Haydee Sessarego
El cine nunca es arte. Es un trabajo de artesanía de
primer orden a veces, de segundo o tercero las más.
Luchino Visconti
Apenas comenzado el
encuentro de este año, pensé en que quería escribir acerca de cines y algunos
filmes que marcaron mi infancia y un poco o bastante más.
Este relato se sitúa en
Rosario y entre los años 1956, buena parte de los 70 y alguito de los tempranos 80.
De las cerca de sesenta
salas que existieron desde la década del 30 o antes, solo un par sobreviven
hasta la actualidad.
Algunos de mis primeros
recuerdos se vinculan al famoso “Heraldo” (sito en San Martín entre Rioja y
Córdoba), que se especializaba en dibujos animados, previa vista de noticieros
nacionales (“Sucesos Argentinos”), internacionales(“Ufa”, el alemán) y
documentales. ¡Cuánta belleza e inocencia vivida en ese cine!
Otro que ha quedado
grabado en mis retinas es el cine “Córdoba”, situado donde hoy se erige la
Galería “La Favorita”, al lado de la tienda que llevó ese nombre por décadas;
es decir, calle Córdoba entre Sarmiento y Mitre. En dicha sala vi acompañada
por mis padres y hermanos “Cinco monedas en la fuente”. Me conmovió más aún que
cuando la escuché por radio en el “Radioteatro Lux”, imaginando cada escena y
atenta a cada parlamento, como todas las películas que se grababan en
castellano para las noches de sábado y para toda la familia. Esa nena que tanto
impactó en mi psique infantil estaba afectada por la maldita polio. Tendría
seis años o menos aún. El film, con género de comedia musical y el jazz como
música principal fue rodado en principios de 1959, protagonizado por Dany Kaye,
el gran músico Louis Amstrong y Bárbara Bel Geddes.
También recuerdo en el 56
una película que creo que se llamó “Después del silencio”. El argumento versaba
sobre la famosa división de esos tiempos, entre peronismo y antiperonismo. Jamás
olvidaré que se mostraban torturas con picana eléctrica y un protagonista
envuelto luego en vendas por las quemaduras, situación que provocó un terror
que nunca superé hacia todo lo que fuese infligir sufrimiento a seres vivos.
Esa noche tuve pesadillas que pudo calmar la voz tranquilizadora de papá, al
que llamé a puro grito y llanto. Detesté que mi madre nos haya llevado a presenciarla
a los tres hermanos, se los reproché a ambos padres, ya de grandecita. Lo único
que a la salida logró calmar mi angustia solo por un ratito, fue ir luego del
cine al bar “25 de Mayo”. ¡Comimos “Carlito” con Bidú! También maníes con
cáscaras, que tapizaban el piso de ese bar situado en la ochava noreste de
Córdoba y Dorrego.
Entre las primeras
películas a las que recuerdo que me dejaron ir con amiguitas, solas, sin
adultos, fue: “Trapecio” con Burt Lancaster , Gina Lolobrigida y Tony Curtis.
La vimos en el cine “Luxor”, que quedaba en Urquiza al 4500, en la ochava
sudeste. Nuestros padres nos dieron barritas de chocolate para taza de las marcas
“Nestlé” y “Águila”; y a quiénes les gustaba las acompañaban con pan. Sí, pan y
chocolate. Fue toda una aventura, allá por los 56, 57, ya que había que ir por
calle Tucumán hacia el oeste y pasar el “puente Lima”, que tanto conocíamos y
queríamos los de “Barrio Jardín”.
Aquí va otra de esas
salidas permitidas al cine por la tarde, solas. Creo que fue en 1961. Esa vez
fuimos mi amiga y vecina Graciela y mi hermana Adriana al cine “Radar”, el
segundo en número de plateas de Rosario, que se encontraba en Córdoba entre
Sarmiento y Mitre, a ver la “cinta”, como decían las personas muy mayores,
titulada “Cimarrón”. Su protagonista era Rod Hudson por quien las chicas y
mujeres suspirábamos embelesadas. El título dice mucho del argumento de esa
película de caballos, cowboys e
indios.
Aconteció que al llegar al cine no había lugar
para esa función. Llamamos a ambos domicilios por teléfono público sin
respuesta, ¡no había nadie en nuestras casas y las monedas no nos alcanzaban
para más llamadas! ¿El motivo? Avisar que nos quedábamos hasta la próxima
función. En ese entretiempo paseamos por la calle Córdoba, que todavía no era
peatonal. Nunca imaginamos que era tan larga la película, cuestión que luego de
abordar el único colectivo que nos llevaba, el 225, aparecimos en nuestros
hogares a eso de las 22 de un domingo. Es de imaginarse que recibimos un gran
reto.
Otras de esas
incursiones sin mayores eran hacia el cine “Victoria”, que se encontraba en
Cafferatta al 300 a una cuadra de la famosa tienda “La Buena Vista”.
Acompañando a mamá,
entre muchas salidas del estilo, me acuerdo del cine “Rose Marie” en calle
Entre Ríos entre Mendoza y 3 de febrero, donde se proyectaban filmes españoles.
Allí, vimos “La Violetera” y “Marcelino Pan y Vino”. Reconozco que no eran las
que más me gustaban.
También entra en esta
reseña el estreno de la película animada de Disney “La Dama y el Vagabundo” a
la que concurrimos mi hermano Charlie “nominado” en esa oportunidad para llevar
a sus dos hermanas menores al “Broadway”(San Lorenzo entre Entre Ríos y Mitre,
actualmente devenido en teatro). Ese dibujo animado fue un antes y un después
en la filmografía de Walt, ya que dejó de lado los cuentos infantiles bastantes
crueles y contó una historia muy tierna y con dibujos de vanguardia.
Inmenso cariño despertó en mí “Polyana” de la
que previamente había leído todos los libros pertenecientes a la colección “Billiken”.
La pasaron en el “Palace” en Córdoba casi esquina Corrientes, donde hoy se levanta
el comercio “Sports 78” y queda solo el arco de entrada al cine. Concurrimos
con muchas ganas Adriana, mi hermana y yo, y salimos encantadas y emocionadas.
Entre muchas otras
películas en el “Alvear” vimos “Ben-Hur”, con Charlton Heston como protagonista,
y fue deslumbrante para esos tiempos por su despliegue en escenografía. Hubo varias
más en el “Echesortu” cercano a la casa de mi abuela María y al que íbamos
junto a mi prima Cristina, dos años mayor que yo, y ¡su novio! Ambos tenía
trece añitos.
La lista podría llegar
a saturar por lo que me parece más interesante mencionar algunas salas más, junto
con filmes que hicieron época.
En mi memoria aparecen
ya en los tempranos 70, el “Imperial” (Corrientes al 400), donde los miércoles
proyectaban películas con directores de culto como Bergman, Fellini, Visconti,
De Sica, Vittorio Gassman, Bertolucci, Manfedi, Trintignan, Roger Vadim,
Truffau, Eisentein, Zefirelli, Costeau, Polansky, Costa Gravas, Jean Luc
Godart, Renais, Fasbinder, por solo nombrar algunos, sin omitir por ejemplo al
gran británico Charles Chaplin y varios estadounidenses. Como argentinos,
destaco a Leonardo Favio, Hector Olivera, Sergio Renán, entre otros muy
valiosos.
Un filme que sin dudas
fue inolvidable por su calidad y taquilla fue “El Padrino”. La primera de la
zaga tuvo a Marlon Brando como protagonista y una cortina musical inolvidable.
Jamás hicimos una cola tan larga en el cine de mayor capacidad de espectadores,
tres mil, de nuestra ciudad, el “Gran Rex”, en San Martín entre San Juan y
Mendoza. Esa enorme fila tenía una longitud de al menos tres cuadras. Concurrimos
dos parejas que terminamos sentados en el tercer piso y de costado como la
única ubicación que quedaba libre. Hoy es un templo de pastores evangelistas
como otros tantos.
Siento que necesario
nombrar películas y cines que rememoro con inmensa nostalgia: en el ya
mencionado “Imperial”, “Amarcord” (Fellini), que no hay evento vinculado al
séptimo arte que no lleve como cortina el tema musical del filme, "Edipo
Rey” en la misma sala, destacada por lo osado de la temática y la versión de su
director, Pierre Paolo Passolini. Otras salas que cayeron bajo la piqueta
enloquecida de la modernidad fueron: “Alvear”, hoy distribuidora de diarios y
revistas “Taletti”; “Astral”, Rioja entre Maipú y San Martín; ”Bristol”, Maipú
al 1100; “Empire” Corrientes al 800; y “El Nilo” Sarmiento al 1300, en cuya
sala presenciamos, entre otras, la prohibidísima película sueca “Adorado John”.
Otro era el nunca
olvidado “Arteón”en Sarmiento al 700, que para regocijo de muchos aún funciona
como en su origen: cine-arte-debate. “El Cairo”, en Santa Fe entre Sarmiento y
Mitre, que perdura a la trituradora y donde recuerdo haber disfrutado de
memorables películas como “Cinema Paradiso”, “El Cartero”, “Splendor”; todas
las de Scola y Tornatore, las del “destape español” en los ’80, entre muchas
más. La lista resultaría muy larga y mi memoria me suele ser esquiva ante tanto
dato preciso. Sobrevive, además, el “Monumental” que fue reconvertido en
complejo de cuatro salas en la esquina de San Juan y San Martín.
El cine tenía además
otros atractivos: encontrarse con el chico o chicaa que nos gustaba, ir con
amigos, disfrutar de la peli y ¡llamar
al bombonero para saborear maní con chocolate, chocolates y golosinas varias o
el famoso palito o bombón helado de Noel o Laponia! Era un gustazo que, no
siempre nos podíamos dar, porque los precios en la sala eran onerosos, por lo
que cuando lo lográbamos lo valorábamos mucho.
Imposible no sentir ese
olorcito tan típico que sabían a tapizados de butacas, alfombras, mezcladas con
aroma a chocolate de las golosinas vendidas en el hall y dentro de las salas; y,
para rematar, cuando salíamos el praliné recién hechito perfumaba la vereda. ¡ Cómo
molestaba y me molesta hasta hoy el ruido de, por ejemplo, el papel celofán de
los caramelos. Y los sonidos de butacas al sentarse cada espectador, las luces
que comenzaban a empalidecer. Por fin la música de las primeras propagandas y
la de cada productora de películas.
Cada estudio tenía en Rosario sus representantes
en calle San Luis al 800, frente a la Alianza Francesa a la que le
correspondían una cadena de varias salas, por las que pasaban las películas
desde su estreno hasta su bajada de cartelera y el costo de las entradas según
las mismas se iba abaratando.
Más aquí en el tiempo en
los ochenta, ochenta y pico llevaba a mis hijos al cine que funcionó los
domingos en el Colegio de Escribanos (Córdoba entre Dorrego e Italia) con
equipos de 16 milímetros, como también al del colegio “San José”, que
funcionaba en el colegio del mismo nombre; es decir, en Presidente Roca y
Salta.
Para mí y mis dos hijas
mujeres fue de “religión” asistir el domingo previo a las vacaciones de
invierno al estreno de Disney que se proyectaba en ese receso. ¡Nos encantaba
ese programa invernal!
Como verdadero crimen
es para destacar que muchas salas fueron obras arquitectónicas con estilos muy
bellos, que se debieron preservar como patrimonio histórico de nuestra ciudad.
De más está decir que
solamente un par de cines poseían aire acondicionado y calefacción según la
estación. ¿Si pasábamos calorones y fríos? Sí, pero nada nos detenía. En
invierno estábamos súper abrigados y en verano nos ubicábamos cerca de los
ventiladores laterales inmensos y usábamos los programas impresos en papel o
una pantallita para darnos aire.
Tampoco quiero obviar
los cines de barrios. Cada barrio tuvo sus salas que le daba la impronta propia
de tiempos pretéritos: en la zona norte el “Alberdi”, el “Borneo”, el “Ocean”,
“Carrasco”, “Perpetuo Socorro” y “Lumiere” como los que perduraron hasta
tiempos más cercanos a mi vida. En zona oeste: “Luxor”, “Victoria”, “Echesortu”,
“Mendoza” y “Godoy”. En la zona sur se destacaron el “América”, “Astoria”,
“Diana” y “Tiro Suizo”. De ellos solo perdura, en algunos casos, el letrero con
el nombre impreso sobre fachadas que son de otros rubros o en el mejor de los
casos un retazo exterior de lo que fueron.
Ir al cine significaba
un programón que decía mucho de
décadas ya pasadas. Hoy sigue siendo un bello programa, pero en un contexto muy
diferente. Se construyeron complejos en los diferentes shoppings y solamente
perviven como salas independientes: “Arteón”, “El Cairo” y El “Lumiere” en
Arroyito, que depende de la Secretaría de Cultura de la Municipalidad.
De las cerca de sesenta salas que se
construyeron desde los 30 y más adelante solo perviven apenas más de un par. En
mayor número las terminaron como templos evangélicos, comercios estilo
supermercados, cocheras o edificios.
Mis cines son un
recuerdo colmados de memoria, remembranzas y mucha nostalgia por los tiempos
idos, pero sin desvalorizar ni desconocer los nuevos formatos para saborear las
producciones que día a día nos brindan las nuevas plataformas. Aquí, en mi caso,
aplico el siempre recordado principio químico: “nada se pierde, todo se
transforma”. Sí, los edificios ya no existen, pero el alma del cine la podemos
recrear en diferentes “envases”, que nos ofrece de modo gratuito internet.
No olvidemos lo que
vivimos en esos sitios plenos de vidas de fantasía y público real, pero sepamos
que no derrotaron el contenido, eso ¡vale oro!