Marta Suárez
Cuentan mis hermanos que al Pulqui lo encontraron en el
campito de la esquina de casa, una tarde de verano. Había un partido con los
pibes de la otra cuadra, que quedó suspendido porque donde se ponía el arco,
sobre la pared de la casa de los García, encontraron la bolsa con los
cachorros. Se armó gran alboroto entre los chicos y se los repartieron entre
los que se animaron a llevarse uno. Mis hermanos eligieron uno todo negro, que
quedó en casa por las promesas de cuidarlo y sobre todo de sacarles las pulgas,
que cubrían la totalidad de su cuerpo. Lelia todavía se ríe cuando cuenta que
casi lo matan al pobre perro, por ponerle cantidades de kerosén y venenos. Pero
sobrevivió y fue nuestro perro para siempre.
El nombre se lo puso mi viejo. Pulqui era el primer avión
que se hizo en Argentina, con nombre mapuche (Pulqui es flecha en esa lengua) y
el proyecto era del General. Supongo que el orgullo argento lo llevó al viejo a
proponer ese nombre, a pesar de que era idea de Perón. Nunca le pregunté eso.
Una pena.
El Pulqui forma parte de mis recuerdos más viejos, de los
primeros en la casa de Morón, donde nací. Papá decía que le había enseñado a
cazar moscas para que no me tocaran y que se quedaba al lado de mi cochecito
atento a mi sueño. Yo lo recuerdo a mi lado, en el fondo jugando a construir
casas con maderas viejas; en los primeros mandados a comprar caramelos en el
almacén de enfrente, cuando los dos teníamos la misma altura. Cuando empecé la
escuela me acompañaba hasta la puerta y lo encontraba en el mismo lugar a la
salida.
En realidad, nos acompañaba a todos. A mí, a la escuela; a
mi hermano mayor, hasta la parada del colectivo; a Lelia la seguía por las
tardes cuando salía a dar una vuelta con las amigas. Con Rubén, se quedaba al
lado del arco en interminables tardes de futbol en el campito.
Mamá sabía que era la hora de llegada de Manuel, porque el
Pulqui se sentaba en la puerta de la casa mirando hacia la esquina. Es que
todos los días traía en su bolsillo dos caramelos, uno para mí, el otro para el
perro.
A Nélida –vecina que se quedó sola tras una historia
tristísima y mamá la trajo a vivir a casa– la acompañaba a la iglesia todos los
domingos. Mujer muy católica, ayudaba al párroco en los quehaceres de la misa.
Un domingo el Pulqui entró en la iglesia y quedó sentado en el centro de la
capilla, sin que pudieran sacarlo.
Lo perdimos, porque siguió al camión de mudanzas que traía
nuestros muebles, porque la familia regresaba a vivir a Rosario. Episodio
triste que nos marcó a todos.
Tuve otras mascotas. El Tuque que traje de la escuela. El
Frejuli, que cuidaba a Mariana. Y otras que eligieron los hijos. Pero, si
preguntan, mi perro fue el Pulqui.
Cada uno de nosotros que tuvo un perro recuerda a ese que sin saber fue tan especial que quedó en el recuerdo y los demás no pudieron igualar. Hermoso recuerdo del Pulqui.
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