miércoles, 28 de mayo de 2025

Mi hermanito

Carmen Ramallo

 

Pronto a cumplir cuatro años llegaría el regalo tan ansiado, mi hermanito. Por fin, saldría de la pancita de mamá, ya dejaría de acariciarla a ella, para tocar a mi muñeco de carne y huesos. Sabía que faltaba poco, porque salían corriendo al médico y nosotras íbamos de mi tía Delia o bien mi prima Fani, quien vendría a cuidarnos.

Sería María Eva o Juan Domingo. Cuánta ansiedad para esos tiempos, 1964; al menos, por estos lados no existían las ecografías. Había que esperar nueve meses. Una madrugada mamá comenzó con dolores y salieron rápido a Rosario en busca de mi hermanito; para mí, le iban a hacer una puertita en la panza para sacárselo (lo de la cigüeña era un cuento). Ya no dormí… 18 de septiembre, sería una fecha motivacional para todos.

Por la tarde, mi papá nos llevó al sanatorio a conocerlo, porque fue Juan Domingo. Yo quería agarrarlo, no sé qué sentiría mi hermana, pero yo estaba feliz. Creo que mi papá, para esa época fue el hombre más feliz de la tierra, aunque siempre supe que por culpa de mi abuela materna no fui María Eva; pero mi papá tuvo su general en la familia. Jajaja.

Aún recuerdo el día en que llegaron a casa, escuchamos el auto y todos corrimos para recibirlos. Es cierto que se olvidaban de la mamá cuando llegaba un bebé a la familia, sin contar que una semana fue un desfiladero de gente. Hoy pienso: pobre mi madre. Cuántas cosas ignorábamos sobre el descanso de la madre, la intimidad de la familia, el inicio de esa vida al exterior. Algo ha cambiado hoy.

Mi hermanito fue lo más, como dicen los chicos hoy. Él era mi muñeco de carne y hueso. Sabía llorar, hacer, pipí, tomar la teta y también la mamadera.

Me gustaba sacarle el chupete y ponerlo en mi boca hasta que comenzaba a llorar: “No llore mi bebito”, le decía; y pensar que yo era pequeña. Cumplí mis cuatro años nueve días después de su nacimiento. No recuerdo si hubo fiesta. Sin rencores, yo ya tenía mi regalo por anticipado.

Solía sentarme en una sillita de madera y paja y miraba embelesada, cuando mi mamá lo amamantaba. Cuando pasaron unos meses le pude dar la mamadera. Escribo y me parece estar viviendo ese momento, lo amé con toda mi alma.

Cuando cumplió su primer, año sé que hubo mucha gente, familiares, amigos, personas que yo no conocía desfilaron todo el fin de semana (sí, dos días duró el festejo, contaba mi mamá), como dice el refrán “la casa es chica, pero el corazón es grande”; y así era nuestra casa era de madera forrada en hojalata y una parte de ladrillos, pero siempre había concurrencia porque mi padre era secretario General de la UOCRA en Rosario, pero con la honestidad de aquel entonces, donde la militancia era un compromiso con el otro.

No me quiero ir del tema este primer escrito, de mi historia se lo dedico a él a mi hermano.

Un día, entre tantos recuerdos lindos, como llenarlo con maicena hasta la cabeza para cambiarle un pañal, jajaja, se enfermó. Tenía cuatro años y convulsionó repentinamente, nuestras vidas ya no serían las mismas. Ellos, muy abocados a mi hermanito, su diagnóstico era Epilepsia. Al principio me asustaba mucho, pero a veces sucedía cuando no estaba papá, y tenía que reaccionar ir en busca de mi tía para que acompañe a mi madre al médico. Con el tiempo, aprendimos a controlar la situación. No había que asustarse, porque él volvería en sí, cansado de sus ataques, pero volvía a ser él. Volvía estar con nosotros, conmigo.

La medicación permitía que no convulsionara, pero siempre le restaba luces o lo ponía hiperactivo. Hoy diríamos que era un niño con TDAH, pero para aquellos tiempos era un niño molesto, terrible, incontrolable… era para una escuela especial… pero los médicos no acordaban… Si me habré peleado con los niños que lo molestaban o se burlaban, porque siempre hacía cosas de un niño dos años más pequeño. Ahí, nacía el bullying, pero de eso no se hablaba. Cuántas cosas cambiaron para bien.

Fue creciendo como gran persona que era, pero en ese peregrinar se nos iba escapando de las manos. Mi padre ya no estaba. Nuevamente quedamos destruidos, se lo llevaron los militares y Juan Domingo creció con mucho dolor y bronca buscando por todas partes donde se le ocurría que tal vez mi padre se había escapado y ahora, como consecuencia de las torturas, tal vez no supiera quién era; y, así, anduvo por la vida hasta que decidió formar pareja. Tuvo dos hermosas hijas, que amó más que a su propia existencia…

¡Pero la vida se había ensañado con nosotros! Y un día, después de haber festejado el Año nuevo, y ¡qué año!, era 2002, terrible, volvimos felices de haber compartido con su familia, en General. Roca, pero con la tristeza que nos empañaba cada vez que debíamos separarnos. Recuerdo su abrazo penetrante y llorando me decía: “Quédate tranquila, hermana, yo ahora voy a hacer un hombre nuevo”. Pasaron diez días de ese acontecimiento y nos llamaron para decirnos que se había ahogado en un canal. No lo podía creer mi madre. Mis hijos, mi marido, todos estábamos viviendo una locura; no podía ser; habíamos estado vacacionado.

Volvimos a General Roca sin plata y con un corralito que limitaba a nuestros amigos a ayudarnos, pero logramos viajar. Fue una pesadilla llegamos y buscamos por dos días su cuerpo, hasta que lo encontraron. No querían que lo viera; pero me abalancé sobre él y allí estaba como si nada hubiera pasado como si sólo durmiera una siesta y estuviera soñando algo lindo. ¿Se habría encontrado con mi padre?

Me quedo con todo lo vivido, el orgullo de haber sido su hermana y el regalo de dos amadas sobrinas, tan bellas personas como él. 

Tal vez sea un taller para contar cosas más gratas, pero esta es mi historia y estas primeras palabras son dedicadas a mi hermanito. que bien honró su nombre y apellido, Juan Domingo Ramallo, 18/09/64-23/01/02.

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