José Mario Lombardo
No podíamos mantener en el pueblo el salón donde por
más de sesenta años había funcionado la imprenta de mi suegro Humberto.
Se vendió el local y tuvimos que desmantelar todos
esos años de trabajo.
Allí, había máquinas de la imprenta. Dos planas, una
Minerva, una guillotina mecánica, papeles, tintas, miles de tipos de imprenta de
plomo y de madera. Gran cantidad de muebles, vitrinas, mesas, escritorios,
útiles escolares, mapas, formularios, etcétera.
Entre todas esas cosas, había una mesa de tablero de
pino y patas torneadas, con dos cajones laterales como las mesas de las
antiguas cocinas de campo.
Mi primo insistió en que me llevara esa mesa, que
los cajones el los había visto en alguna parte y que era una picardía
entregarla por unos pocos pesos.
La mesa terminó en el comedor de una casa que
tenemos en Funes. La lijé, la ajusté y le di una mano de laca con color oscuro
para taparle las raspaduras del tiempo.
Una tarde, estábamos alrededor de la mesa y
precisamente hablando de ella, de la mesa, llegamos a la conclusión de que esa
mesa no era de la imprenta. Tampoco había estado en la casa de mis suegros.
Al final me acordé: era la mesa donde mi madre
enseñaba corte y confección en el pueblo.
Mi madre confeccionaba ropa a medida, también
vestidos de novia y, por las tardes, tenía varios turnos donde enseñaba “costura”.
En aquellos años de mil novecientos cincuenta y
tantos, yo tenía por costumbre ir a la matiné del Cine Teatro “Español”.
Siempre los días miércoles. Las funciones comenzaban a eso de las seis de la
tarde, de modo que para las ocho yo ya estaba de regreso en casa.
A esa hora, los miércoles estaban en casa las
alumnas que aprovechaban el turno que les permitía, después de haber salido del
trabajo o antes de cocinar para la cena, aprender algo de los secretos de la
costura, por una parte; y, por la otra, desgranar oscuros secretos de la vida
del barrio.
Cuando yo llegaba, a eso de las ocho, acostumbraba
sentarme bajo la mesa y desde allí contaba la película de la matiné. Allí, el
curso dejaba de lado los chismes y seguía atentamente el relato de las
aventuras. Era como aprender costura mientras veían cine: “El prisionero de
Zenda”, “El halcón y la Flecha”, “Los inconquistables”, “A la hora señalada”,
“Que verde era mi valle”, “El halcón Maltés”.
Y Angelita era la maestra, la profesora de corte y
confección. Y era mi madre.
Por el año 1958, Angelita fue nombrada directora de
la “Casa del Niño”. Allí, desarrolló una tarea de varios años cuidando de niños
y niñas que necesitaban un hogar. Fue muy feliz en ese lugar.
Después, en 1960, nos trasladamos a otro pueblo
cercano donde mi padre pudo cumplir su sueño de tener una farmacia propia.
Ella, a pesar de todo, prosiguió con su cargo hasta
que la nombraron inspectora. Tenía como tarea recorrer los pueblos y visitar
hogares donde pudiera haber problemas con los niños o niñas. Aún conservo un
cuaderno de notas de esas visitas, una de ellas dice:
“Renovar subsidio”. Núcleo familiar: Padre, Luís.
Madre, Rita Ester. Tres hijos: Luis (6), Leonora (5), Daniel (3). Vivienda
prestada. Una pieza y cocina, cama matrimonial, una cama chica, ropero, mesas
de luz, baño negro, bomba de mano, luz eléctrica. Se casaron hace siete años.
Entrevista al padre: correcto, buen aspecto, ojos pardos. Esposa ausente, salud
regular, ropas regular y escasas… veo deseo de querer mejorar y educar a sus
hijos…”
Informe como estos se ven en 9 de Julio, Alsina (partido
de Lincoln) y varios pueblos más. A esos informes luego los llevaba a la
Dirección de Menores en La Plata.
Además, nunca dejó de estar presente en casa. Yo no
sé cómo hacía.
Después, decidió dejar ese trabajo y se dedicó
completamente a la tarea de la farmacia, la casa y el nuevo pueblo que siempre
recordaré con mucho cariño.
Cuando falleció mi padre, Angelita se vino a vivir
con nosotros. Cuidó sus nietos y cuando decidió despedirse, lo hizo de la misma
manera con que vivió. Suavemente. Silenciosamente.
Entre sus papeles encontré unos versos que
seguramente una compañera de trabajo, allá en la “Casa del Niño”, le habrá
entregado el día de su despedida. Termino con ellos:
A la
Inspectora
¿Quién con
destreza y ternura
Guisa carnes y
verduras
Que su marido
devora?
La Inspectora.
¿Quién las
recetas expende
Aunque nunca
las encuentre
Entre Champús
y glostoras?
La Inspectora.
¿Quién a Cacho
y a Bochita
Les entalca la
colita
Desde chicos y
hasta ahora?
La Inspectora.
¿Quién vacuna
a los infantes
Diligente y
elegante
Como alegre
ave canora?
La Inspectora.
¿Quién a
través de la ruta
Con calores de
gran p…
Concurre al
Hogar que Adora?
La Inspectora.
Ante tanta
maravilla
Que les doy a
conocer
Preciso es
reconocer
Una cosa muy
sencilla:
Dos cosas no
puede ser
Y debo decir
ahora
Te regalo la
Inspectora
¡Me quedo con
la mujer!
Y todo
por una mesa.