Susana Dal Pastro
“Cae o cayó. La
lluvia es una cosa
que sin duda sucede en el pasado”.
J. L. Borges
Al fin la tan
esperada lluvia. Hoy es un 12 de octubre muy particular. No podemos vernos como
habíamos programado. Surgen los mensajes en celular. El “encuentro” comienza,
como siempre, con los chismes y las confesiones.
Perdón. Interrumpo
la charla por un ratito, porque me avisa una vecina que su gato está en mi
terraza; últimamente el blanquito me visita muy seguido, pero anoche cometió
una travesura grande: no volvió a dormir y la dueña estaba desesperada. Entre
las dos lo llamamos y lo rescatamos del techo, asustado y mojado. La vecina lo
abraza y lo reta con tanto cariño que emociona. Trato de explicarle que el gato
no se portó mal; solo quiere hacer vida de gato y las escapadas nocturnas son
parte de su existencia. Abrazados se van los dos. Hasta la próxima, pienso.
Mi amiga Ale nos cuenta
que ayer visitó una exposición de autos clásicos en Buenos Aires y muestra una
foto. “En alguno de esos autos todos hemos viajado apretados y contentos alguna
vez”, nos dice sonriente. “¿Se acuerdan del asiento delantero? Era entero y, a
veces, hasta cuatro podíamos acomodarnos sin molestar al conductor, aún con
bolsos, abrigos, equipo de mate”.
El comentario me lleva a una página de la
memoria: el cero kilómetro.
Ya habíamos
saldado las deudas de la casa propia y ante la tan esperada noticia de que, al
fin, seríamos padres, surgió la idea del auto propio. Qué mejor regalo para los
tres.
En el 128 blanco
fuimos a todos los controles del obstetra y aquel 17 de diciembre sería el
último como gestantes. El médico me encontró muy bien y, como cada mes después
del control, celebramos con pizza y cerveza negra en una de las famosas
pizzerías de la zona. Ese día también estaba mi mamá ya que más tarde nos
esperaba el Concierto de Navidad en el Perpetuo Socorro.
La iglesia estaba
colmada de gente. Qué lindo tener cerca a Cristián Hernández Larguía, el Pro
Música, la orquesta y Norma Scarafía, que muchos años después sería la querida
y siempre recordada profesora de piano de nuestro hijo menor.
Empezó la música y
empezaron los síntomas. No pudimos quedarnos más. A la madrugada volvimos al
policlínico. El médico me saludó sonriente. “Te estaba esperando. Ya sabía que
ibas a volver”, me dijo. Y nació mi hija querida.
El 128 se lucía
transportando el moisés azul. Llegamos a la puerta de casa y muchos se
acercaron a conocer a la nueva vecina, que ahora dormía plácidamente en mis
brazos.
Tiempo después mi esposo
quiso hacerle un regalo al auto: un volante nuevo que nos guió varios años y que
guardo hasta hoy. Lo colgamos de una pared de la casa a modo de remembranza
artística de una etapa tan especial y feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario