martes, 20 de octubre de 2015

El tranvía

Carmen Gastaldi

…tilín, tilín…, talán, talán…
 pasa el tranvía por Tucumán…

De madera, aparentando ser de metal, con dos plataformas o cabeceras, una en cada extremo, dibujando estas un medio hexágono y otras veces un medio octógono. Cuatro puertas, con escaleritas para ascender o descender. Pasamanos, oscilando arriba, pendiendo de una barra fija de extremo a extremo, otros, como manivelas de bronce, en los espaldares de los asientos. Los asientos, construidos con brillantes listones de madera y, con la cualidad de cambiar su orientación, según el motorman lo condujera desde una u otra plataforma.
“Motorman”, el vocablo inglés que se usaba para referirse al conductor. Este era el que manejaba y siempre iba, por lógica, en la plataforma delantera. El otro personaje era “el guarda”, que viajaba recorriendo los asientos, vendiendo los boletos; o sea, cobrando el pasaje por el viaje. Luego, se quedaba atrás, que era por donde subían los pasajeros.
 Los tiradores sobre el techo, lo conectaban a la red eléctrica, gracias a la cual andaban. Las ruedas de metal, sobre los rieles o también llamados vías férreas, que se extendían a lo largo, a ras del empedrado por todas las calles por las que circulaban.
Las ventanillas, ¡las disputadas ventanillas!, que podías subir en esos días en que el calor agobiaba, permitiendo que corriera el viento. Estaban provistas de cortinas, que acomodabas según te molestara el sol.
Eran sumamente ruidosos y algunos tenían recorridos tan largos que se hacían esperar mucho en las esquinas y cuando llegaban, muchas veces pasaban de largo, porque llevaban tantos pasajeros, que algunos viajaban colgados.
A muchos de estos pasajeros, les gustaba viajar en esta situación para no pagar boleto. Se ascendía por atrás y se descendía por adelante. Entonces, los colgados, muy amablemente, se bajaban en todas las esquinas para ceder el lugar a los que subían y, por supuesto, seguir viajando gratis.
Cuentan que fue pasando mediado del siglo XIX que aparecen, por primera vez, en Rosario los tranvías tirados por caballos. Desde entonces pasaron muchos inviernos, muchos veranos, como siempre, el tiempo pasó implacable.
Recién los conocí y los utilicé allá por fines de la década del 50. La línea 6, que desde Rosario Norte, llegaba hasta Gaboto y Necochea, me llevaba hasta la escuela, a la casa de mis tíos…. La tomaba en Virasoro y Necochea, por esta hasta avenida Pellegrini, por la senda central, en la que la gente esperaba para subir o para descender, luego tomaba Balcarce y al llegar a Santa Fe, descendíamos todas las chicas del “Normal” y del “Urquiza”. Seguía su viaje casi vacío. Luego, a la vuelta, subía en Alvear y Santa Fe, volvía a tomar Pellegrini, cuando doblaba en Necochea, al llegar a la altura de calle La Paz, la doble vía se convertía en una. Entonces, si veníamos con suerte, pasábamos sino había que esperar que pasara el que venía en sentido contrario, ya que desde 27 de Febrero solo había una vía para transitar hasta La Paz o viceversa.
 Te cuento que los viajes en el “6” eran como la previa, pero la previa de la escuela. Todas las chicas del “Superior”, del “Rivadavia”, de la “Dante”, del “Urquiza” y del “Normal” viajábamos en el mismo horario. Por supuesto, también los varones, a los que se sumaban los del “Poli” y los del “Nacional 1”. En los horarios de entrada y salida de las escuelas, casi éramos los únicos pasajeros. Nos amontonábamos en los asientos a los que muchas veces les cambiábamos la orientación del respaldo para quedar enfrentadas y poder cuchichear mejor. El motorman y el guarda nos tenían gran paciencia. Las risas, las conversaciones de una punta a la otra, los chistes, las cargadas con algún chico… Ellos eran más discretos. Nosotras, ¡siempre alborotadas!
 El 7, el 8 y el l8 cruzaban partes del centro y luego tomaban por avenida San Martín hacia el sur. El 5 y el 25 pasaban ida y vuelta por Salta. En la ida llegaban hasta el control pasando por avenida Alberdi y bulevar Rondeau. Te dejaban justo en la calle de la bajada para el balneario La Florida.
 El 22, por 27 de Febrero, llegaba hasta el puerto, que, para esa época, tenía allí una entrada para la gente. Los domingos, las familias, los mates, las cañas de pescar eran también pasajeros de esta línea. No había tantos autos y los que había eran de las clases más pudientes. Era una sociedad con una gran brecha, casi no existía la clase media, los trabajadores circulaban en bicicletas o en el tranvía.
 El 11 te llevaba hasta el barrio Saladillo, zona sudeste de la ciudad, de frigoríficos, barrio de las “Quebradas del Saladillo”, pequeños saltos de agua del arroyo, que en el verano convocaban mucha gente. Cada barrio tan peculiar, tan distintos entre sí eran recorridos por tranvías. Por sus ventanillas, podías ver esta peculiaridad. Por ejemplo, las largas cuadras del Saladillo, albergando algunas casas sencillas, pero la mayoría de ellas eran y algunas siguen siendo, pequeños castillos, ubicados en los centros de los terrenos, rodeados de parques, con bancos, escalinatas, esculturas y. apenas un poquito más allá, pasando la escuela Aristóbulo del Valle, en las calles transversales a las avenidas, muy cercana al arroyo, la “villa” comenzaba a mezclarse con el suntuoso paisaje casi inglés.
 En los años 80, trabajé en esa escuela, que dado la gran población infantil de la zona, teníamos que funcionar en tres turnos. Allí vi mezclarse a los niños de un Hogar de Huérfanos, los de familias muy pobres y los otros, los de las grandes mansiones…
 Muchas líneas que yo no recuerdo, tal vez porque nunca las usé, pero sí recuerdo que los tranvías, con su andar y su campanilla, rompían el silencio. ¿Será por eso que los sacaron de nuestro paisaje cotidiano?  Adentro, toda una aventura. Estudiantes, obreros, oficinistas, docentes, ¡todos usábamos el tranvía! También, los carteristas, los aromas indeseados y los “arrimadores”…

2 comentarios:

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  2. Cuando viajé a Europa pude transitar sobre modelos nuevos, pero también sobre modelos similares a los que teníamos en Rosario. Que lástima que los hayamos sacado

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