Juan N. García
Terminada la
secundaria, año 1968, con tres de mis mejores amigos/compañeros, Reny, Oscar y
Mario, decidimos hacer un viaje de mochileros. Para nosotros era toda una
aventura, dado que veníamos de una escuela, Dante Alighieri, con un entorno
demasiado ordenado y esquemático, para nuestro gusto. Fueron años de una férrea
disciplina, que a medida que nos acercamos a quinto año fue aflojando, pero
dejó huellas. Tuvimos el primer acto de rebeldía y fue familiar, viajar solos,
hacia Córdoba, antes de ese fin de año y recibir 1969 donde estuviéramos. Hubo
que conceder estar en Navidad, de lo contrario creo que nos echaban de cada
casa. Aun así, los únicos conformes fuimos nosotros.
Fue planeado
durante meses. Como Reny había ido varias veces de vacaciones, pusimos como
objetivo, la hostería “Santa María”, de los Barletta, en Mina Clavero,
parientes de nuestros vecinos, dueños del bar “El Indio”, en diagonal al bar “El
Cacique” de Córdoba y Ovidio Lagos y a veinte metros del Cine “Gardel”, ahora
transformado en “Bar temático”, Distrito Sie7e. Todas estas relaciones y el
compromiso de comunicarnos permanentemente, lograron torcer la negativa
inicial.
Horas de
preparativos. Todo fue artesanal, las mochilas y las fundas de dormir, de lonas
y telas, hechas por las madres, tías o abuelas comprensivas. La carpa, para
cuatro, prestada por un acaudalado familiar de Reny. Durante ese lapso tratamos
de juntar la mayor cantidad de vituallas, todo tipo de conservas en latas,
leche condensada (que no necesitaba refrigeración), etcétera. Y menos mal, en
ocasiones fueron nuestros únicos alimentos.
Salimos el 28 de
diciembre de 1968, todos dudaron y pensaron que era una broma por la fecha,
pero la resolución ya no tenía retorno. Un tío mío, nos llevó con su Lincoln
Continental (yo siempre pensé que era de una mortuoria) hasta Córdoba y avenida
Provincias Unidas, donde todavía pasaban los camiones para salir a Ruta 9. De
allí a lo desconocido.
Nos “levantaron”
camiones distintos, la consigna era siempre de a dos, en esa época no había
celulares, así que pusimos como lugar de encuentro, el camping ACA (Automóvil
Club Argentino) de Villa Carlos Paz; y los que llegaban primero esperaban a los
otros el tiempo necesario. El mismo 28 nos instalamos y disfrutamos los
placeres de la Villa. El 30 lo pasamos en una residencia franciscana sobre ruta
14 y el 31 partimos de mañana, siempre separados, hacia Icho Cruz. Mario y yo
llegamos primero, a la nochecita. Nos ubicamos en una galería de un chalet
cerrado, dispuestos a brindar con sopa. Al rato cayeron Reny y Oscar, que nos
ubicaron por alguien que vio sus mochilas y recordó las nuestras. Con sidra
recibimos el Año Nuevo. Dormimos en la galería de esa casa y al otro día nos
dividimos otra vez para ir a Mina Clavero. Tras caminar varias horas, paró un
viejo camión de guerra, motor adentro, frente chato y agregados raros, tenía
poco lugar, así que: cargó a Mario, el más chico de edad y físico con todas las
mochilas y lo llevó a la hostería de los Barletta. El vehículo tenía pintado
“O.P.N.I”, con un médico y sus dos hijos recorriendo Córdoba, nos contaron que
significaba Objeto Pelotudo NO identificado, razonable por sus formas. Los tres
que quedamos, cansados de caminar, tomamos un colectivo, gran decisión. Desde
Copina, lugar donde estábamos pidiendo agua en un convento, cruzando la Pampa
de Achala, hasta Mina Clavero, era todo ripio. Todavía estaríamos caminando.
Primeros días de enero,
llegamos a la hostería. Los Barletta, avisados desde Rosario, nos recibieron
muy bien, informaron el arribo y destinaron una parte de su camping para instalar
nuestra carpa. Lo hicimos cerca de la pileta natural que tenían con un desvío
del Río Mina Clavero, a cuatro kilómetros de la ciudad. Para abaratar costos,
le propusimos a los dueños que nos vendieran los excedentes de comida del
restaurante, aceptaron y con una campanita nos avisaban cuándo retirarla.
Fueron veinte días soñados. Salvo dos episodios que podían haber frustrado el
viaje.
El primero fue superado
por la audacia de resolver sin pensar. Mario se clavó algo en la planta del pie
y comenzó a enrojecer la zona; como estaba la creencia que si la línea roja
llegaba al corazón se moría, saqué el botiquín de primeros auxilios y mientras
Reny y Oscar lo tenían, tomé la tijerita de uñas y extraje un vidrio con punta.
Gritaba, le dimos un trapo para morder, ginebra y se calmó, estuvo tres días
sin salir de la carpa y nosotros sin entrar. No había desodorante de ambientes,
dormimos afuera. Pero volvió a caminar.
El segundo, más
traumático, nos enseñó que algo o alguien estaba de nuestro lado, una mañana,
dos días antes de retornar a Rosario, despertamos por un ruido extraño para
nosotros. Al asomarnos, desde la carpa, vimos que la corriente del río había
salido de su cauce, estaba a un metro y seguía creciendo. Solo levantamos las
mochilas y lo que pudimos, nos ayudaron algunos huéspedes. Perdimos la carpa y
algunas bolsas de dormir. Fue perturbador, adelantamos el regreso en ómnibus. Contar
el episodio en cada familia, justificó a quienes se oponían con la remanidas
frases: yo se los dije o yo les advertí de los peligros.
Hicimos todo y de todo, hasta planeamos otra aventura para fin de año, gracias a que insisto, en esta, alguien o algo decidió que teníamos que seguir viviendo.
La decisión estaba tomada y la concretamos, el segundo viaje como mochileros fue más largo y más intenso, pero eso es otra historia.
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