miércoles, 9 de septiembre de 2020

El Croting

 

Marta Inés

 

La llegada del verano anunciaba el tiempo de veredas pobladas de vecinos en el barrio y flexibilizaban un poco los horarios de entrada a casa en la noche y se disfrutaba tanto. Pero lo mejor de la llegada del calor eran los fines de semana consagrados al río.

Temprano en la mañana ayudaba en las tareas de la casa y, luego del almuerzo, apuraba en el lavado de platos para estar desocupada temprano. La cita era en la esquina de mi casa para emprender el camino al río bajo el sol terrible de la siesta. Había que recorrer las tres cuadras hasta el Parque Alem y luego cruzarlo bajo la generosa sombra del arbolado. El lugar elegido era el Croting, elegante nombre con el que el ingenio popular, o vaya a saber quién, denominaba a la playa de una arenera al norte del acuario.

El rito era siempre el mismo. Elegir lugar, tirar en la arena unas mantas a modo de marcar terreno ocupado y meternos al agua marrón nadando hasta la boya y volver a la playa. Con algún bolso o toalla marcábamos la línea imaginaria que suponíamos la red para jugar al vóley, partido que definiría quien pagaba los bizcochos que serían la merienda. Abundaban las risas y las bromas y la felicidad de estar juntos y jugando.

Cuando dábamos por finalizado el partido juntábamos en un atado los bolsos que quedaban al cuidado de dos vecinas, que disfrutaban sentadas al sol toda la tarde, y nos íbamos caminando por la playa con destino a La Florida. Era hermosa la travesía, aunque a veces pegáramos la vuelta sin llegar a la meta. Cruzábamos las playas de los clubes costeros y otras partes más agrestes sin problemas.

En aquellos años el río sí era de todos.

La última vez que realicé la caminata fue en 1971. Por cuestiones familiares me fui de Rosario y por otras cuestiones viví lejos del país varios años. Volví a Rosario en 1984 y quise hacer el recorrido de la mano de mis hijos, contarles de mis juegos de adolescente en el mismo sitio. No pude. Ya no era el Croting, era el Camping del Sindicato Municipal y debí pagar la entrada. Las playas ya no eran públicas, durante la dictadura se las habían entregado a los clubes y emprendimientos privados.

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