Hugo
Longhi
Vacaciones. Palabra dura, que se suaviza
ante nuestros oídos por su significado.
Aquel lunes 16 de julio de 1973 yo
comenzaba mis vacaciones de invierno en la escuela secundaria. Creo que
amaneció nublado y frío. Digo creo, porque ese día me regalé el placer de
dormir hasta bastante entrada la mañana.
Yo vivía en un barrio de esos en que la
gente aún conservaba la naturalidad y el lenguaje aprendido lejos de las
academias. Y, cada vez que sucedía algo fuera de lo normal, se reunían para
comentarlo asombrada y enérgicamente.
Desde la cama me pareció escuchar un
diálogo de ese tipo entre mi mamá y una vecina. “¿Vio?, está nevando”, dijo
esta última. Eso me hizo levantar con sobresalto para asomarme y ver por la
ventana que daba a la calle algo similar al “agua-nieve”, una especie de lluvia
más espesa que, con el correr de los minutos se fue transformando lisa y
llanamente en nieve.
Omití destacar que el escenario era
Rosario, ciudad donde nunca había sucedido este fenómeno atmosférico y por lo
tanto causó gran revuelo. Imagínense para un chico de quince años, como tenía
entonces.
Era cerca del mediodía y todo el barrio
había salido a la calle a dejarse abrazar por ese elemento que fluía del cielo,
vaya a saberse por qué. Pero eso qué importaba, lo hermoso y único era la nieve
que podíamos ver, tocar y un poco más tarde acumular como para intentar armar
alguna figura.
Lástima no haber tenido una cámara de
fotos preparada con rollo para inmortalizar el momento que se extendió por casi
una hora. Los celulares y las selfies
llegarían demasiadas décadas después.
Quedó pues solo el recuerdo imborrable en
mis retinas y mi memoria. Tal vez, la crónica periodística en el diario de la
ciudad o alguna borrosa filmación televisiva que sobrevivió. Nada más que eso.
Pero la emoción y la alegría de haber sido
protagonista del hecho insólito no me lo quita nadie. Más adelante volvería a
chapotear por la nieve en Bariloche, en el ritual viaje de egresados y, vaya
casualidad, ese 9 de Julio que me encontró azarosamente en Buenos Aires cuando
los porteños disfrutaron de algo similar a nuestro Julio de 1973.
La naturaleza, egoísta, nunca más nos
regaló otro día así a los rosarinos. Lo esperamos cada vez que se anuncia una
ola polar, pero no. Bueno, yo tuve ese regalito inesperado. Fue un comienzo de
vacaciones distinto, que fue obligado comentario entre mis compañeros al
regresar a clase dos semanas después.
Y de puro curioso los consulto. ¿Qué hicieron ese día?
Rondaba los veinticinco años ese día, saqué a mi hermanita al patio para que con sus diez años tuviera algo diferente que recordar.
ResponderEliminarGracias por el recuerdo.
Gracias Luis por tu aporte.
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