martes, 3 de mayo de 2016

Crisol

Victoria Steiger

No sé si lo tengo armado para contar, pero me pareció un lindo tema para escribir.
Cuento en mis relatos en estos dos años que comparto “Contame una historia”, momentos de mi vida: viajes, “diabluras” y distintas experiencias.
Pero todo lo aprendido, vivido, creo que tiene una base. Pasa por, digamos, raíces o mezclas de generaciones anteriores.
No soy una especialista en distintas culturas.
Mi visión es muy chica y ubicada en mi propio entorno, pero en nuestro país hay una buena cantidad de intercambios culturales.
Mi idea no es armar mi árbol genealógico, sino simplemente y a mi forma básica de relato, expresar mi “mezcla” de influencias que quizás sea la de muchos en nuestro país.
Con esto, quiero contarles un poco cómo influyen en los usos y costumbres de la vida cotidiana en cada familia.
Mi papá era hijo de madre de origen italiano y alemán, y padre de origen suizo alemán.
En casa de mis padres aprendí a saborear y a cocinar distintas comidas.
El clásico pucherito, si venía con choclo y caracú era de primera, locros completos, empanadas y todas la especialidades bien de acá. Pero… ¡las comidas de mi papá o de mi mamá eran tan ricas y distintas!
Mamá hacía tortas de las clásicas alemanas. No me animo a escribir los nombres porque los sé pronunciar pero… mejor se las cuento: una era como arrollado de masa muy fina con manzana, canela, pasas de uva; otra, de chocolate rellena de dulce ácido esto en cositas dulces. En comidas hacía unas cuantas: unas torrejas de papas ralladas y fritas, que para el batallón que éramos resultaba un evento; otra que consistía en unas carnes cocinadas a la cacerola con abundante condimento, que ella servía con unos ñoquis hechos a mano.
Todas esas cosas a mi papá le gustaban; pero su raíz italiana era fuerte: las pastas con un súper estofado ganaba a cualquier menú.
Esto era una de las características que todos heredamos de casa, las otras son difíciles de describir.
Las de la parte de educación, la disciplina, honestidad, el valor de la palabra dada y tantas cosas, que no sé si eran por la mezcla de “raíces” o propias de casa.
Todo en casa era como muy ordenado en horarios, permiso de salidas, vestimenta, estudio y tareas para limpieza o cocina, para colaborar en la vida diaria.
En las cuestiones de nacionalidad, mi padre no heredó más que las costumbres de la cocina italiana, en idioma tampoco, ya que venía de dos generaciones de argentinos natos.
Mi mamá aún conserva el idioma alemán que aprendió de su abuela. Actualmente, nosotros, sus hijos, le preguntamos varias veces por qué no nos enseñó y nos dice que papá no entendía nada y era muy difícil con la cantidad que somos (les recuerdo: ocho).
Esto lo experimenté en mi propia familia, les cuento: me casé con un hijo de polacos. Mi suegra y mi suegro llegaron a la Argentina después de la segunda guerra mundial.
Mi suegro, ingeniero, venía a trabajar con un contrato del General Savio en Fabricaciones Militares. El idioma lo empezaron a aprender en Inglaterra, donde quedaron al finalizar la guerra y se conocieron y casaron.
Acá tuvieron sus hijos y siempre seguían las tradiciones de su país al que no quisieron volver por razones políticas. Polonia estaba bajo el régimen soviético.
Claro, ellos en nuestro país fueron “olvidando” lo que pasaron en la guerra. De mis suegros tendría varios relatos para contarles, en este me quedo con las influencias en mi familia.
Como verán, yo venía con una mezcla interesante, pero lo que conocía de mi familia era quizás poco. La de mi marido fue muy importante en la crianza de nuestros hijos.
Les conté de las comidas preferidas en mi casa paterna. Bueno, ahora, aprender de los gustos de mi marido fue un poco más complicado.
Algunas de las cosas las fui probando en casa de mis suegros, que para Pascuas y Navidad seguían las tradiciones polacas y sobre todo para Nochebuena; que es comida sin carne, de varios platos y allá, es pleno invierno, ¡todo muy rico en calorías y de elaboración difícil y artesanal!
Hoy, que ellos ya no están, en casa se sigue esta tradición pero por suerte mis hijas han aprendido y cada una para las fiestas colabora con distintas especialidades.
Una hace un pescado (se sirven dos de distintas formas) otra aprendió los “pierogui”, que son como capeletis rellenos de puré de papas y queso blanco que se comen con salsa de cebolla y crema.
Hay sopa de remolacha, ensalada de hongos y con todo esto dos postres que con el correr de los años pasó a un helado, que es más fácil. Por supuesto, nadie se queda con hambre.
Con este tema de las comidas hay mucho para contar, pero si este relato los agarra con hambre sería muy difícil de leer si se está haciendo una dieta estricta.
Volviendo a lo que escribí sobre el idioma alemán que mi madre no pudo enseñarnos, nos pasó en casa. Cuando nació mi hija mayor nos propusimos hablar con ella en polaco. Yo, cuando estábamos de novios con mi esposo, aprendí algunas lecciones básicas y para el nivel “bebé” llegaba.
Al año siguiente, nació nuestro segundo hijo, seguimos intentando con el idioma. Las cosas se complicaron cuando eran más (son cinco) y ya un poquito más grandes siguió mi suegra enseñándole a todos los nietos juntos.
Claro, eran muchos y de distintas edades. Los mayores aprendían un poco más y los chiquitos como mi hija menor, jugaba o se dormía una siesta.
Actualmente las cosas quedaron así: la mayor entiende algo, el segundo vive en Polonia y se fue con lo que aprendió con su abuela, que era básico, y el resto tiene nociones.
A todos les hubiese gustado saber más pero…
Eso sí, hay muchas canciones que conocen y cantan. La principal es la que se canta en los cumpleaños o los acontecimientos importantes. Se llama “Sto Lat”, que significa cien años.
Esta canción trascendió al resto de mi familia, tíos primos y a algunos amigos que la usan o la reclaman en sus respectivos cumpleaños.
Bueno, amigos espero que no les sea muy largo mi relato y me cuenten como les fue en su familia con su propio “crisol de razas”.

¡Hasta la próxima! 

5 comentarios:

  1. Muy bueno Victoria,tienes un crisol de razas en tu familia, y es bueno que tus hijos aprendan de los abuelos.
    Un abrazo.

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  2. Victoria, me encanta tu forma de relatar tus historia. Son Crónicas, que tu chispa y tus ganas de compartirlas las hace "encantadoras". Besos Carmen G.

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  3. Leería tus historias por Sto Lat!!! Hermosos recuerdos... Susana Olivera

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  4. Victoria, me encantó tu relato o mejor dicho "tu vida", con esa mezcla tan típicamente argentina. Me gustaría estar en una mesa con todos los sabores que describís, tanto polacos, como alemanes e italianos. Hasta el helado me gusta. Ja..Ja..Felicitaciones!

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