Ana María Rugari
Hoy es jueves y he terminado de hacer los
huevos de Pascua para mis nietitos, lo único que me falta es ponerles las
sorpresas, cerrarlos y adornarlos. Me encanta hacerlos y me distraigo. Tanto me
distraje que, cuando fui a sacar uno del frío, se cayó y se rompió y vuelta a
empezar derritiendo el chocolate. Ya está todo listo. La caja que irá a Posadas
y los otros huevos para San Lorenzo, uno para mi vecinita y uno mucho más
pequeño para una amiga que tengo en el Geriátrico cerca de casa.
Mientras los hacía recordaba cuando yo era
chica, es decir hace casi setenta años, ¡cuántos! No se acostumbraba regalar ni
comprar huevos de Pascua, porque no existían. Estaba solamente la rosca de
Pascua con tres o cuatro huevos pegados en la masa y sobre la masa había crema
pastelera. Se comía como postre al final de la comida del domingo de Ramos o del
domingo de Pascua. Ahora, ¡hay tantas cosas diferentes a la época en que yo era
chica!
Recuerdo un día de otoño, un domingo con
un sol suave que acariciaba las mejillas, decidimos con mamá y mi hermana ir al
cine. Miramos la cartelera de los cines cercanos a casa como, el Ambassador, El
Nilo, Esmeralda o el Bristol, y no nos gustó ningún programa; así que decidimos
salir a caminar por Pellegrini hasta el Parque Independencia, fuimos hasta el
laguito y dimos algunas vueltas en una lancha con toldito. El agua estaba muy
limpia y se podían ver los peces de colores; mejor dicho, de un solo color,
eran todos anaranjados, eran muy bonitos. Viendo ahora, en estos días, el agua con
papeles, latas, y sin peces, me lleno de melancolía. Volvimos a casa caminando
por las veredas aún con sol y cuando llegamos tomamos un café (de Bonafide,
Franja Blanca) con leche con unos pañuelitos rellenos de dulce de batata que mamá
había hecho. Realmente no sé en qué momento los hizo, pero ella se las
arreglaba para que siempre tuviéramos algo dulce para la leche.
Un día, mi hermana y yo estábamos algo
aburridas, y mamá nos propuso algo maravilloso,
Hacer un bautismo general para todos los
muñecos, no solo los nuestros, sino también los de las amigas vecinas de la
cuadra. En esa cuadra éramos tres Ana María, Vilma vivía justo frente a casa y
Ramona. Ramona era algo mayor y no tenía mamá, y ayudaba a su papá haciendo
empanadas y tortas fritas para venderlas frente a las canchas de fútbol. Todas
las chicas la dejaban de lado y a mí me pareció una ocasión especial para
reunirnos.
Yo las iba a ir invitando para la gran
celebración que tendría lugar el sábado siguiente por la tarde. Pero había un
problema, éramos todas niñas y no había varones; por lo tanto, no habría
sacerdote que bautizara. Pero mamá, siempre atenta a resolver obstáculos,
invitó a mi primo segundo, Hugo, que estaba cursando el primer año del
Seminario. Por suerte, aceptó. Mamá preparó una mesa redonda con un mantel
blanco y puso sobre la misma una fuente honda también blanca. Le puso agua
hasta la mitad y ya estaba todo preparado. Cuando llegó Hugo, mamá le puso una
carpeta grande al crochet con borlas en los bordes y le unió los costados con
un broche dorado.
El gran evento tendría lugar justo a las
tres de la tarde. Todas las chicas trajeron más de una muñeca y dio comienzo el
bautismo. Había muchas Martitas y Susanitas. Ramona había traído una muñeca
negra algo deslucida, pero fue bautizada con el nombre de Esther.
Mamá había preparado la mesa del comedor
para tomar la leche, que esta vez fue chocolate; había vainillas y una torta
trenza, que lógicamente había hecho la mamá más maravillosa del mundo.
Ramona dijo que no podía quedarse, porque
debía acompañar al papá a vender a la cancha. Le di unas vainillas y un pedazo
de torta envueltas en una servilleta y me dijo que le había puesto Esther a su
muñeca por Esther esa estrella que nadaba tan bien. La acompañé hasta abajo y
se fue corriendo, pues el papá la estaba esperando en la puerta. Me sentí
triste porque no podía participar de la fiesta y además porque todas las tardes
la veía volver de la escuela, me saludaba con la mano y yo sabía que se tendría
que poner a trabajar No sé qué habrá sido de ella ni dónde estará ahora. Cuando
pienso en ella, la veo con su delantal celeste y el carrito con empanadas y
tortas fritas.
Tengo retazos de recuerdos de las otras
Ana María, pero Ramona, me golpeó fuerte, pues desde muy chica debía ayudar a
mantener la casa.
La vida suele ser dura para algunos, pero en el camino siempre se encuentra alguien que nos brinda una mano extendida y jamás olvidamos. Seguro que ella en algún momento recordó a la amiga de la niñez que la supo comprender.
ResponderEliminarGracias por tan lindo recuerdo.
Un abrazo.
Gracias, Luis. Siempre tus comentarios tienen palabras de aliento. Te extrañamos. Si tenés un martes libre nos gustaría verte y digo nos, porque hablo también por Susana. No nos abandones. Son tan ricos tus escritos que cuando puedo los releo. Volvé, te queremos. Ana
EliminarQue rica historia!! me remonto a mi niñez, tambien haciamos el ritual del bautismo de las muñecas, tradicion que continue con mi nieta!! abrazos
ResponderEliminarGracias por tu comentario, la NIÑEZ es algo que no se puede expresar en palabras. Uno la ha vivido rodeada de amor y comprensión. También les cuento a mis nietos todas las vivencias que tuve con mi madre. No sé si estuviste el año pasado, pero conté que mamá hacía pignolatta, los del curso querían saber cómo era, y les llevé y también la hice con mis nietos. Gracias abrazos
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