Lidia Cieri
Creo que ella llegó a mediados de la década del cincuenta. Luminosa,
deseada y blanca.
Nos sentamos mirándola embelesados, paradita ahí, en el ángulo que
formaban las paredes de la cocina y el comedor diario.
No exagero. Embelesados. Venía pisando fuerte a reemplazar a aquella que
nos había acompañado varios años. A esa de metal revestida en madera.
Bienvenida, Siam. Ya no tendríamos que ir todos los días a la carnicería.
Habría siempre agua congelada en las cubeteras, frutas y bebidas frescas.
Ya no esperaríamos al camioncito del hielero que pasaba todos los
mediodías. Un señor cortaba la barra de hielo con un gancho puntudo y, envuelto
en algún trozo de tela en desuso, llevábamos el pedazo de hielo a la casa.
La Siam fue tan noble que se hizo para durar muchos años. La nuestra
sobrevivió funcionando hasta hace casi diez años y solo recibió la visita de un
mecánico cuando alguien, no se supo nunca quién, forzó la manija que tenía una
bolita blanca en el extremo y se rompió.
Terminó sus días llena de grasa en una fábrica. Con grasa, pero sana y
servicial hasta el final.
¿Quien no conoció o tuvo una SIAM en aquella época? era un todo un símbolo.
ResponderEliminarQué lindo recuerdo hecho poesía.
Un abrazo.