Ana María Rugari
Después de recibirme de Maestra Normal en la Escuela Normal
Nº1 de calle Mendoza entre Entre Ríos y Corrientes, frente a la Plaza
Sarmiento, donde está la estatua de Sarmiento y que yo cuando era chiquita le
decía “papá”, porque papá era parecido a él y sobre todo porque era
completamente pelado, como Sarmiento, pues bien, sigo con mi relato, terminado
quinto año con excelentes calificaciones, resolví hacer el Profesorado de
Jardín de Infantes. En el Normal todavía no se había creado, así que me
inscribí en el Colegio “Adoratrices”; rendí, me da un poco de vergüenza
decirlo, pero fui la mejor en dibujo, canto y relatos infantiles. Lógicamente,
era pago y mi hermana se hizo cargo de las cuotas. Yo no podía dejar que ella
trabajara y lo gastara en mí; por lo tanto, di voces e inclusive puse un aviso
en “La Capital” para preparar alumnos para ingreso, en todas las escuelas,
salvo el “Politécnico” y el “Superior de Comercio”. Fue un éxito, tuve quince
alumnos a los cuales preparé durante todo el año, aprobaron todos y entraron,
algunos a la mañana otros a la tarde. Eso fue durante 1961. Las clases en
“Adoratrices” empezaban a las 13.30 y terminaban las 17.30, así que tenía
grupos por la mañana y otros después de las 18. Como no les daba todos los
días, sino tres veces por semana, me quedaban tres días para hacer algo más y
tuve la suerte que una profesora de la “Cultural” me contratara para leerle al
padre que estaba casi ciego, así que iba martes, jueves y sábados de 8 a 11.
Comenzábamos con el diario, las noticias más importantes y luego los
obituarios. El señor tenía una biblioteca enorme con libros casi exclusivamente
de Medicina ya que él había sido ginecólogo. Algunas veces me hacía leer sobre
el tema y otras sobre libros de expediciones y viajes. En realidad eran muy
interesantes y las tres horas pasaban volando, hasta que un día me dijo que
quería mostrarme algo y me llevó a la Biblioteca. Yo no había notado una gran
mesa angosta y alta que estaba cerca de una puerta. Sobre esa mesa alta había
frascos y yo casi no podía creer lo que veían mis ojos. Él me dijo que en esos
frascos estaban sus hijos que no habían llegado a término, Le pedí por favor
que no me los mostrara porque no lo iba a soportar. El siguió hablando como si
no me hubiera oído y yo me di vuelta y fui hacia el escritorio, allí lo esperé
a que volviera y le dije que no volvería a leerle. Reconozco que era muy joven,
que eran otros tiempos y que yo amaba la vida. Fui otra semana más, para
terminar el mes, y después hablé con la hija, reconoció y me agradeció el haber
hecho feliz a su padre.
Luego, me llamaron de una escuela para reemplazos. Hablé con
los chicos de la mañana si no tenían inconveniente a venir por la tarde, así
que a los quince los tuve después de las 18.
La escuela creo, si mal no recuerdo, era la Nº 117 de “La
Guardia”, en Presidente Roca y Uriburu. Por suerte, tuve muchos reemplazos en
casi todos los cursos, estaba muy bien pagada, pero llegaba agotada, Tomaba un
caldo “Knorr Suiza” y me iba a “Adoratrices”.
Hice el primer año y en diciembre de 1961 me llamaron de un
laboratorio de análisis para pasar los resultados a máquina. Como siempre
llegaba temprano, la enfermera que estaba al frente del laboratorio me quería
enseñar, yo le dije que gracias pero yo estaba para pasar los resultados. Un
día me dijo que iba a venir el señor Sapero y que lo dejara pasar. Yo no lo
conocía, pero hice lo que me habían mandado. El señor Sapero, no era el
apellido, sino que traía sapos en una bolsa de arpillera. Me dio la bolsa y yo no
la agarré fuertemente y, cuando la dejé en el piso del laboratorio, los sapos
se escaparon y la enfermera me hizo buscar a todos y volver a ponerlos en la
bolsa. En cuatro patas estaba yo buscando debajo de la mesa o debajo de los
aparatos. Se usaban para inyectarle la orina de las posibles embarazadas y la
reacción consistía en inyectar 10 centímetros cúbicos de orina en el saco
linfático lateral, dejar el animal en reposo de dos a tres horas y luego tomar
de la cloaca unas gotas de orina que se examinan en el microscopio. En caso de
ser positivo, se ven los espermatozoides del sapo en medio de su orina y en
caso negativo no están estos elementos presentes.
La reacción se llamaba de Galli-Mainini. Después de tantos
años, me acuerdo del nombre de este análisis. Una amiga médica me dijo que hace
muy pocos años que se dejó de usar.
Ya estamos en 1962 y el 23 de febrero me llaman de la
“Cultural Inglesa” para ver si quería ir a trabajar. Al día siguiente fui y
estuve durante trece años hasta que nacieron mis hijos en 1975, y dejé. Mi
esposo trabajaba en Pasa Petroquímica, en Puerto San Martín, y ganaba bien y yo
me dediqué a mi hijo Juan Ignacio y después de veintitrés meses llegó Esteban.
Pasé 17 años sin trabajar, gozando de mi matrimonio, de mis hijos y de mis
perros hasta que en 1992 volví a la “Cultural” hasta que me jubilé.
Y
ahora estoy contándoles mi historia de vida a ustedes, mis amigos de “Contame
una Historia”.
¡Que vergüenza amiga, nunca pediste un plan al gobierno para no tener que trabajar! Claro, era otra época y otra enseñanza. Hoy todo sería diferente...
ResponderEliminarPero es lo que nos enseñaron y hoy con orgullo lo contamos.
Un gran abrazo y gracias por compartir.
Será que en casa nunca vi a mi madre sentada sin hacer nada,siempre con una costura, o limpiando verduras, o pasando cera a los pisos y luego sacarle brillo con el cepillo pesado o con los patines... yo no uso el cepillo pesado, pero tampoco me gusta estar sin hacer nada. Gracias Luis como decís nos enseñaron a ser útiles y a trabajar y sentir orgullo por ello.
EliminarComparto parte de esa historia de vida. Me enorgullece hacerlo!
ResponderEliminarGracias, Susy, sé que trabajaste y estudiaste con mucho esfuerzo ya que estabas casada y tenías que atender a Jorge, un ángel caído del Cielo, pero como dice Luis somos de otra época y a mí también me enorgullece serlo. Gracias amiguita.
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