Y cómo no voy a recordar. Eran mis comienzos. Ya promediaba la década del sesenta, con mis primeros veinte años, como así también mis primeros acordes. El pibe quería ser músico, subir a un escenario y que las chicas lo admiren. No era fácil, faltaba lo más imprescindible, conocimiento y práctica, pero por suerte sobraba coraje y entusiasmo.
En aquella época los escenarios solo eran los bailes y la
música solo era bailable, para poder trabajar solo quedaba adaptarse. Así, hubo
que acostumbrarse a tocar pasodobles, tangos y cumbias mezcladas en el
repertorio. El ambiente estaba dividido entre los comerciales y los beat, estos
últimos tocaban temas en inglés o lo último del rock nacional, mientras
nosotros los comerciales hacíamos bailar a los espectadores. Fue una época
linda, donde se trabajaba incluso en zonas como el norte de la provincia de
Buenos Aires o en la vecina Entre Ríos.
Siempre que podíamos incluíamos algún tema de los de
Liverpool o incluso de los Rolling. Algunos tenían letras en castellano, ya que
muchos conjuntos nacionales las habían grabado, incluso Sandro cantó temas con
versiones arregladas para él.
Era raro tras un tema italiano, francés o inglés muy
conocido, tocar un chamamé, tarantela o cuanto ritmo quisieran bailar, aunque
nuestro fuerte era el melódico. Para la juventud era el momento propicio para
intimar dentro de la pista, si era posible ocultos dentro del grupo, aislados
de las madres.
Costaba conseguir un contrato hasta que nos fueron
conociendo. A medida que trabajábamos nos íbamos equipando para poder actuar en
ambientes más grandes como eran las pistas de los bailes de carnaval con varios
miles de personas, incluso los corsos de localidades donde se abarrotaban de
varios pueblos de los alrededores y compartíamos cartel con artistas de
renombre, incluso internacionales.
Fueron años de compartir la nube de polvo, que se elevaba de
las pistas de tierra y el humo de la parrilla en escuelas perdidas en medio del
campo donde con una carpa y con la ayuda de un generador se armaba la fiesta.
Allí, nos recibían como artistas esperándonos con un asado.
Al final de la noche, había que desarmar rápido y guardar
todo antes de que apagaran el generador, para volver a casa ya con el sol
asomando en el horizonte.
Luego, todo fue cambiando y los grupos fueron quedando
relegados. La música tropical fue ganando terreno y esos grupos acapararon los
lugares bailables. Luego de deambular por muchos rejuntados para tocar en
lugares muy diferentes que iban desde discotecas a tugurios, fue hora de colgar
el instrumento y volver a ser un ignoto exmúsico y atesorar recuerdos de
veinticinco años de una aventura que hoy puedo contarle a mis nietas, con unas
pocas fotografías en blanco y negro que se arrumban en un cajón.
Ha pasado mucha agua bajo el puente. Bueno, al menos eso me
dice el espejo.
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