Enrique
Pesson
Tengo 68 años, nací
en el 56, según la sociología pertenezco al período del Baby boom, o sea a los nacidos después de la Segunda Guerra
Mundial, entre 1946 y 1963, cuando nuestros jóvenes padres querían olvidar toda
la angustia de la guerra y repoblar la humanidad.
Los primeros
recuerdos de mi infancia me llevan a San Juan 438, allí nací, soy el tercero de
tres varones. El caserón alquilado, con mucho sacrificio mantenido por un solo
bolsillo, el de mi padre, y mi madre haciendo malabares para mantener con todo
lo primordial a una joven familia de cinco. Es una típica casa “chorizo”, y
digo “es” porque todavía subsiste, sin hacerle caso a las demoliciones que
atacaron al barrio para llegar a ser hoy el Barrio Martin.
En ese entorno de
caserones y conventillos, muy cerca de las barrancas sobre calle Alem, con la
yerbatera Martin y el recién inaugurado Monumento a la Bandera como emblemas
del barrio, viví una infancia feliz. No teníamos mucho en cuanto a lo material
pero sí mucha amistad y solidaridad. Con Carlitos, Pepín y Jorge nos tirábamos
cual Fangio en un karting de madera con rulemanes fabricado por mi viejo,
éramos el terror de las vecinas y no le temíamos a la barranca. Tampoco le
teníamos miedo al tranvía que pasaba por San Juan del oeste al este en esa
época. La inconsciencia infantil convivía con el tranvía, el carro lechero y el
carro verdulero.
Un poco más adelante
en el tiempo comencé la escuela primaria en el “Bernardino Rivadavia”, escuela
de barrio trabajador, pública y laica, donde todos convivíamos sin tener en
cuenta credo o religión, no existía el bullying, las cargadas no nos
afectaban y eran parte de la diversión. Con muchos de aquellos niños y niñas me
sigo viendo y compartiendo algún encuentro, incluso nuestra querida maestra de
primer grado participa de los mismos. Recuerdo las kermeses, el taller de
carpintería, las visitas a los cines “El Nilo” y “Apolo”, la fábrica de leche
Cotar.
El fútbol siempre
ocupó un lugar importante en mi niñez, hablo de fútbol de potrero, de canchitas
de tierra, como la que tenía frente a mi casa y pertenecía al colegio “La Salle”.
Los hermanos lasallanos nos permitían a todos los del barrio jugar allí,
volvíamos a casa todos embarrados, con las rodillas raspadas, pero sintiéndonos
Pelé.
¡Cuántos cambios hubo
desde esa época hasta hoy! Sin ir más lejos, pienso en el único teléfono que
había en mi cuadra, el de la señora Rosita, mi vecina. Con un grito desde su
casa en planta alta que daba a mi patio nos avisaba de una llamada y, allí,
salía doña Yolanda, secándose las manos en el delantal para subir corriendo las
escaleras y atender el teléfono. También había un solo televisor en la cuadra,
el del panadero Don Martínez. Allí, compartíamos con sus niños tardes de series
y merienda mirando Combate, Bonanza y el Super Agente 86.
A los diez años pude
empezar a jugar al básquet y al fútbol en el viejo y querido club Uria, a dos
cuadras de mi casa. Era a mediados de los 60. Dejamos las aventuras de la calle
y, luego de los deberes escolares, íbamos al club, que nos alejó y nos contuvo
de los peligros de esos años tumultuosos de dictadura. Hoy también tenemos un
grupo formado por las distintas generaciones del 40, 50, 60 y 70. Con ellos nos
juntamos en el bar Victorio a recordar viejos tiempos a metros del solar donde
existió nuestro club.
Un cambio importante en mi vida fue el inicio de la escuela secundaria en el ex Colegio Nacional Nº 1, del 69 al 73. En esta época hubo importantes hechos a nivel mundial y nacional. Por ejemplo, en el 69 la llegada de hombre a la Luna, la formación de los primeros centros de estudiantes con sus luchas reivindicativas, el Rosariazo y el Cordobazo, primeros indicios subversivos y la recuperación de la democracia. Parte de ese cambio del que hablaba antes se debió gracias a los grandes profesores del colegio Nacional; recuerdo clases magistrales de Instrucción Cívica por parte del doctor Jorge Oliveri, Educación Democrática por parte del doctor René Balestra, reconocido abogado y dirigente político, Historia Argentina por parte de la señora Lidia Bielsa, madre de los hermanos Bielsa, y Anatomía por parte del doctor Domingo Costa.
En el año 1979, mis hermanos ya se habían casado y dejado la casa. Quedábamos mis padres y yo. Gracias a la operatoria 1050 del banco Provincial de Santa Fe, pudimos comprar nuestra propia casa y dejamos el barrio para siempre. Hoy paso por allí cada vez que estoy por la zona, no lo puedo evitar. Me da nostalgia ver los cambios, solo quedan de aquella época mi casa y el colegio “La Salle”, ya sin la canchita. Las barrancas se reemplazaron por edificios, avenidas y parques, la yerbatera desapareció después del incendio de 1970. Aquel barrio ya no existe, tampoco su gente.
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