jueves, 24 de septiembre de 2020

El frasco de dulce

 José Mario Lombardo

 

Es bueno, en estos tiempos tan difíciles, percibir que, a pesar de las circunstancias, continúa activo el deseo de relatar, de escribir, de recordar.

Lo inesperado que nos reserva el solo hecho de vivir, una vez más se ha manifestado. Aparecieron de repente circunstancias que primero fueron lejanos sucesos en otros países, pero que con la velocidad del rayo nos cayeron encima.

Ahora bien, se me ocurre que esto siempre es así.

Aunque la mayoría de las veces no llegamos a percibirlo, el instante que viene siempre nos presentará situaciones no previstas. La mayoría serán pequeñas señales que acostumbramos adoptar como hechos cotidianos y otras, episodios de cierto interés, o acaso también de suma importancia en nuestra vida, que luego, incorporados a nuestro pasado, se constituyen en sucesos dignos de recordar.

Así uno recuerda.

Estos días, no hay duda que serán recordados, rememorados, analizados. Y seguro que lo tendrán merecido, son sucesos muy pesados, muy duros.

Pero es interesante también que nos preguntemos por los otros, por aquellos que nos ocurren de ordinario en el instante que viene y que, por ser hechos cotidianos, quizás no los recordemos o como se suele decir: “han de caer en el olvido”.

Ese tipo de sucesos, esos hechos cotidianos son precisamente los que trata de rescatar, aquel que acostumbra describir esas pequeñas señales que dejó el “instante que viene”.

Recuerdo el ejemplo del profesor mostrando un frasco de dulce vacío que el llenaba con pelotitas de ping-pong. Entonces, cuando el frasco quedaba colmatado, recurría a las bolitas de vidrio que nos había secuestrado en el bolsillo y que llenaban los vacios que las pelotitas no podían llenar. Luego tomaba unas finas piedritas que había traído de la vereda y otra vez, aquel frasco permitía la entrada de ese material más fino. Después recurría a arena. Después a una fina arcilla y por fin, nos preguntaba si considerábamos que el frasco estaba completo. Nosotros convencidos considerábamos que sí, que ya el frasco no admitía otro elemento.

Así nos demostraba como se colmaba la existencia donde los grandes, los medianos y los pequeños hechos tejían la trama que conformaban nuestro diario vivir.

Ya estaba. Habíamos completado la jornada. No quedaba nada por hacer. Podíamos sentirnos satisfechos. Ya sabíamos que cada jornada, siempre llegaría a su fin con el frasco totalmente lleno.

Pero cuando ya nos sentíamos convencidos de que aquel ejemplo nos había enseñado todo. Cuando sonaba el timbre anunciando el final de la clase, él con un ademán, nos pedía un segundo más, tomaba una jarra de agua y procedía cuidadosamente a verter el líquido en el interior del frasco sin derramar una gota.

La verdad que después, no abundaba en palabras ni sentencias. Simplemente, nos dejaba pensando.

Cuando Hiroshima ardió en una bola de fuego, alguien, en algún lugar estaba cosechando trigo. Cuando desaparecieron la Torres Gemelas yo iba en auto por la autopista Rosario, Córdoba. Cuando Explotó el edificio en Calle Salta, habíamos ido a la Facultad de Ciencias Económicas a buscar unos documentos. Cuando Argentina hacía el gol contra Holanda en el mundial del 78, alguien enterraba libros en el patio de su casa. El 2 de abril del 82, preparábamos a los chicos para ir a la escuela. En la mañana del temblor de Caucete, el lechero nos había dejado las botellas de leche en la puerta. El Sputnik estaba en órbita y pasaba sobre nuestras cabezas mientras íbamos al cine el día jueves porque daban “dos argentinas”…

Vamos poco a poco completando el contenido del frasco. Eso sí, siempre teniendo la precaución de mantener un orden que se desplace desde lo más voluminoso hacia lo casi impalpable pues esa es la manera de lograr que todo quepa. Porque también aparecerán pequeñas partículas como el sabor de una fruta, el partido del domingo, las reuniones de cumpleaños, los amigos del colegio, los viajes de placer, las comidas con amigos y tantas otras cosas mínimas, pero muy importantes que no deben quedar afuera.

Y, así, de acuerdo a las instrucciones del profesor, habremos de completar con mucho esmero nuestro frasco de dulce.

Ahora, seguro que nos vamos a preguntar para cuando el toque final: para cuando el agua.

Bueno, el agua mantengámosla a nuestro alcance y al final, cuando suene el timbre y antes de salir de clase, procedamos a volcarla cuidadosamente en el frasco sin derramar gota alguna.

Ese habrá de ser nuestro relato sobre el “instante que viene”. 

3 comentarios:

  1. José qué buena enseñanza y cómo perduró en tu memoria. Ese " instante que viene" se da a muchas interpretaciones. Yo me pregunto quién pondrá el "agua en ese frasco, hasta la última gota" me encantó tu relato. Carmen Gastaldi

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  2. La verdad que estuvo bueno recordar con esta historia que estábamos haciendo en ese momento de la vida es sentirse vivo bravo

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  3. Me pareció interesantísima la enseñanza del profesor y gracias a tu recuerdo lo tendré en cuenta. Hasta siempre

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