María Cristina
Piñol
Alrededor de los doce años tuve por fin mi propio dormitorio. Un espacio único, donde, según mi mamá, reinaba el caos. La cama, una mesa de luz, un placar empotrado en la pared, la cómoda de la abuela con un gran espejo de tres cuerpos, el escritorio-biblioteca que me hizo papá y una silla.
Las paredes
blancas en poco tiempo se vistieron de posters coloridos, los Stones, Sandro,
un mapa de Argentina y Alain Delón, pegado en la puerta haciéndome un guiño con
sus ojazos azules entre las volutas del humo de su cigarrillo.
El Winco, los
discos, la radio National Panasonic de “bolsillo” y los libros completaban mis
tesoros.
Allí, estudiaba,
escuchaba música, acumulaba ropa sobre la silla, a esas alturas ya convertida en
armario extramuros, me reunía con amigos, y también leía.
Siempre me gustó
tener una relación estrecha con los libros, en soledad, recostada en la cama,
sin ruidos, sin música, en silencio, solos ellos y yo.
He frecuentado
bibliotecas donde el silencio invita a la lectura, también he intentado leer en
algún colectivo o en la mesa de un bar, o bien mientras alguna suave melodía me
acompañase de fondo; pero, no, no logro concentrarme.
Llegué a
conclusión de que, para mí, la lectura es un acto íntimo.
Hubo tiempos en mi
vida en los que ni remotamente podía aspirar a esa intimidad, cuando en la
habitación no estaba solo yo, ya éramos mínimo dos, cuando no tres o cuatro o
más.
Comencé a leer
menos, el tiempo que podía dedicarle era ínfimo, el disfrute era intermitente y
hasta hubo noches que me encontraron las dos de la mañana leyendo en el baño
para terminar una novela.
Pero todo pasa y hay cosas cotidianas que se recuperan, entre ellas el tiempo libre y la intimidad.
Y pude volver a disfrutar de ellos en soledad, como a mí me gusta, recostada en la cama o en el sofá de una pieza donde solo estamos los dos, mi libro y yo.
Enn una narrativa que tiene tu impronta Cris y con tantos detalles es como entrar a tu casa, tu rincón ese que hablas, tu libros y cosas más junto a esa historia parece que estoy allí, reviviendo, viendote, como mirando por una ventana tu historia. Abrazos compañera. Daniel Jobbel
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