Patricia Pérez
Parece una paradoja, el barrio del centro.
Habíamos comprado una casa que se encontraba en Zeballos entre San
Martín y Sarmiento. Allí, fue donde nos mudamos.
Eran otras épocas, en las que los niños podían caminar por la calle
y jugar en las veredas.
Mi madre me mandaba a la granja que estaba en San Martín y Zeballos.
Yo iba con la bolsa de red con manijas redondas de plástico, hoy reemplazadas
por las bolsas de tela de propaganda.
No existían las botellas de plástico, así que se compraba la gaseosa
en botellas de vidrio, como la Bidú Cola o la Indian Tonic, llevando el envase.
También estaba el viejo almacén en 9 de julio y San Martín.
Tenía sus frascos de vidrio repletos de mercadería que se expendía
suelta por peso. Te envolvían la compra en un papel que se cerraba como una
empanada. Tenían la vieja balanza de plato.
Los mostradores eran largos de madera y las vitrinas de puertas corredizas
En la esquina de Zeballos y San Martín, en diagonal a la granja,
estaba “La casa de las lanas”. Era un negocio en el que conseguías de los
hilados y lanas más variados, con el tiempo se convirtió también en academia de
tejidos porque apareció la hermosa máquina de tejer Knitax.
Todo era familiar. Te saludabas con los vecinos, y hasta el
almacenero te esperaba y a cambio de la compra te regalaba un chupetín.
La casa donde vivía era planta alta; pero muy espaciosa y con todas
las comodidades.
Yo me entretenía tejiendo historias que ideaba cuando abría la
ventana del patio de atrás y veía los vidrios tipo vitral, que hacían de techo
cubierto del patio de debajo de nuestros vecinos.
En otro momento, subía a la terraza, que era enorme y desde allí
veía esa cantidad de familias que vivían amontonadas. Poco después supe que a sus
viviendas se las llamaba conventillos.
Eran construcciones raras. El frente, una sola entrada, y al
atravesar la puerta te encontrabas con una gran cantidad de habitaciones arriba
y abajo, que tenían en común un patio. Allí jugaban los chicos. En las barandas
se veían tandas de ropa colgada. Vivía gente de bajos recursos; y a mí me
llamaba la atención, porque se juntaban muchos chicos en el patio e inventaban
juegos que me parecían divertidos.
Muchas veces me asomaba para satisfacer la curiosidad.
Había distintos conventillos, los del patio en el medio y del otro
lado de mi casa había otros con techos altísimos y balcones a la calle. Se les decía
pensiones.
Con el tiempo, los viejos conventillos comenzaron a desaparecer,
fueron derrumbados y reemplazados por edificios.
El barrio se fue transformando en altas construcciones y
departamentos con pasillos anchos y llenos de flores.
Hay muchos negocios y cuesta conseguir estacionamiento.
La casa donde yo vivía está, porque era una construcción moderna. Lo
único que se cambió fue su puerta principal por una más segura.
Ya no es el barrio donde nos conocíamos todos, donde jugábamos en la
puerta. Hoy es parte del microcentro.
Ahora pasan apresurados los señores con ataché.
El progreso se lleva todo, solo quedan los recuerdos.
ResponderEliminarLa casa de las lanas pertenece a mi pasado y mi presente, dado que su dueños aun son mis clientes y he compartido con ellos varios emprendimientos, mi hijo mayor se convirtió en programador e hizo un viaje a Japón gracias a ellos que lo enviaron a perfeccionarse.
Gracias por tu recuerdo.
Un abrazo.