domingo, 10 de septiembre de 2017

El asado

Hacía unos meses que queríamos comer asado a la parrilla, pero debido al intenso frío de este último tiempo, mi esposo no se decidía y no encontraba ningún voluntario para que lo hiciera.
Por fin, el último fin de semana largo previo al 17 de agosto se decidió y compró costillitas de cerdo, chorizos, morcilla y achuras.
Ese día desgrasé el asado y preparé las achuras, luego las ensaladas sin condimentarlas. Estaba todo listo para ponerlo a la parrilla.
Prendió el fuego con tiempo, cosa de no comer demasiado tarde.
Venían algunos de mis hijos y nietos.
Estaba riquísimo y disfrutábamos felices del almuerzo en compañía de mis afectos.
Mi esposo iba y venía con la tabla cargada con lo que ya estaba listo primero. La parrilla está en la construcción que corresponde al garaje, alejada del departamento por unos cuantos metros.
En un momento, todo el disfrute se transformó en un pandemonio.
En una de las idas vuelve apurado diciéndonos que había humo que salía del garaje.
Corrimos asustados y atolondrados no sabiendo qué hacer primero.
El auto estaba dentro del garaje y la parrilla es doble, por afuera y por dentro, con una puerta metálica, que por lo general está trabada. Ese día había mucho viento y asombrada noté que la traba de la parrilla interior no estaba puesta. El viento levantó esa tapa interior y saltaron chispas hacia adentro, prendiendo fuego a lo que estaba más cerca, un generador que quedó totalmente quemado.
Mi hijo menor tomó inmediatamente las llaves del auto y las del portón que da a la calle y sacó el auto a la calle.
El garaje también se usa de depósito de cosas que uno guarda por si las necesita en algún momento, más adelante, y allí quedan por años. Grave error.
El susto fue mayúsculo y cada cual quería sacar al patio o a la calle alguna de las cosas que se estaban prendiendo fuego.
Quise tirar agua con la manguera desde el patio, pero esta estaba doblada y salía muy poca agua.
Algunos vecinos se arrimaron para ayudar. En eso un hombre joven se presentó y dijo que era bombero voluntario y comenzó a organizar todo dando órdenes precisas: “No tiren agua, tiren arena”.
Se subió a una escalera de metal y tiró, deslizándolo, un placar, que estaba a cierta altura y que contenía libros y algunas cajas con frazadas y otras cosas. El placar era todo de maderas y de un largo de tres metros, que ya se estaban prendiendo fuego.
Un vecino, que estaba construyendo, trajo arena en baldes. También pedía telas mojadas... En fin, corríamos para todos lados.
Algún vecino llamó a los bomberos, pero no llegaron. Solo vino la Policía cuando ya habíamos dominado el siniestro. Tomó los datos y se encargó de pasar la denuncia por el seguro.
Demás está decir que todo lo que se pudo salvar quedó chamuscado, los libros con olor a humo y también las frazadas. Mucho se perdió: un motor de lancha de mi hijo, el generador, dos ventiladores, un motor de heladera, remos. En fin, es larga la lista; pero son cosas materiales. Algunas las podremos volver a comprar y otras nos pasaremos sin ellas.
Aprendimos que no hay que acumular tantas cosas que no se usan, y lo principal fue saber cómo proceder ante estas circunstancias.
La instalación eléctrica pasa por caños de metal puestos sobre la pared, no en su interior. Por supuesto, se fundieron todos. No pensé en ese peligro y no había cortado la electricidad hasta que uno de mis nietos me dijo: “Abuela un cable me dio una patada”. Cómo no se nos ocurrió cortar la electricidad, no me explico. Gracias a Dios no hubo ningún herido y solo fueron pérdidas materiales. Agradezco a ese bombero anónimo que valientemente organizó todo y no pasó a mayores.
Luego, todos los vecinos escoba y secadores en mano, nos ayudaron a limpiar la arena y el agua que estaba por todo el piso.

Espero nunca más tener que pasar por algo así; pero si llega a suceder estamos más preparados.

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