miércoles, 3 de junio de 2015

La yerra

Norma Pagani

La yerra es una actividad que necesariamente se debe realizar en los establecimientos que se dedican a la cría de novillos. Generalmente, se hace en invierno para evitar que los animales se embichen. Hace dos mil años antes de Cristo ya se hacía en Egipto.
Consiste en extraer los testículos, llamadas “criadillas” del animal macho pequeño, que no se deja para reproductor. Además, se cortan las aspas, vacunan y señalan a machos y hembras por igual.
En esta oportunidad contaré cómo se llevaba a cabo esta tarea en el campo “San Juan” en Cañada Seca, provincia de Buenos Aires, desde 1911 hasta hace una década aproximadamente; aunque actualmente algunos integrantes siguen apostando a la ganadería y haciendo la yerra normalmente, variando algunos pasos, pero siguiendo lo enseñado por las generaciones que los precedieron.
El abuelo Juan, junto a su esposa, hijos varones e hijas mujeres hacían de esta actividad un vez al año un acontecimiento social donde se trabajaba y disfrutaba de almuerzos y juegos variados.
Temprano llegaban en carros, de a caballo y en algún Ford A, familiares de Rufino, Piedritas, vecinos y amigos del campo y el pueblo.
Los hombres iban al corral, donde los esperaban los terneros ya separados de sus madres que en el lote balaban llamando a sus hijos, que respondían del mismo modo durante toda la noche hasta que se juntaban cuando eran soltados. La noche anterior se dejaba todo preparado.
Los agrupaban de a diez.
Ahí comenzaba la demostración de habilidades y destrezas. Con los lazos confeccionados por ellos, enlazaban los animales hasta que estos caían al suelo. Algunos eran excelentes y recibían la alabanza de los demás. No les gustaba fallar. Al estar en el suelo, alguien lo apretaba y otro lo inmovilizaba atando mano y pata de abajo para evitar que se parara.
Se comprobaba si era macho o hembra. Al primero se lo castraba.
¿Quién lo hacía? Primeramente, el abuelo Juan, después ante comentario de su hijo Clemente de quince años, que no le gustó, este hombre de carácter fuerte, le entregó el cuchillo capador a su hijo y le dijo: “Capá vos”. Desde ese día, por casi setenta años se ocupó Clemente de hacerlo. Ya muy anciano entregó esta tarea a su hijo y a su sobrino Pepe, quienes aprendieron el oficio observando al maestro.
Se guardaban las criadillas en un balde –ese manjar era muy codiciado, especialmente por quien escribe– para que las mujeres los cocinaran, ya fuera asados, en milanesas, con cebolla, perejil y ajo o en ravioles, ya que su sabor es similar al del seso.
Actualmente, hay gente que sigue con ese sistema, otros ponen una pinza y una goma o una inyección en los testículos, para que al cabo de varios días caigan solos. Esto evita la pérdida de sangre, la infección y la presencia de bichos tan común en esta tarea, ya que la sangre atrae a las moscas, que producen queresa y gusanos posteriormente.
Al animal se lo curaba con aceite quemado (guardado de los motores de auto o tractor) y querosene. Ahora, se le pone un repelente comprado en la veterinaria o, según la época, igual que antes.
Se continuaba con el corte de las aspas o cuernitos, si los tenía. Esto se hacía con un serrucho si eran grandes o con un cuchillo si eran pequeños y se cauterizaba con un lápiz de descornar o un hierro caliente al rojo vivo.
Cada productor tenía un señalador, que no se repetía, era propio y con este marcaba las orejas del animal. Esa tarea también se hacia ese día. Si no tenía esa señal, era considerado orejano; o sea, sin dueño y si el animal pasaba a otro campo o los amigos del ajeno lo llevaban, no tenía reclamo.
Actualmente al nacer se lo señala. Más pequeño es el animal, menos sufre. Había productores pequeños que los castraban al nacer.
Después con una marca, que se calentaba en un fuego al rojo vivo, se marcaba el cuarto trasero o carretilla o mandíbula sobre el pelo. Para obtener esa señal había que realizar un trámite en la municipalidad y cuando se vendía identificaba con un dibujo al dueño una guía, que se pagaba y paga para vender. Tenía una duración de diez años y se renovaba.
Al ir a otro campo, el comprador ponía su señal.
Antes de largar el animal al lote con su madre, se procedía a vacunar de carbunclo, mancha, neumonía. Más adelante, con una sola se reunían las demás. Si tenían sarna, se curaban con fluido o antisarnicos.
Las hembras pasaban por todo esto excepto por la castración. Ahora ya no se las voltea, se la pasa por la manga. La manga está en el corral, son dos tablas de madera por donde pasan los animales. Generalmente son de madera dura. El lapacho es el más usado. Tiene una tarima y un yugo donde se las sujeta por el cogote.
La persona puede colocar una inyección, hacer tacto para comprobar si las hembras están preñadas, curar de sarna o partear.
 La botella de caña pasaba de mano en mano para atenuar el frio del invierno. Actualmente, se hace en cualquier época de año, ya que los productos que venden no permiten que el animal tenga bichos ocasionados por las moscas. También varía la bebida, Gancia o fernet con cola. No así el asado, aunque las mujeres en su mayoría no hacen los pasteles. Los compran. Tengo unos sobrinos que hacen la previa con chorizos, jamón y bondiola que ellos mismos elaboran.
Generalmente, se seleccionaban futuros toritos para la producción o la venta o para algún vecino que lo elegía o para intercambiar.
Cada persona tenía su actividad. En la casa había un cajón con todos los elementos, maneas, lazos. Señalador, capador, lápiz descornador, que iba rotando por los campos que lo necesitaban. Está en uso todavía.
También se castraban los cerdos, los corderos y potrillos.
Al finalizar la tarea, alguien a caballo llevaba los animales al lote y todos se iban a disfrutar del merecido almuerzo y descanso.
Primero el mate. Se sentaban debajo del monte, mientras alguien hacia el asado.
Corderos a la estaca, lechones, carne de vaca rociados por un buen vino. De postre, los pasteles y palmeritas que hacían las mujeres.
Después seguía la fiesta, juegos de bochas, taba y naipes.
A la noche a seguir la fiesta y a dormir temprano, porque esto no terminaba en un día. Al siguiente había que bañar la hacienda. Tenían un baño hecho de material donde el animal nadaba por veinte metros en agua con antisarnicos.
Otra tarea que se realizaba antes y ahora es la vacunación.
Años atrás se compraba la vacuna de la aftosa y no se colocaba. Se devolvían los frascos vacíos a los que se les tirado el producto.
En la década del noventa aproximadamente se creó Fuvisa. Venían vacunadores al campo.
Previamente había que pedir un turno. Ellos enviaban el personal y traían la vacuna. A veces coincidía con la yerra. Se hacía cada cuatro meses. Tenía un costo elevado. Pero después de varios años se logró erradicar la aftosa y se pudo exportar.
Actualmente se sigue. Hay mucha burocracia. Las terneras tienen su caravana en la oreja. Esto es por la brucelosis, que está controlada. Muchas personas tienen esa enfermedad por no haberse hecho en el pasado una buena vacunación.
Los campos del norte del país se fueron adaptando para la cría de hacienda, ya que la Pampa Húmeda se reserva para la siembra. La genética logro animales más fuertes y resistentes a pastos más duros, con una calidad de carne más firme e inferior. También se crían en filo. Esos son terrenos pequeños, similares a corrales donde el animal casi no camina y se le dan raciones de productos preparados para el engorde y venta rápida, que a mi gusto le dan otro sabor distinto al que se cría a pasto.

Ya no es Argentina el gran productor. Dado el escaso valor, la soja, las trabas a la exportación varios productores se desprendieron de la hacienda. 

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