Daniel Jobbel
Un día alguien me dijo: “Al pasado hay que bajarle la
persiana y vivir el ahora”. A todos nos agobia de vez en cuando el presente,
nos sentimos prisioneros sin dirección, sin brújula en estos días; nos
rendimos, nos debatimos entre mil opciones, cien mil deseos y trescientos
pensamientos a la vez...
No hay historia muda. Por mucho que la quemen, por mucho que
la rompan, por mucho que la mientan, la memoria humana se niega a callarse la
boca. El tiempo que fue sigue latiendo, vivo, aunque se lo niegue o no se lo
sepa.
Veo el pasado por el agujero de una cerradura. Viví cerquita
de un gran parque con un suntuoso rosedal; de un lado un gran cementerio, El
Salvador, y dos grandes avenidas cerca en una bella ciudad. Cuando era un
pibito jugando a la guerra sin saber lo que era un conflicto bélico hasta
Malvinas; recuerdo correr en karting con rulemanes; ir a las hamacas frente al
club rojinegro. A esa calesita en El Palomar del parque Independencia en los
años sesenta; o esas vueltas en el trencito, mezquinas, placenteras, pero
vueltas al fin. ¿Y quién no se sacó unas fotos con el fotógrafo don Carlos con
palomas comiendo en las manos? A eso quiero llegar.
Quienes vivíamos cerca, en el barrio, ¡quién no conocía al
famoso fotógrafo!
Llegado de Italia, contaba mi abuelo, que jugaba a las
bochas en Newell’s, entabló una amistad con Filippo, que se instaló con su
equipo el mismo año de la inauguración del parque, en la esquina de Oroño y
Pellegrini, donde funcionó originalmente el zoológico, para mudarse unos años
después a la Montañita, luego de que los presos de “la redonda”, la cárcel de
encausados, hicieran el Laguito.
Rasqueteando la memoria como si tuviera en mis manos una
espátula, sacando capa tras capa de gastada pintura en una pared, hoy visualizo
lo que mi abuelo sabía contar de aquel conocido fotógrafo y de don Carlos, que
siguió el oficio de Filippo, su antecesor, y tenía sus secretos, quizás una
vieja escuela y anécdota para cautivar a los visitantes de El Palomar.
Según se dice, había una paloma que cuando llegaba el
fotógrafo con la máquina lo reconocía –contaba el nono–, porque el tipo traía
maíz en los bolsillos. Le ponía la mano y se subía. A veces, le ponía un maíz
en la boca y les decía a los chicos: “Ahora me va a dar un beso en la boca”.
Asomaba el grano y la paloma se lo sacaba de la boca y los pibes se asombraban.
Allí, la instantánea imagen quedaba guardada para quienes los miraban.
Don Carlos, nieto de Filippo, fue quién hizo mi primera foto
como un retrato único, hoy en sepia. Y mi “nono” como le decía yo; orgulloso de
ese gran evento...
¿Ese imborrable apetito de pibe travieso, curioso que
fuimos, quién nos lo saca de la memoria? Pregunto. Cómo esa anécdota de don
Carlos y Filippo.
Ahora, la realidad muchas veces es para volverse loco.
Recuerdo lo que decía mi abuelo zapatero: "Lo que es hoy son los pasos de
ayer”; pero no olviden lectores que, sea cual sea, si tienes una realidad y un
presente, tienes un hilo pasado para agarrar y dejar que fluya al viento de un
futuro mediato...
La memoria falla, distorsiona; sin embargo, poco olvida, y
me vuelve a las empanadas de la abuela, aquel fotógrafo, el mate, el trompo; el
juego de la botellita; los deberes en un cuaderno Rivadavia; un “Estanciero” en
días de lluvia, esa payana, una buena mesa de truco y buen vino, o esa pelota
Pulpito a rayas en ese picado interminable, el metegol. ¿Cómo olvidarme del
metegol de hierro en La Nueva Aurora, el club de barrio? O de aquel barrilete
en un rabo de nube, de las materias que te llevaste del secundario, los oficios,
los empleos, compañeros, amigos del café; la universidad o esos viejos amores
pasajeros y ese apoyo de familia. De ese pasado aprendimos.
Habría que hacer reflexionar a los que pretenden bajarle la
persiana al pasado y decirles: “Somos lo que fuimos, lo que sentimos y lo que
deseamos que sea.”. Pronto, ellos, pasajeros del presente imperfecto, cuando
lleguen a nuestra edad se verán en el mismo espejo.
Claro, se sabe. En el Independencia quizás no esté más el fotógrafo, ni muchas otras cosas, pero quedó su esencia, su aureola, llamémosla así, su mística, su historia mínima y sensible.
Si tu lo recuerdas seguro que sigue ahi.
ResponderEliminarUn abrazo Daniel.