Nora
Alicia Nicolau
Una tarde cuando estaba jugando, mi
padre me llamó para que vaya hasta la librería Renom (famosa en barrio
Echesortu, situada en calle Mendoza al 3700) a comprar el libro “Tabaré y la
leyenda patria”, del autor uruguayo Juan Zorrilla de San Martín. Iba
rápidamente y repitiendo los nombres desconocidos para mí. Nunca supe para qué hizo
esa compra. Luego, lo incorporó a nuestra humilde biblioteca. Siempre nos decía
que si había que dejar el país vayamos a Uruguay. Efectos del temor que
vivíamos en la época peronista y que también adelantó su enfermedad. A los
cuarenta y cuatro años enfermó y desde entonces lo cuidamos nosotros a él. Yo
tenía doce años. Esa anécdota es un ejemplo de su interés por la lectura y la
educación, y de la extremada sensibilidad que demostró en su vida.
Solo me quedó la infancia junto a él
como recuerdo muy feliz. No necesitaba esperarlo de vuelta de su trabajo, como
otros hijos esperan a sus padres. Trabajaba en el negocio de venta de forrajes
y harina, que había fundado su padre y que estaba instalado junto a la casa de
nuestros abuelos, que compartíamos, en la esquina de las calles Córdoba y
Constitución, en barrio Echesortu de la ciudad de Rosario.
Nunca escuché un reto ni una palabra
altisonante de mi padre. Siempre un consejo, una enseñanza o una observación
para corregir algo que no sabíamos o nos habíamos equivocado.
Todos los sábados a la noche, revisaba
nuestros cuadernos de la escuela y debía firmar al margen como constancia que
la familia había visto el trabajo de los hijos durante la semana. El lunes, la
maestra controlaba todos los cuadernos. Era parte de la relación
familia-escuela. Mi hermana y yo, que apenas asomábamos al lado de su enorme
escritorio de trabajo, esperábamos sus palabras con mucho respeto. “Está muy
bien –nos decía–, pero siempre se puede ser mejor”. Ni aplausos, ni regalos, ni
comentarios por allí para celebrar nuestras buenas notas. Era nuestra tarea y
obligación de niños cumplir con nuestros deberes. Fue nuestra marca de fuego
para siempre.
Hasta mis doce años nos acompañó como un
padre casi perfecto: nos llevaba al parque los domingos por la tarde o a la
mañana, a los cines Heraldo o Radar que realizaban funciones infantiles. Estaba
siempre muy preocupado por nuestra salud y nuestra educación, para que nada nos
faltara. Cuando ingresé en primer grado yo ya sabía leer y escribir, porque él había
contratado a una maestra particular para que me preparara. Participaba de las
reuniones de la Asociación Cooperadora de la escuela, pues consideraba que era
obligación de todo padre colaborar con la escuela. Fue miembro de la Comisión
Directiva del club Atlantic Sportmen, el club del barrio que ayudó a crecer y en
el cual toda nuestra familia desarrollaba la mayor parte de sus actividades
sociales.
Su recuerdo se agiganta, porque sabemos
más de él por los otros, que por nosotras mismas. Los clientes de su negocio,
los que lo conocieron en el club, los vecinos del barrio y hasta mi abuela
materna, es decir, su suegra, destacaron siempre sus pocas palabras, su
seriedad, su amabilidad y su interés por todos. Como hermano mayor de cuatro
hijos, dos hermanas y un varón, aprendió su responsabilidad en la familia y la
prolongaba en el negocio al comunicarse con los demás.
Físicamente era muy atractivo, buen
mozo, muy elegante y cuidadoso en el vestir. Recuerdo que mi abuela materna, que
lo quería más que a otros yernos, me contaba que guardaba su ropa limpia en un
cajón de la cómoda de la habitación de mi madre en el campo donde vivían para
cuando él llegaba de visita. Pantalón blanco, camisa blanca y alpargatas
blancas. Así, aparece en las pocas fotos que tenemos. Cuando se casaron, mi
abuela continuaba con esa tarea.
A mi padre le gustaba, como a sus
hermanas, vestir a la moda, hasta elegían sus prendas en catálogos de “Gath y
Chaves” enviados desde Buenos Aires.
En ese tiempo era usual publicar los
acontecimientos familiares en el diario y en revistas sociales. Las bodas de mis
tías se anunciaron en la revista “Ecos” y los nacimientos se reflejaban con
alegría en el diario “La Capital”. La sección “Sociales” se mantuvo mucho
tiempo en ese diario, donde recuerdo haber leído la publicación de viajes,
bodas, cumpleaños que eran muy comentados. Así es como pude conservar la foto de
mi padre, cuando se recibió de contador práctico en la Escuela Comercial “Contardi”.
Nunca comentó ni hizo alarde de sus actividades sociales.
Lo pienso de manera especial con esas
noticias que me llegaron a través de los recortes periodísticos y que yo no
viví. Entonces, comprendo su sufrimiento cuando aún, muy joven, nada podía
hacer ni física ni mentalmente por recomendación médica. Cuando reflexiono
queriendo reconstruir el pasado con mi padre, me asombra qué poco sé de él. Lo
amé cuidándolo en su enfermedad y trabajando para mantenernos, junto a mi
hermana y a mi madre. Todo fue distinto a su vida casi de galán.
Compartimos treinta años. Ya vivimos más
de cuarenta sin su presencia física. Y las preguntas me quedan sin respuesta. ¿Dónde
quedaron las palabras para poder evocarlo?
¿Qué es la vida? ¿Cómo vamos construyendo nuestra
historia? Con alegrías y tristezas; lo que nos es dado y lo que vamos logrando
por nosotros. Vamos siendo…
Nora, nos has dado un ejemplo de vida. Felicitaciones por tu relato. Cariños. Ana María.
ResponderEliminarGracias,Ana María. Gran lectora del blog. Las situaciones van ocurriendo y la vida pasa.Son imágenes que la memoria no olvida. Nora
ResponderEliminarHermoso tu relato... Cuántas preguntas que nos quedan sin respuesta. Muchas las contestamos con el corazón.
ResponderEliminarSusana Olivera
Buenísimo relato, que demuestra el agradecimiento de nosotros y nuestros pares hacia los padres que nos educaban con mucho respeto.
ResponderEliminar¿Que es la vida? Vaya pregunta. En realidad es todos eso momentos que se acumulan con los años y no dejan recuerdos, alegrías o tristezas. Así aprendemos y enseñamos y hoy en la madurez podemos hacer un balance de nuestro paso a travéz de los años.
ResponderEliminarExcelente relato y un gran padre para recordar.
Un abrazo.
Gracias a todos por releer los textos. Estos comentarios nos hacen bien. Mi mejor saludo. NORA NICOLAU
ResponderEliminarNora Bello y emotivo el recuerdo de tu padre. Gracias por compartirlo.
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