Norma Pagani
La yerra es una
actividad que necesariamente se debe realizar en los establecimientos que se
dedican a la cría de novillos. Generalmente, se hace en invierno para evitar
que los animales se embichen. Hace dos mil años antes de Cristo ya
se hacía en Egipto.
Consiste en extraer
los testículos, llamadas “criadillas” del animal macho pequeño, que no se deja
para reproductor. Además, se cortan las aspas, vacunan y señalan a machos y
hembras por igual.
En esta
oportunidad contaré cómo se llevaba a cabo esta tarea en el campo “San Juan” en
Cañada Seca, provincia de Buenos Aires, desde 1911 hasta hace una década
aproximadamente; aunque actualmente algunos integrantes siguen apostando a la
ganadería y haciendo la yerra normalmente, variando algunos pasos, pero
siguiendo lo enseñado por las generaciones que los precedieron.
El abuelo Juan,
junto a su esposa, hijos varones e hijas mujeres hacían de esta actividad un
vez al año un acontecimiento social donde se trabajaba y disfrutaba de
almuerzos y juegos variados.
Temprano
llegaban en carros, de a caballo y en algún Ford A, familiares de Rufino,
Piedritas, vecinos y amigos del campo y el pueblo.
Los hombres iban
al corral, donde los esperaban los terneros ya separados de sus madres que en
el lote balaban llamando a sus hijos, que respondían del mismo modo durante
toda la noche hasta que se juntaban cuando eran soltados. La noche anterior se
dejaba todo preparado.
Los agrupaban de
a diez.
Ahí comenzaba la
demostración de habilidades y destrezas. Con los lazos confeccionados por
ellos, enlazaban los animales hasta que estos caían al suelo. Algunos eran
excelentes y recibían la alabanza de los demás. No les gustaba fallar. Al estar
en el suelo, alguien lo apretaba y otro lo inmovilizaba atando mano y pata de
abajo para evitar que se parara.
Se comprobaba si
era macho o hembra. Al primero se lo castraba.
¿Quién lo hacía?
Primeramente, el abuelo Juan, después ante comentario de su hijo Clemente de
quince años, que no le gustó, este hombre de carácter fuerte, le entregó el
cuchillo capador a su hijo y le dijo: “Capá vos”. Desde ese día, por casi
setenta años se ocupó Clemente de hacerlo. Ya muy anciano entregó esta tarea a
su hijo y a su sobrino Pepe, quienes aprendieron el oficio observando al
maestro.
Se guardaban las
criadillas en un balde –ese manjar era muy codiciado, especialmente por quien
escribe– para que las mujeres los cocinaran, ya fuera asados, en milanesas, con
cebolla, perejil y ajo o en ravioles, ya que su sabor es similar al del seso.
Actualmente, hay
gente que sigue con ese sistema, otros ponen una pinza y una goma o una inyección
en los testículos, para que al cabo de varios días caigan solos. Esto evita la
pérdida de sangre, la infección y la presencia de bichos tan común en esta
tarea, ya que la sangre atrae a las moscas, que producen queresa y gusanos
posteriormente.
Al animal se lo
curaba con aceite quemado (guardado de los motores de auto o tractor) y
querosene. Ahora, se le pone un repelente comprado en la veterinaria o, según
la época, igual que antes.
Se continuaba
con el corte de las aspas o cuernitos, si los tenía. Esto se hacía con un
serrucho si eran grandes o con un cuchillo si eran pequeños y se cauterizaba
con un lápiz de descornar o un hierro caliente al rojo vivo.
Cada productor tenía
un señalador, que no se repetía, era propio y con este marcaba las orejas del
animal. Esa tarea también se hacia ese día. Si no tenía esa señal, era
considerado orejano; o sea, sin dueño y si el animal pasaba a otro campo o los
amigos del ajeno lo llevaban, no tenía reclamo.
Actualmente al
nacer se lo señala. Más pequeño es el animal, menos sufre. Había productores
pequeños que los castraban al nacer.
Después con una
marca, que se calentaba en un fuego al rojo vivo, se marcaba el cuarto trasero o
carretilla o mandíbula sobre el pelo. Para obtener esa señal había que realizar
un trámite en la municipalidad y cuando se vendía identificaba con un dibujo al
dueño una guía, que se pagaba y paga para vender. Tenía una duración de diez
años y se renovaba.
Al ir a otro
campo, el comprador ponía su señal.
Antes de largar
el animal al lote con su madre, se procedía a vacunar de carbunclo, mancha,
neumonía. Más adelante, con una sola se reunían las demás. Si tenían sarna, se
curaban con fluido o antisarnicos.
Las hembras
pasaban por todo esto excepto por la castración. Ahora ya no se las voltea, se
la pasa por la manga. La manga está en el corral, son dos tablas de madera por
donde pasan los animales. Generalmente son de madera dura. El lapacho es el más
usado. Tiene una tarima y un yugo donde se las sujeta por el cogote.
La persona puede
colocar una inyección, hacer tacto para comprobar si las hembras están
preñadas, curar de sarna o partear.
La botella de caña pasaba de mano en mano para
atenuar el frio del invierno. Actualmente, se hace en cualquier época de año,
ya que los productos que venden no permiten que el animal tenga bichos
ocasionados por las moscas. También varía la bebida, Gancia o fernet con cola. No
así el asado, aunque las mujeres en su mayoría no hacen los pasteles. Los
compran. Tengo unos sobrinos que hacen la previa con chorizos, jamón y bondiola
que ellos mismos elaboran.
Generalmente, se
seleccionaban futuros toritos para la producción o la venta o para algún vecino
que lo elegía o para intercambiar.
Cada persona tenía
su actividad. En la casa había un cajón con todos los elementos, maneas, lazos.
Señalador, capador, lápiz descornador, que iba rotando por los campos que lo
necesitaban. Está en uso todavía.
También se
castraban los cerdos, los corderos y potrillos.
Al finalizar la
tarea, alguien a caballo llevaba los animales al lote y todos se iban a
disfrutar del merecido almuerzo y descanso.
Primero el mate.
Se sentaban debajo del monte, mientras alguien hacia el asado.
Corderos a la
estaca, lechones, carne de vaca rociados por un buen vino. De postre, los
pasteles y palmeritas que hacían las mujeres.
Después seguía
la fiesta, juegos de bochas, taba y naipes.
A la noche a
seguir la fiesta y a dormir temprano, porque esto no terminaba en un día. Al siguiente
había que bañar la hacienda. Tenían un baño hecho de material donde el animal
nadaba por veinte metros en agua con antisarnicos.
Otra tarea que
se realizaba antes y ahora es la vacunación.
Años atrás se
compraba la vacuna de la aftosa y no se colocaba. Se devolvían los frascos vacíos
a los que se les tirado el producto.
En la década del
noventa aproximadamente se creó Fuvisa. Venían vacunadores al campo.
Previamente
había que pedir un turno. Ellos enviaban el personal y traían la vacuna. A
veces coincidía con la yerra. Se hacía cada cuatro meses. Tenía un costo
elevado. Pero después de varios años se logró erradicar la aftosa y se pudo exportar.
Actualmente se
sigue. Hay mucha burocracia. Las terneras tienen su caravana en la oreja. Esto
es por la brucelosis, que está controlada. Muchas personas tienen esa
enfermedad por no haberse hecho en el pasado una buena vacunación.
Los campos del
norte del país se fueron adaptando para la cría de hacienda, ya que la Pampa Húmeda
se reserva para la siembra. La genética logro animales más fuertes y
resistentes a pastos más duros, con una calidad de carne más firme e inferior.
También se crían en filo. Esos son terrenos pequeños, similares a corrales
donde el animal casi no camina y se le dan raciones de productos preparados
para el engorde y venta rápida, que a mi gusto le dan otro sabor distinto al que
se cría a pasto.
Ya no es
Argentina el gran productor. Dado el escaso valor, la soja, las trabas a la
exportación varios productores se desprendieron de la hacienda.
Aun te recuerdo leyendo esta postal en clase.
ResponderEliminarMe encantó.
Un abrazo.