Haydee Sessarego
En 2012 recibo un mensaje privado en Facebook en el
que una chica joven me comunicaba con mucho entusiasmo, que éramos primas en
segundo grado.
Miro su foto de perfil y le respondo que podía ser
mi hija menor, a la sazón de la misma edad de la mía, en esos años.
Anita, así se llama mi prima, me relata acerca de
nuestro parentesco. Ahí comienzo a entender y entonces paso a relatarles un
retazo de mis orígenes sessareguianos.
Desde que tuve uso de razón escuché hablar dentro de
la familia de mi abuelo paterno: Juan Constate Sessarego, nacido en Nervi,
Italia. Mi abuelo Juan falleció cuando yo tenía un año. Solo me quedaron de él
fotos y relatos que transmitieron mi abuela, su esposa, y los demás miembros de
la familia como mis padres y tíos.
Pero vuelvo a la historia que les quiero contar. Mis
bisabuelos Francesco y su mujer Madalena Costa se embarcaron en el puerto de
Génova, cercano a su ciudad natal, Bogliasco, comuna de Nervi, con rumbo a la Argentina
a finales del siglo XIX. Repletos de baúles y enceres, traían consigo al menos
a tres de ocho hijos que quedaron vivos hasta la adultez. Con honestidad no
recuerdo cuántos hijos en total gestaron esos bisabuelos. Por la documentación
que poseo, sé que una hermanita de mi abuelo, apodada Constanza, no llegó a la
adultez ya que en los registros de entrada a la Argentina está escrito su
nombre, creo que debajo del de mi abuelo, que era el mayor y jamás la nombraron
como una tía de mi padre.
Previamente al contacto con Anita, en 2009 recibí un
mensaje privado por Facebook y mediante email de Luca Sessarego, un joven de
menos de 30 años en ese entonces. Convocaba a reunirnos a todos los “Sessarego nel
mondo” en junio de 2011 en Bogliasco-Sessarego. Sí, en el pueblito de montaña
mirando al mar donde se originó mi apellido paterno. Fue imposible viajar en ese
momento por diversas causas.
Al comenzar a chatear con Anita, me explica que su
abuelo Ítalo era un hermano mucho menor de mi abuelo Juan. Su padre Carlos era
primo hermano de mi papá de igual modo, 20 años menor que el mío y que vivían
en General Pacheco. No podría explicar con justas palabras la emoción y asombro
que esta noticia provocó en mí. Ni en mis más remotos sueños hubiese pensado
que había primos de papá vivos. Ni hablar del modo requete feliz con que inmediatamente se lo comuniqué a mi familia y
especialmente a mis hermanos.
No termina aquí. Anita me cuenta que también tenemos
otros dos tíos abuelos en segundo grado, hermanos entre sí, en la provincia de
Córdoba, Marta en Córdoba capital y Roberto en Villa María.
Al llegar a nuestro país, Francesco se instaló junto
a su familia en Bahía Blanca, ciudad tan portuaria como su querida Génova.
¿Cómo fueron a parar a Villa María? Es todavía un misterio. Ninguno de los que
quedamos vivos lo sabemos con certeza. Francesco era arquitecto, lo que en
realidad significaba ser maestro mayor de obras. En esa ciudad cordobesa fue donde
definitivamente se instaló mi bisabuelo. Allí compró tierras que mandaba a
cultivar por sus hijos varones, siendo niños ya que según contaba mi padre, era
estilo padre padrone, es decir muy
severo y malhumorado.
Mi abuelo era un ser buenazo, muy educado, un
autodidacta de la época, muy inteligente y ávido lector. Él le relataba a mi
mamá, su nuera: “Mira Elba, mis primeros explotadores fueron mis padres que me
mandaban a sembrar con un pan y una cebolla para comer, con frío o calor,
teniendo nueve años”. Su padre se quedaba sentado junto a una bordalesa de
aceitunas, sin trabajar, pero… vigilando, mandando, ordenando. El abuelo Juan no
concebía que se actuara así con los hijos. Más adelante Francesco, ya con hijos
mayores y nietos, logró emprender una marmolería que fue y es muy mentada en
Villa María. Hoy, hay varias placas firmadas por mi abuelo Juan y su hermano
Virgilio en el cementerio local y otros lugares emblemáticos.
Como fue muy común en las familias de la época y máxime
de inmigrantes, hubo distanciamientos intrafamiliares Esa vicisitud, agregada
el fallecimiento prematuro de mi papá, se sumaron para que los bisnietos
sepamos bastante poco de nuestros tíos abuelos.
Los nombres de los que vivieron, los recordé
siempre: Virgilio, Ítalo, Enrique, Mario, Darío, Eugenia y Rodolfa. De las dos
tías abuelas mujeres el rumor o afirmación familiar consistía en que ambas
tenían caracteres fuertes y difíciles.
Darío fue el padrino de mi padre y uno de los
primeros aviadores del país. Está denominado como uno de los héroes de la
aviación civil en Argentina. Se mata a los 27 años, precisamente en un accidente
piloteando su avión. Fue el bohemio de esa la familia. Mi padre, pese a que
falleció siendo él muy chico, lo quiso mucho. En Villa María existe un monolito
que lo conmemora.
Mario fue corredor de autos y también es recordado
en la historia de ese deporte. A él lo conocí personalmente en casa de mi
abuela María, teniendo yo, aproximadamente, ocho o nueve años. Lo recuerdo muy
bien. Era muy simpático, lo que se dice un tipo entrador.
Voy y vuelvo en el tiempo pero es lo que me sale
espontáneamente.
Facebook mediante comencé, a contactarme y chatear
con quién llamo tía Martita, una mujer apenas unos años mayor que yo. Es una amante
del arte en todas sus manifestaciones. Nuestra alegría era del tamaño de un
mar. Fue en mayo de 2013 que pergeñé la idea de juntarnos todos los que
pudiésemos aquí, en Rosario.
Un tema a tener en cuenta fue ¿dónde para tanta
gente? Después de barajar múltiples posibilidades, elegí la Casa del Graduado
de Ciencias Económicas, de calle Laprida entre Zeballos y Montevideo, un lugar
muy cálido.
Convoqué a mis hermanos y familias y a mis primos
hermanos junto a los suyos tanto al que vive aquí, Albertito, como a los que
viven en distintas ciudades de Córdoba.
En días y noches previas me pasé buscando entre
fotos antiguas que escanée para regalar a mis tres tíos abuelos, deleite de
tíos, que llegaron desde otros puntos del país.
El broche de oro fue la presencia de Luca Sessarego,
que estaba en Argentina y aportó mucha documentación y un libro escrito por él
con una investigación en diferentes países adonde emigraron los Sessarego,
digno de un cronista historiador. Pesquisó como detective en casas de familias,
bibliotecas y parroquias. Su obra, que regaló a cada familia, escrita en
italiano, español e inglés se llama “Sessarego si raccontta. Il paese e i suoi
emigrante”. Su presencia supuso un lujo que todos valoramos con infinita
gratitud.
Y llegó el ¡gran día! El 8 de junio de 2013, un azul
y frío sábado soleado, me desperté temprano, desayuné e inmediatamente me
dirigí a la plantería. La tarde anterior había encargado algunas flores especiales
para adornar la larga mesa.
Me decidí por violetas de los Alpes de colores
blanco y rojo e hice envolver cada macetita con papel crepe de color verde. De
esa manera, imaginé se formaba la bandera italiana. Sobre el final, las regalé
a las mujeres de la familia. Los manteles también fueron de los tres colores.
El menú: antipasto, ravioles caseros con tuco,
regados con buen vino. Tampoco faltaron, gaseosas y soda. De postre helados,
masas y bombones con el café.
En esa mesa tendida para el familión convergían
tantos olores, colores, sabores que retrotraían a tiempos en los que estábamos
todos. Pese a esa remembranza que suena a tristeza, sentí algo así como un
atadito colmado de buenos momentos que estuvieron presentes hace años y seguían
de igual modo, ese día en ese lugar.
Cerca de las 13 estábamos todos y comenzó el
intercambio de recuerdos: las fotos con mi abuelo en mi bautismo en la que
estaban retratados además papá, su madre, mi madre, las tías demás familiares; fotos
de papá estudiando Medicina en su escritorio con una calavera al lado, de su
casamiento con mi madre, etcétera. Se armó un álbum de bellas postales, ya que
los demás también aportaron lo suyo. Mi hermano Charlie regaló, a cada tío,
monedas italianas que coleccionaba nuestro abuelo y que le fueran legadas a él,
el nieto primogénito de la familia.
A esta juntada plena de significados la denominé en
el álbum de fotos que armé luego en Facebook: “Sessaregueada”. Luego del
almuerzo, sobremesa y fotos, la seguimos en casa. Luca se alojó en nuestro
hogar por varios días para continuar con sus investigaciones. Fue un día
maravilloso y cargado de felicidad y emociones.
Hoy, Luca con 30 años es arquitecto. Se especializa
en la puesta en valor de diferentes viviendas y sitios históricos del pueblo
Bogliasco-Sessarego. En septiembre de 2014, con su tenaz y prolífera labor de
joven muy entusiasta, logró hermanar a la ciudad argentina de Chivilcoy con la
suya. La ciudad bonaerense es la que posee más personas con nuestro apellido.
Este febrero volvió a casa y nos contó que está en pareja con una chica
Sessarego, precisamente de Chivilcoy, de la que no es pariente consanguíneo y
viven en el pueblo genovés.
Cuando muchos años antes en septiembre del 2000 recorrí
Liguria, bellísima por su geografía, me sumergí entre rocas en el mar que
bordea a Nervi, miré al cielo y le dije con mis pensamientos a papá: “Estoy en
el lugar donde nos contaban que el abuelo Juan recordaba tirarse junto a su
madre desde una roca, a los siete años”. Mis padres habían planificado un viaje
a Europa para junio de 1981 y papi deseaba ir donde sus orígenes. No pudo ser.
Precisamente en junio, hoy hace, 36 años, le diagnosticaban la maldita
enfermedad que lo llevó para siempre.
La “Sessaregueada” fue profundamente charlada,
colmada de risas, complicidades y anécdotas. Pero resalto que fue, sobre todo,
muy muy disfrutada por toda la familia. Ahora solo falta otra similar, pero en
Villa María, la cuna argentina de esta familia de origen tano.
Estos hitos muy importantes en la configuración de
mi identidad más la colaboración con la fecha muy significativa, despertaron
mis sentimientos para a escribir este relato.