual hacía más irregular nuestra estadía allí. Pero, por el
contrario, nos brindó la oportunidad de recibir la solidaridad de compatriotas
y de quienes no lo eran. Personas extraordinarias, que aún son nuestros amigos
a pesar de que vivan a miles de kilómetros, que nos abrieron las puertas de sus
hogares y de oportunidades laborales.
Casi
un año de estar viviendo en San Pablo (una ciudad horrible; pero que ahora
quiero como propia) nos enteramos que había una entidad dependiente de Naciones
Unidas, ACNUR, que entendía sobre la cuestión de refugiados políticos y que fue
el canal que nos llevó a Suecia.
La experiencia de vivir en Suecia, una
sociedad si bien capitalista, con un estado y una organización tal que permite
a la sociedad tener pisos y techos no demasiado pronunciados, me refiero a las
diferencias entre clases o sectores de clase. Soportamos inviernos de 25° bajo
cero y en los departamentos vivíamos en camiseta. Gozamos de unos veranos donde
el color volvía a darle sentido a la vida alejándonos de los grises y las
oscuridades de gran parte del año. Como extranjeros nuestro destino laboral
era… limpiar escuelas y guarderías. Y lo hicimos como el mejor de los trabajos
sabiendo que ello era una prueba distinta que el destino nos ponía en el
camino. Luego, los años en Costa Rica que nos permitieron conocer otro país,
con bellezas naturales extraordinarias y una seguridad social de primer nivel
para lo que es un país latinoamericano. La vuelta a Brasil cuando ya se
insinuaba, luego del desastre de Malvinas, la vuelta a la democracia y esperar
allí que nuestra familia nos asegurara que no habría problemas para nuestro
retorno.
Por
suerte, por convicciones, pudimos responder aquella pregunta y no tuvimos que
arrepentirnos de habernos exiliado o que nos hayan exiliado. Salimos indemnes
en nuestros principios y creencias, aunque no iguales. Las experiencias nos
sirven no para repetirnos sino para comprendernos mejor en nuestros méritos y
también en nuestras falencias. Ojalá nunca más deba atravesar un exilio, porque
ello significaría que vivo en democracia y que aunque disienta en muchos
aspectos no seré perseguido.