Daniel O. Jobbel
Hace tiempo que
no pisaba un aula. Me daba no sé qué. Me inhibía. Y la invitación estaba a
la palma de la mano, ese curso, por internet, ese comunicador, tecnología con
la cuál no me llevo bien.
A la hora de
identificar cuáles son las singularidades y el diferencial de esa propuesta
estaba clara. Conocer ese espacio, que por dos años lo hicimos por Meet.
Otra vez al
aula. Y como creo que soy alguien profundamente sensible, que siente tanta empatía
y elige afianzarse, no pude evitar ser honesto. Dije: “No puedo fallar”.
Deshilachando la
madeja de la memoria, buscando otra mirada, otro acápite a ciertos temas, se me
ocurrió escribir sobre esta experiencia. Sinceramente, es una forma de ir
desenrollando una parte de los hilos de esa historia.
Volver al aula a
los 66 años fue una gratitud, indiscutidamente atrapante, para un tipo que
había quemado ya las naves, pero quedaba otra oportunidad u otro fósforo.
Volver al aula, ese
lugar blanco, prolijo, con pupitres del mismo color era volver a la Universidad
Abierta, libre para adultos, y otra vez sería un desafío.
Allí,
en calle Sarmiento promete una buena estancia de debate, relajante, una
mera excusa para incursionar en una suerte de nuevo aprendizaje cultural.
En esa aula y
ese pupitre la memoria viva, me abre una ventana, me juega una chicana, rompe
los vidrios sepia de un fotograma hacía ese pasado donde en la escuela “La
Sagrada Familia”, en esos sesenta, cuando tenía cuatro o cinco años, una
monjita proponía una cierta inquisición escondiendo, reteniendo y a veces
golpeando mi mano zurda, para que escribiera con la derecha. Hasta que todo
sucumbió. Hubo un arrebato de ese chico y volaron cubitos de colores, vasito y
alguna otra cosa de esa aula celeste. Por supuesto, fui sacado de allí. Ya de
chico mostré mi rebeldía. Se acabó el jardín. Chau.
Ahora, la
chicana me encuentra cruzando sembrados y senderos por calle Callao al 5300,
saltando algún alambre (es que todavía existían quintas por allí) y me lleva al
primer grado de la escuela número 158, “Nuestra Señora de la Consolata”, el
barrio “Las Delicias”; con compañeros nuevos, Laura, Alicia, Estela, dos Raúl,
tres Jorge, la Susy enamorada de muchos y la única maestra que tuvimos: María
del Carmen. Pues fue el primer grado por inaugurar el colegio. ¡Hasta salimos
en “La Capital”! Las travesuras, el primer cigarrillo, un viaje, en pocas
palabras, esa enseñanza laica que nos marcó y por lo cual, con algunos amigos,
nos seguimos viendo. “El amor después del amor”, diría Fito.
Y hablando de
música, en esos tiempos aceitaba sus cambios. Con “La Balsa” de
Lito Nebbia y a falta de Almendra, Spinetta era Pescado Rabioso; Emilio,
Aquelarre y Edelmiro, otro flaco de Color Humano. Ya hubo de pasar “Muchacha
ojos de papel”. Manal terminó en enroque con La Pesada y el Carpo Napolitano en
su Pappo’s Blues. (Me disculpo de aquellos que no gustan del rock) Es era
de psicodelia y pelo largo. Música beat. Década de los 70, los lentos
inolvidables; la ciudad de Rosario agrandaba de a poco su progreso y un
Pablo el Enterrador hacía su rock de protesta, casi como una música de culto.
En “Pelo”, una
revista porteña hecha justa a la medida para el rock, podíamos deleitarnos con
letras, reportajes, guía de recitales y las figuras citadas; con otra mirada,
con “Los caballos cansados”, de Gieco, en “Las mañanas campestres”
y el “Gemido de un gorrión”; y “Oye hijo las cosas están de este
modo, la radio en mi cuarto me lo dice todo. ¡No preguntes más!”,
decía el loco Charly en “Instituciones”. Cosas así y por el estilo...
Época dura, pero con esperanza... “Nos la dibujaban con un compás, redondita”.
Volver al aula.
Otra vez la memoria viva, tal vez cercenada, dando la tecla apurada, ella solo
vive creo que un cuarto de vida que podría tener y regida por pensamientos que
controlan. Me veo en el aula, escucho, razono. Y recuerdo que tengo una
frazada que alguien me alcanzó en esos años setenta de “tomas de colegio”
por mejoras y otras cosas. Años locos. Años difíciles. Con una primavera
democrática.
Ahora, me veo en
el aula de Arquitectura en la Siberia nuestra. Y luego del fracaso de no poder
ser quizás lo que no era para mí.
Vuelvo al aula
otra vez para una Tecnicatura en Periodismo y una renovada esperanza con una
nueva camada de compañeros donde discernir, hablar, mover un poco los lentes,
tenía ciertas ataduras dictatoriales de los últimos años setenta.
Pero el sedimento en las relaciones no caducó. Aquella tarde noche del mes de octubre de 2022. Dos personas abrieron otra ventana, una puerta, y al manotear el picaporte de la nostálgica, entré al aula. Ellos fueron Ceci y José. Y dentro de esa aula blanca me encontré con Hugo, Moni, Graciela, Alberto y otros que no recuerdo. Éramos pocos, pero para mí estaba lleno. En la pizarra estaba borroso el Meet esa tecnología que nos comunica. Allí, detrás de esas paredes había otros; con sus maneras de ver, comprender y expresar.
Indiscutibles y atrapantes son los hechos, aislados algunos, los viajes internos de esta memoria viva, ese mirar por la cerradura, los deseos de diferentes etapas de vida, los traumas, los deseos, las relaciones, las decisiones. ¡Sí! Como la que ofrece, ContameUnaHistoria.
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