José Mario Lombardo
Es
bueno, en estos tiempos tan difíciles, percibir que, a pesar de las
circunstancias, continúa activo el deseo de relatar, de escribir, de recordar.
Lo
inesperado que nos reserva el solo hecho de vivir, una vez más se ha manifestado.
Aparecieron de repente circunstancias que primero fueron lejanos sucesos en otros
países, pero que con la velocidad del rayo nos cayeron encima.
Ahora
bien, se me ocurre que esto siempre es así.
Aunque
la mayoría de las veces no llegamos a percibirlo, el instante que viene siempre
nos presentará situaciones no previstas. La mayoría serán pequeñas señales que acostumbramos
adoptar como hechos cotidianos y otras, episodios de cierto interés, o acaso
también de suma importancia en nuestra vida, que luego, incorporados a nuestro
pasado, se constituyen en sucesos dignos de recordar.
Así
uno recuerda.
Estos
días, no hay duda que serán recordados, rememorados, analizados. Y seguro que lo
tendrán merecido, son sucesos muy pesados, muy duros.
Pero
es interesante también que nos preguntemos por los otros, por aquellos que nos ocurren
de ordinario en el instante que viene y que, por ser hechos cotidianos, quizás
no los recordemos o como se suele decir: “han de caer en el olvido”.
Ese
tipo de sucesos, esos hechos cotidianos son precisamente los que trata de
rescatar, aquel que acostumbra describir esas pequeñas señales que dejó el
“instante que viene”.
Recuerdo
el ejemplo del profesor mostrando un frasco de dulce vacío que el llenaba con
pelotitas de ping-pong. Entonces, cuando el frasco quedaba colmatado, recurría
a las bolitas de vidrio que nos había secuestrado en el bolsillo y que llenaban
los vacios que las pelotitas no podían llenar. Luego tomaba unas finas
piedritas que había traído de la vereda y otra vez, aquel frasco permitía la
entrada de ese material más fino. Después recurría a arena. Después a una fina
arcilla y por fin, nos preguntaba si considerábamos que el frasco estaba
completo. Nosotros convencidos considerábamos que sí, que ya el frasco no
admitía otro elemento.
Así
nos demostraba como se colmaba la existencia donde los grandes, los medianos y
los pequeños hechos tejían la trama que conformaban nuestro diario vivir.
Ya
estaba. Habíamos completado la jornada. No quedaba nada por hacer. Podíamos
sentirnos satisfechos. Ya sabíamos que cada jornada, siempre llegaría a su fin
con el frasco totalmente lleno.
Pero
cuando ya nos sentíamos convencidos de que aquel ejemplo nos había enseñado
todo. Cuando sonaba el timbre anunciando el final de la clase, él con un
ademán, nos pedía un segundo más, tomaba una jarra de agua y procedía
cuidadosamente a verter el líquido en el interior del frasco sin derramar una
gota.
La
verdad que después, no abundaba en palabras ni sentencias. Simplemente, nos
dejaba pensando.
Cuando
Hiroshima ardió en una bola de fuego, alguien, en algún lugar estaba cosechando
trigo. Cuando desaparecieron la Torres Gemelas yo iba en auto por la autopista
Rosario, Córdoba. Cuando Explotó el edificio en Calle Salta, habíamos ido a la
Facultad de Ciencias Económicas a buscar unos documentos. Cuando Argentina
hacía el gol contra Holanda en el mundial del 78, alguien enterraba libros en
el patio de su casa. El 2 de abril del 82, preparábamos a los chicos para ir a
la escuela. En la mañana del temblor de Caucete, el lechero nos había dejado
las botellas de leche en la puerta. El Sputnik estaba en órbita y pasaba sobre
nuestras cabezas mientras íbamos al cine el día jueves porque daban “dos
argentinas”…
Vamos
poco a poco completando el contenido del frasco. Eso sí, siempre teniendo la
precaución de mantener un orden que se desplace desde lo más voluminoso hacia
lo casi impalpable pues esa es la manera de lograr que todo quepa. Porque
también aparecerán pequeñas partículas como el sabor de una fruta, el partido
del domingo, las reuniones de cumpleaños, los amigos del colegio, los viajes de
placer, las comidas con amigos y tantas otras cosas mínimas, pero muy importantes
que no deben quedar afuera.
Y,
así, de acuerdo a las instrucciones del profesor, habremos de completar con
mucho esmero nuestro frasco de dulce.
Ahora,
seguro que nos vamos a preguntar para cuando el toque final: para cuando el
agua.
Bueno,
el agua mantengámosla a nuestro alcance y al final, cuando suene el timbre y antes
de salir de clase, procedamos a volcarla cuidadosamente en el frasco sin derramar
gota alguna.