jueves, 15 de septiembre de 2016

La historia que faltaba

José Mario Lombardo

Es indudable que con este asunto de nuestro curso de “contar historias”, nos la pasamos buscando precisamente esas historias. A veces, uno las encuentra de repente porque algún suceso nos lleva a recordar. Ahora, ocurre en otras oportunidades que teniendo la historia delante de los ojos no la vemos, acaso por cotidiana o porque al convivir con ella uno no percibe que está metido en la historia esencial, la que debería haber contado desde el principio y que por obvia, ignoraba.
Y a mí me ocurrió. Y ahora que la veo, que la tengo conmigo, no voy a perder la oportunidad.
Gabriel nació en junio del 70. El primogénito, el preferido. Alzado, abrigado y protegido por cuanta tía, abuela o vecina se le atravesase por el camino. Pero poco le duró porque en julio del 72 llegó Federico, un rubio con cara de gringo de una flacura devastadora insuperable. Cómo habrá sido, que el médico, luego de varios intentos de engorde se dio por vencido y dijo con resignación que evidentemente era así nomás y había que dejarlo. Para completar el trío, Ernesto nació en agosto del 74, en plena mudanza, pues salimos para el Policlínico Italiano desde Rioja y Santiago, donde teníamos un departamento que habíamos vendido, y regresamos con el nuevo hermanito a una casa prestada por uno días hasta que nos entregaran la nuestra.
¡Tres varones!, la alegría del hogar, uno dormía en un moisés que parecía una canasta, otro gateaba por todos lados y el primogénito ya había comenzado a inspeccionar cuanto mecanismo existiese a su alrededor.
Y cuando todo parecía encaminado hacia la normalidad: ¡llegó la Jochi!. En pleno Mundial 78. En junio de ese año, nació María José. Algunos decían que le habíamos puesto dos nombres como cábala. Otros que le habían puesto mi nombre a propósito para asegurar la interrupción del proceso de crecimiento del grupo familiar y, por fin, Federico se lamentó, porque “ahora ya ni siquiera era el del medio”.
Todos hicieron la primaria en “la Mariano Moreno” de calle Paraguay. Después, Gabriel prefirió “el San José” y allá se fue a estudiar electrónica. Los otros tres terminaron la secundaria en “el Superior de Comercio”.
Gabriel, siempre tuvo inclinación por la mecánica y demás cuestiones técnicas y desde muy chico comenzó a hacer electricidad del automotor. Cuando se recibió de ingeniero mecánico dejó el taller, pero se fue a hacer cosas parecidas en una fábrica de aceite de soja en Puerto San Martín.
Federico estudió guitarra con varios profesores, pero algo alejado de la música, hoy es contador público y un excelente profesor en la Facultad de Ciencias Económicas. Siempre organizó los viajes, las reuniones y las comidas con sus amigos y me parece que esa es su verdadera vocación.
Ernesto también pintaba para buen músico y buen cantor y es un buen jugador de fútbol, pero en realidad se dedica a reparar caderas, columnas e insertar clavos de platino en los lugares indispensables. Siempre nos desconcertó, estudió un secundario comercial y cuando terminó dijo que quería ser médico. Y es médico.
Y a Jochi le hicimos hacer de todo. Tenía que ser la niña de la casa: diez años en la escuela de danzas y todos los cursos de inglés que existían en “la Cultural”. Cuando creció, estudió un profesorado de historia, pero su vocación la llevó a ser maestra. Es maestra hasta el final. Para mejor ahora usa unos anteojos enormes que le dan un aire a maestra que mata.
Y estos cuatro seres heterogéneos, amigueros, tan distintos y tan iguales, conforman nuestro mundo. Le han dado forma a nuestra vida desde hace ya más de cuarenta años. ¿Cómo no me había dado cuenta antes?: tenía la historia principal delante de la nariz y no la veía. ¡Se confundían con el paisaje!
 Pero esto no hubiera sido posible sin el centro generador. Siempre es necesario para que ocurra un suceso que algo lo desencadene. Algo que lo ponga en movimiento. Y ese centro, ese punto de energía que disparó nuestro pequeño universo en expansión, está a mi lado desde hace casi cincuenta años: los cobijó desde antes de nacer, los crió, los vistió, los cuidó, les hizo las tortas de cumpleaños, las empanadas, los “lemon pie”, y continúa aún cuidando lo que sigue: los nietos que han llegado para repetir la vida. 
Casi todos los domingos nos reunimos a comer. Es una mesa ruidosa, llena de chicos que piden “agua por favor” y grandes que cocinan, discuten, cantan, lavan platos (a veces) y yo los miro y no me doy cuenta que son mi historia necesaria.

2 comentarios:

  1. José muy interesante tu historia. Nosotros tuvimos cinco hijos, por eso te comprendo tanto. Cuán llena de historias está nuestras vidas. Gracias por compartir.Noemí Peralta.

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  2. Muy linda tu historia. También nosotros con cinco tenemos muchas historias, tu descripción es buenísima! Victoria

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