miércoles, 14 de noviembre de 2018

Los abrazos

Liliana Galli

En la última clase José nos sugirió algunos temas como “las demostraciones de cariño”, o “historias de prejuicios” o “el mejor beso”. En un primer momento surgió mí la Liliana caprichosa y rebelde, y me planté… No me gusta escribir sobre temas sugeridos. Mi rebeldía duró solo hasta llegar a casa, donde comencé a sumergirme y bucear en mi interior, y ese viaje a mis profundidades me llevó por distintas imágenes que fueron aflorando y me transportaron a mi gran necesidad de comunicarme de manera sensorial, táctil. El tocar, sobar, una palmadita, un apretón de manos, una caricia, una mirada y fundamentalmente un profundo abrazo.
Expresiones de afecto, que no van de la mano de lo físico, pasional, esa manera de sentir, me permiten conectarme con el otro desde lo más profundo de mi ser. Son caricias al alma y me pasan con hombres, mujeres, niños. Lo hago, lo manifiesto dónde sea y con quién sea, en público o en privado, En ocasiones, sé que he sido motivo para que la gente se codeara, porque estoy tomada de la mano en un bar con un hombre mucho mayor, una mujer o camino abrazada con un gran amigo por plena calle Córdoba; y, a veces, hasta termino fundida en un gran abrazo con alguien que recién conozco y su historia me conmueve. Soy consciente que en algunas circunstancias ciertas actitudes mías dieron pie a tema de conversación entre parejas. Para mí un abrazo puede más que mil palabras, un abrazo es una profunda comunicación de almas. El abrazo no es físico ni pasional. El abrazo encierra distintos mensajes y tintes, puede transmitir contención, comprensión, fortaleza, ternura, paz, calma, alegría, reencuentros, los matices son infinitos, la gama de mensajes no tiene fin, es un dar y recibir amor puro. El amor universal espiritual lo es todo. En ese bucear mis sentires, elegí dos abrazos muy sentidos y disimiles. Paso a contar
Cuando mi hijo Leandro tenía siete años, un día me plantea: “Mami, ya soy grande y no quiero más abrazos”. Tuvimos una charla profunda donde termine expresándole que hasta que sea viejita chuchumeca igual lo seguiría abrazando; y que podíamos llegar a hacer una concesión: delante de la gente, por respeto a su decisión, no lo haría. Hoy, a sus cuarenta y cinco años, me emociona verlo desplegar su ternura con su mujer, hijos, incluida su mamá, que a pesar de estar lejos, cuando nos juntamos, siempre tiene gestos de cariño espontáneos: una pasadita por el hombro, un abrazo, una mirada tierna.
En una oportunidad, estando en Venezuela y siendo mis niños pequeños, supe expresar una ilusión que tenía. En una de nuestras tantas charlas les transmití mi necesidad de sentir algún día que un familiar o amigo de Argentina me sorprendiera y llegara de repente a tocar la puerta de mi casa sin yo saberlo.
Desde esa charla pasaron muchos años. Leandro se graduó, se fue a vivir a los Estados Unidos y un día, mientras trabajaba en mi cuarto, que tiene ventana hacia la calle, escucho de repente sonar la campanita de la puerta… Me asomo y ¡wouuu!, lo veo a él paradito con su mochila, como cuando llegaba de la universidad. Mis gritos fueron descomunales. Alcé los brazos gritando “¡ay, ay, ay!” y salí mandada hacia la puerta, mientras mis piernas temblaban a más no dar. Nos fundimos en un abrazo interminable donde mi corazón brincaba, corcoveaba como loco. Todo mi cuerpo temblaba y él me sostenía con fuerzas para calmar mi emoción. Fue una mezcla de sentires muy profundos que calaron muy hondo en mi corazón. A la alegría de haber hecho realidad mi sueño, se sumaba la emoción de comprobar, que ese ser tan pequeñito, atesoró esa charla, para llegado el momento ser el protagonista de hacer realidad esa ilusión. 
Tenía pensado transitar otro abrazo, más no puedo continuar la narración, quiero seguir sintiendo ese abrazo con la misma intensidad que lo viví aquel día. Los recuerdos son tan vividos que necesito seguir saboreándolos. El otro se los debo.