jueves, 24 de septiembre de 2020

¿De rabonas? ¡Qué me van a hablar!

Daniel O. Jobbel

 

¿Quién no se hizo una chupina? ¡Que tire la primera piedra! Sería una de las pocas, pero tiene una gran anécdota. Siempre había un día melancólico para justificar la rabona, esas faltas sin aviso en el secundario. Una travesura de mocoso, lo sé. Billar y reunión para un faso. Decidir qué y adónde. Cualquier discurso venía como anillo al dedo. Mujeres, café, y fútbol.

La suerte de la huida hacia el famoso cine “Sol de Mayo” ya estaba echada. Allí, una de vaqueros: “Por un puñado de dólares”, con Clint Eastwood; Lee Van Cleef; Gian Maria Volonté. ¡Imperdible! Y dos películas iban a hacer que la tertulia fuera cómplice y placentera. Las matinés empezaban a las 13.30 y culminaban antes de las 19, tiempo que nos daba una excusa al llegar a casa: quizás era la famosa séptima hora que se había adelantado o el retraso del colectivo.

En la radio empezaba a sonar “Rasguñas las piedras”, de Sui Generis, un dúo nuevo liderado por un chico de lentes y bigote bicolor, ese de apellido García.

Mientras el país iba por una reconstrucción democrática más... Claro, otra época dura. Había sueños de libertad, de cambio, de nueva era. Hablo de mediados del setenta tres, “la primavera camporista”, el ciclo de la ilusión al desencanto.

El café, el diario y el boleto del bondi valían unos pocos mangos. El “Sol de Mayo” era un cine barato, reo donde podías fumar, atornillarte en la butaca de madera hosca y dura, gritar cualquier cosa y hasta comerte un familiar de mortadela y queso con un moscato en la cantina, justito a un costado.

Los atorrantes del “Sol...” no nos cansamos de recordar aquellos mágicos días de lluvia, con olor a calle mojada, ideales para la chupina, comer maníes, aceitunas, lupines; y, a la salida, inventar una poesía contra el vidrio de un bar para alguna mocosa que pasara por la vereda.

Ese cine nos podía. El “Sol…” era especial, un ámbito casi exclusivo de hombres. Su público era heterogéneo: pobres, acomodados, haraganes y otros mocosos estudiantes como nosotros, oficinistas, bebedores, levantadores de juego y sobre todo laburantes de todo oficio.

Si hasta se podía asistir correctamente vestido o en pantalón, chancletas y camiseta sin mangas, como yo he visto. ¡La vieja y querendona camiseta interlock, esa con la que nuestros viejos salían a la puerta de calle a tomar unos mates en días de furioso calor! ¿Se acuerda, lector?

Imposible olvidar los sábados, de tarde, la famosa línea “Efe”, de Las Delicias (ahora 135) llena de gente, o el colectivo 78, ese blanco con tiras negras (hoy 147). El segundo venía por 27 de febrero, doblaba por Corrientes y al llegar a Pellegrini el chofer anunciaba a los gritos: “¡Sol de mayooo...!”. Todos apresurados bajaban y, así, el fulano casi se quedaba solo, con muy pocos pasajeros.

Los pibes, que íbamos al colegio cerca de allí, ese de calle Entre Ríos y La Paz, nos acostumbramos a la infantería, o sea de a pie las pocas cuadras para hacer el aguante, cafecito por medio, hasta reunirnos todos en el “Saigo” y rajábamos luego para allá, a la facultad de los héroes de la cinemateca.

Un día, previo a la primavera, y de reclamos gremiales y actos políticos como los hubo en esos tiempos, me acuerdo, planeamos una chupina a lo grande, el quinto año del “Comercial Belgrano”, una tarde de lluvia. ¡Todos al cine! Una mentira piadosa... Entre vueltas, algunos que sí, otros que no, otros pocos a otra cosa, los demás adentro. Pero, siempre hay un “pero”. Alguien había soplado, algún buchón y la ingeniería disciplinada se cayó como un castillo de naipes. Llegamos al “Sol de Mayo” una pequeña minoría, cercana a la quincena.

Algo falló; aquel moreno, astuto veterano nos fue a buscar; el queridísimo jefe de preceptores, ¡ese! Digo esto, porque se hacía querer a su modo. Era un gran tipo. Pero ese día la pifió. Fiel a su costumbre con su “Perramus”, casi hasta la botamanga, entró con dos discípulos, en un parate de la película, aunque siempre, aclaro, los films se cortaban, encendieron las luces y gritó: “Todos los del ‘Belgrano’, al colegio inmediatamente, si no serán suspendidos”.

¡Imagínese usted lector! El desparramo, el griterío, los murmullos. Muchos huimos como ratas por tirante. Salieron algunos pocos con el führer de entrecasa, insultos mediante y silbidos de los desconocidos de siempre. Del primer piso del cine llovían generosamente todo tipo de cosas, bolsas con cáscara de maníes, lupines, carozos, puchos encendidos y fluidos varios.

Ya, corte por medio, no escapamos por Pellegrini y alrededores. Antes, creo que vimos parte de un western, con el bueno de Alan Ladd y el malo de Jack Palance; nos perdimos la premier de Clint Eastwood, era bronca y risa a la vez, pero no importaba.

Luego, entre chismes, juramentos, carcajadas, puchos y de quién habría sido el delator; quedaron anécdotas, etcétera, etcétera. ¡Ah! De las suspensiones, hubo reuniones, retos bochornosos, pero nunca se supo nada. Lo que ¡sí!, todos contentos por la huida, la burla y la desventura.

  

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