Carmen Gastaldi
…tilín, tilín…, talán, talán…
pasa el tranvía por Tucumán…
De madera, aparentando ser de
metal, con dos plataformas o cabeceras, una en cada extremo, dibujando estas un
medio hexágono y otras veces un medio octógono. Cuatro puertas, con escaleritas
para ascender o descender. Pasamanos, oscilando arriba, pendiendo de una barra
fija de extremo a extremo, otros, como manivelas de bronce, en los espaldares
de los asientos. Los asientos, construidos con brillantes listones de madera y,
con la cualidad de cambiar su orientación, según el motorman lo condujera desde
una u otra plataforma.
“Motorman”, el vocablo inglés que
se usaba para referirse al conductor. Este era el que manejaba y siempre iba,
por lógica, en la plataforma delantera. El otro personaje era “el guarda”, que
viajaba recorriendo los asientos, vendiendo los boletos; o sea, cobrando el
pasaje por el viaje. Luego, se quedaba atrás, que era por donde subían los
pasajeros.
Los tiradores sobre el techo, lo conectaban a
la red eléctrica, gracias a la cual andaban. Las ruedas de metal, sobre los
rieles o también llamados vías férreas, que se extendían a lo largo, a ras del
empedrado por todas las calles por las que circulaban.
Las ventanillas, ¡las disputadas
ventanillas!, que podías subir en esos días en que el calor agobiaba,
permitiendo que corriera el viento. Estaban provistas de cortinas, que
acomodabas según te molestara el sol.
Eran sumamente ruidosos y algunos
tenían recorridos tan largos que se hacían esperar mucho en las esquinas y
cuando llegaban, muchas veces pasaban de largo, porque llevaban tantos pasajeros,
que algunos viajaban colgados.
A muchos de estos pasajeros, les
gustaba viajar en esta situación para no pagar boleto. Se ascendía por atrás y
se descendía por adelante. Entonces, los colgados, muy amablemente, se bajaban
en todas las esquinas para ceder el lugar a los que subían y, por supuesto,
seguir viajando gratis.
Cuentan que fue pasando mediado del
siglo XIX que aparecen, por primera vez, en Rosario los tranvías tirados por
caballos. Desde entonces pasaron muchos inviernos, muchos veranos, como
siempre, el tiempo pasó implacable.
Recién los conocí y los utilicé
allá por fines de la década del 50. La línea 6, que desde Rosario Norte,
llegaba hasta Gaboto y Necochea, me llevaba hasta la escuela, a la casa de mis
tíos…. La tomaba en Virasoro y Necochea, por esta hasta avenida Pellegrini, por
la senda central, en la que la gente esperaba para subir o para descender,
luego tomaba Balcarce y al llegar a Santa Fe, descendíamos todas las chicas del
“Normal” y del “Urquiza”. Seguía su viaje casi vacío. Luego, a la vuelta, subía
en Alvear y Santa Fe, volvía a tomar Pellegrini, cuando doblaba en Necochea, al
llegar a la altura de calle La Paz, la doble vía se convertía en una. Entonces,
si veníamos con suerte, pasábamos sino había que esperar que pasara el que
venía en sentido contrario, ya que desde 27 de Febrero solo había una vía para
transitar hasta La Paz o viceversa.
Te cuento que los viajes en el “6” eran como
la previa, pero la previa de la escuela. Todas las chicas del “Superior”, del
“Rivadavia”, de la “Dante”, del “Urquiza” y del “Normal” viajábamos en el mismo
horario. Por supuesto, también los varones, a los que se sumaban los del “Poli”
y los del “Nacional 1”. En los horarios de entrada y salida de las escuelas,
casi éramos los únicos pasajeros. Nos amontonábamos en los asientos a los que
muchas veces les cambiábamos la orientación del respaldo para quedar
enfrentadas y poder cuchichear mejor. El motorman y el guarda nos tenían gran
paciencia. Las risas, las conversaciones de una punta a la otra, los chistes,
las cargadas con algún chico… Ellos eran más discretos. Nosotras, ¡siempre
alborotadas!
El 7, el 8 y el l8 cruzaban partes del centro
y luego tomaban por avenida San Martín hacia el sur. El 5 y el 25 pasaban ida y
vuelta por Salta. En la ida llegaban hasta el control pasando por avenida
Alberdi y bulevar Rondeau. Te dejaban justo en la calle de la bajada para el
balneario La Florida.
El 22, por 27 de Febrero, llegaba hasta el
puerto, que, para esa época, tenía allí una entrada para la gente. Los
domingos, las familias, los mates, las cañas de pescar eran también pasajeros
de esta línea. No había tantos autos y los que había eran de las clases más
pudientes. Era una sociedad con una gran brecha, casi no existía la clase
media, los trabajadores circulaban en bicicletas o en el tranvía.
El 11 te llevaba hasta el barrio Saladillo,
zona sudeste de la ciudad, de frigoríficos, barrio de las “Quebradas del
Saladillo”, pequeños saltos de agua del arroyo, que en el verano convocaban
mucha gente. Cada barrio tan peculiar, tan distintos entre sí eran recorridos
por tranvías. Por sus ventanillas, podías ver esta peculiaridad. Por ejemplo,
las largas cuadras del Saladillo, albergando algunas casas sencillas, pero la
mayoría de ellas eran y algunas siguen siendo, pequeños castillos, ubicados en
los centros de los terrenos, rodeados de parques, con bancos, escalinatas,
esculturas y. apenas un poquito más allá, pasando la escuela Aristóbulo del
Valle, en las calles transversales a las avenidas, muy cercana al arroyo, la
“villa” comenzaba a mezclarse con el suntuoso paisaje casi inglés.
En los años 80, trabajé en esa escuela, que
dado la gran población infantil de la zona, teníamos que funcionar en tres
turnos. Allí vi mezclarse a los niños de un Hogar de Huérfanos, los de familias
muy pobres y los otros, los de las grandes mansiones…
Muchas líneas que yo no recuerdo, tal vez
porque nunca las usé, pero sí recuerdo que los tranvías, con su andar y su
campanilla, rompían el silencio. ¿Será por eso que los sacaron de nuestro
paisaje cotidiano? Adentro, toda una
aventura. Estudiantes, obreros, oficinistas, docentes, ¡todos usábamos el
tranvía! También, los carteristas, los aromas indeseados y los “arrimadores”…
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ResponderEliminarCuando viajé a Europa pude transitar sobre modelos nuevos, pero también sobre modelos similares a los que teníamos en Rosario. Que lástima que los hayamos sacado
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