Victoria Steiger
No sé si lo tengo armado para contar, pero me pareció un lindo tema para
escribir.
Cuento en mis relatos en estos dos años que comparto “Contame una
historia”, momentos de mi vida: viajes, “diabluras” y distintas experiencias.
Pero todo lo aprendido, vivido, creo que tiene una base. Pasa por,
digamos, raíces o mezclas de generaciones anteriores.
No soy una especialista en distintas culturas.
Mi visión es muy chica y ubicada en mi propio entorno, pero en nuestro
país hay una buena cantidad de intercambios culturales.
Mi idea no es armar mi árbol genealógico, sino simplemente y a mi forma
básica de relato, expresar mi “mezcla” de influencias que quizás sea la de
muchos en nuestro país.
Con esto, quiero contarles un poco cómo influyen en los usos y costumbres
de la vida cotidiana en cada familia.
Mi papá era hijo de madre de origen italiano y alemán, y padre de origen
suizo alemán.
En casa de mis padres aprendí a saborear y a cocinar distintas comidas.
El clásico pucherito, si venía con choclo y caracú era de primera,
locros completos, empanadas y todas la especialidades bien de acá. Pero… ¡las
comidas de mi papá o de mi mamá eran tan ricas y distintas!
Mamá hacía tortas de las clásicas alemanas. No me animo a escribir los
nombres porque los sé pronunciar pero… mejor se las cuento: una era como
arrollado de masa muy fina con manzana, canela, pasas de uva; otra, de
chocolate rellena de dulce ácido esto en cositas dulces. En comidas hacía unas
cuantas: unas torrejas de papas ralladas y fritas, que para el batallón que
éramos resultaba un evento; otra que consistía en unas carnes cocinadas a la
cacerola con abundante condimento, que ella servía con unos ñoquis hechos a
mano.
Todas esas cosas a mi papá le gustaban; pero su raíz italiana era
fuerte: las pastas con un súper estofado ganaba a cualquier menú.
Esto era una de las características que todos heredamos de casa, las
otras son difíciles de describir.
Las de la parte de educación, la disciplina, honestidad, el valor de la
palabra dada y tantas cosas, que no sé si eran por la mezcla de “raíces” o
propias de casa.
Todo en casa era como muy ordenado en horarios, permiso de salidas,
vestimenta, estudio y tareas para limpieza o cocina, para colaborar en la vida
diaria.
En las cuestiones de nacionalidad, mi padre no heredó más que las
costumbres de la cocina italiana, en idioma tampoco, ya que venía de dos
generaciones de argentinos natos.
Mi mamá aún conserva el idioma alemán que aprendió de su abuela.
Actualmente, nosotros, sus hijos, le preguntamos varias veces por qué no nos
enseñó y nos dice que papá no entendía nada y era muy difícil con la cantidad
que somos (les recuerdo: ocho).
Esto lo experimenté en mi propia familia, les cuento: me casé con un
hijo de polacos. Mi suegra y mi suegro llegaron a la Argentina después de la
segunda guerra mundial.
Mi suegro, ingeniero, venía a trabajar con un contrato del General Savio
en Fabricaciones Militares. El idioma lo empezaron a aprender en Inglaterra,
donde quedaron al finalizar la guerra y se conocieron y casaron.
Acá tuvieron sus hijos y siempre seguían las tradiciones de su país al
que no quisieron volver por razones políticas. Polonia estaba bajo el régimen
soviético.
Claro, ellos en nuestro país fueron “olvidando” lo que pasaron en la
guerra. De mis suegros tendría varios relatos para contarles, en este me quedo
con las influencias en mi familia.
Como verán, yo venía con una mezcla interesante, pero lo que conocía de
mi familia era quizás poco. La de mi marido fue muy importante en la crianza de
nuestros hijos.
Les conté de las comidas preferidas en mi casa paterna. Bueno, ahora,
aprender de los gustos de mi marido fue un poco más complicado.
Algunas de las cosas las fui probando en casa de mis suegros, que para Pascuas
y Navidad seguían las tradiciones polacas y sobre todo para Nochebuena; que es
comida sin carne, de varios platos y allá, es pleno invierno, ¡todo muy rico en
calorías y de elaboración difícil y artesanal!
Hoy, que ellos ya no están, en casa se sigue esta tradición pero por
suerte mis hijas han aprendido y cada una para las fiestas colabora con
distintas especialidades.
Una hace un pescado (se sirven dos de distintas formas) otra aprendió
los “pierogui”, que son como capeletis rellenos de puré de papas y queso blanco
que se comen con salsa de cebolla y crema.
Hay sopa de remolacha, ensalada de hongos y con todo esto dos postres
que con el correr de los años pasó a un helado, que es más fácil. Por supuesto,
nadie se queda con hambre.
Con este tema de las comidas hay mucho para contar, pero si este relato
los agarra con hambre sería muy difícil de leer si se está haciendo una dieta
estricta.
Volviendo a lo que escribí sobre el idioma alemán que mi madre no pudo
enseñarnos, nos pasó en casa. Cuando nació mi hija mayor nos propusimos hablar
con ella en polaco. Yo, cuando estábamos de novios con mi esposo, aprendí
algunas lecciones básicas y para el nivel “bebé” llegaba.
Al año siguiente, nació nuestro segundo hijo, seguimos intentando con el
idioma. Las cosas se complicaron cuando eran más (son cinco) y ya un poquito
más grandes siguió mi suegra enseñándole a todos los nietos juntos.
Claro, eran muchos y de distintas edades. Los mayores aprendían un poco
más y los chiquitos como mi hija menor, jugaba o se dormía una siesta.
Actualmente las cosas quedaron así: la mayor entiende algo, el segundo
vive en Polonia y se fue con lo que aprendió con su abuela, que era básico, y
el resto tiene nociones.
A todos les hubiese gustado saber más pero…
Eso sí, hay muchas canciones que conocen y cantan. La principal es la
que se canta en los cumpleaños o los acontecimientos importantes. Se llama “Sto
Lat”, que significa cien años.
Esta canción trascendió al resto de mi familia, tíos primos y a algunos
amigos que la usan o la reclaman en sus respectivos cumpleaños.
Bueno, amigos espero que no les sea muy largo mi relato y me cuenten
como les fue en su familia con su propio “crisol de razas”.
¡Hasta la próxima!
Muy bueno Victoria,tienes un crisol de razas en tu familia, y es bueno que tus hijos aprendan de los abuelos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias Luis!
ResponderEliminarVictoria, me encanta tu forma de relatar tus historia. Son Crónicas, que tu chispa y tus ganas de compartirlas las hace "encantadoras". Besos Carmen G.
ResponderEliminarLeería tus historias por Sto Lat!!! Hermosos recuerdos... Susana Olivera
ResponderEliminarVictoria, me encantó tu relato o mejor dicho "tu vida", con esa mezcla tan típicamente argentina. Me gustaría estar en una mesa con todos los sabores que describís, tanto polacos, como alemanes e italianos. Hasta el helado me gusta. Ja..Ja..Felicitaciones!
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