martes, 1 de julio de 2025

Tomashinio

María Alejandra Furiasse

 

Hace quince años estaba haciendo un reemplazo docente en el colegio “La Inmaculada”, que se encuentra situado en el barrio Belgrano, pegadito a las cuatro plazas de nuestra querida ciudad de Rosario. Segundo grado, los peques con siete años, en general, maestra única para dar Matemática, Lengua, Ciencias Sociales, Naturales y también Formación Ética. Era un grupo multitudinario de treinta y tres alumnos y alumnas. Entre ellos estaba Tomás, hijo de Sandra. Después de estar compartiendo dos o tres días juntos en el colegio, me comenta que su perra bóxer había tenido cachorros y me pregunta si a mí me gustaría uno: “¿Seño, querés un cachorrito de mi perra bóxer?”.

En realidad, en casa, teníamos a Rengui, a la que habíamos adoptado con mucho amor, porque Adriana, una compañera de la escuela Gabriela Mistral donde estuve haciendo algunos reemplazos docentes, situada enfrente del Centro Asturiano en las calles San Lorenzo y Wilde, se mudaba a un departamento muy chico y ya no la podía seguir teniendo. Y se llamaba así porque se había caído de un techo muy pequeñita y una de sus patitas no le funcionaba bien.

Le respondí que lo iba a pensar.

Decidimos que sí. Tuvimos que esperar unos días más para que cumplieran los 45 días del destete y ya lo pudiéramos tener en casa. Fue así como los invité a Tomás y a su familia a que vinieran a casa para conocer el lugar adonde se quedaría. Teníamos un patio grande con césped, pileta, un ciruelo repleto de flores blancas y frutos que inundaban el lugar de un olor dulce almíbar, el parrillero cubierto y muchas plantas. Muy amorosamente pasó de las manos de Tomás a las manos de mi hijo Gianluca. Era un pompón bello que correteaba permanentemente. Pasaban los lunes y los martes, los sábados y domingos. Los junios y julios. Y también iba creciendo Tomashinio. Era raro ver crecer a este “bóxer”, como me había dicho en aquel momento, Tomás porque crecía su hocico y ahí nos dimos cuenta que lo queríamos muchísimo y ya no nos interesaba si era puramente bóxer o no. Nos había comprado nuestro corazón enteramente. No malgastaba los ladridos. Sereno. Fiel. Ese pelaje marrón claro, un perro rubio y de ojos claros de contextura delgada y ágil, muy ágil . Muy gracioso verlo aparecer debajo de la mesa y que el mantel lo cubriera en partes y por un momento se disfrazara solo, o que se ocultara detrás de la cortina del ventanal. Como momento travieso, recuerdo el día que compré una bolsa de almohaditas de chocolate rellenas de limón en la dietética y lo dejé sobre una fuente de mimbre sobre la mesa del comedor y mágicamente desaparecieron. Solo quedó la bolsita abierta de manera desprolija y nos pudimos imaginar quién había sido. Después de tantos años, nos volvimos a encontrar con Sandra, la mamá de Tomás, en la chocolatería del Patio de la Madera.

Nos emocionamos, nos abrazamos y nos mostramos las fotos de nuestras queridas familias respectivamente.

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