sábado, 6 de septiembre de 2025

La casa de los Blanco

 Mirta Prince

 

Llegó la noche, duermo plácidamente y en mis sueños recuerdos de mi niñez surgen por mi mente. Son tan nítidos y tan reales.

Me veo, caminando sola, por esa calle de tierra, de pronto, el puente del arroyo.

Ahí nomás, pasando la esquina de Rivadavia y Alberdi, aparecía la casa de los Blanco, antigua, encantadora, brillante por los rayos del sol.

Tenía paredes de ladrillos, ventanas no muy grandes, postigos semicerrados, puertas de doble hoja, ambientes amplios, pisos de ladrillos, una inmensa galería, con un enrejado de madera o caña, no recuerdo, donde había una enorme glicina, que con sus flores perfumaba y coloreaba de lila el lugar.

La cocina, en invierno, era lugar de mateadas. Allí, la abuela, con sus mágicas manos tejía medias o al croché puntillas o carpetas.

Mientras Félix, el abuelo, anciano de tierna sonrisa, cuidaba su huerta, que parecía una alfombra monocromática de tonos verdes, dado por los cultivos que allí se hallaban.

Los árboles frutales, eran de variable clase: caquis, granadas, ciruelos, duraznos, higueras, mandarinas, naranjas, manzanas, etcétera. En época de floración, me encantaba contemplar a las abejas revoloteando entre sus flores.

La vivienda estaba bordeada de canteros prolijos, limitados por una hierba espesa que limitaba su espacio; veías juntillos violetas, rosas, azucenas, etcétera.

El camino a la bomba de agua era un pequeño sendero, debajo de una glorieta donde había una enredadera de flores rojas que parecían campanillas.

El cañaveral de verdor sombrío servía de límite con el arroyo del lado este de la propiedad.

El arroyo era un hilo de agua que corría entre piedras y vegetación tupida. A pesar de ello, nosotros hicimos muchísimas travesuras o intentos de pesca nunca lograda.

En algunos temporales, propios de la llanura pampeana, se producían inundaciones con torrentes impresionantes que, a pesar de la resistencia de ellos, hubo que sacarlos de la casa.

Fueron muy lindas las juntadas de la prole de primos, las corridas, las escondidas, la caza de sapo. Asustar a las tías era un clásico.

Lo lindo era que ¡estábamos todos! Abuelos, tíos, padres, primos, hermanos.

Hoy muchos no están, tampoco la casa, lugar de reunión familiar. Tampoco el arroyo, nuestro lugar de regocijo. Fue entubado hasta la desembocadura del río Arrecifes, siendo hoy la avenida Juan Perón.

No puedo negar que siento emoción, tristeza, alegría al recordarlo, porque ellos eran seres irrepetibles y muy queribles.

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