María Cristina Piñol
Con el correr del tiempo, a veces no sabemos ni
cómo ni por qué, hay cosas que desaparecen, se esfuman, se pierden y se olvidan.
Unas de ellas han sido “los lentos”.
Así, llamábamos a aquellas melodías, suaves,
acariciantes y románticas, que comenzaban a sonar en las últimas horas de los
asaltos, de los bailes de los clubes, o de las confiterías.
Las luces bajaban su intensidad, el ruidoso ir y
venir de los temas “movidos” se ponía en pausa y un ola de silencio cómplice
invadía la pista.
La mirada de los chicos y las chicas recorrían el
lugar e indefectiblemente se clavaban en los ojos del otro, de ese otro al que
sin palabras estabas invitando a bailar. Si esa mirada se sostenía, ambos se
tomaban de una mano y, con la otra, él rodeaba la cintura de la chica y ella
apoyaba la suya sobre su cuello.
Todos los sentidos de modo mágico se volvían más
perceptivos. Los perfumes de moda, “Old Spice” o “Polo”, ellos; “Siete Brujas” o
“Fulton Flowers”, las chicas; esos aromas activaban el olfato. La cercanía con
el rostro del otro nos llevaba a ver detalles, un lunar, el color de sus ojos,
las pestañas, el “hoyito” al sonreír… y el tacto, quizás el más activo de los
sentidos, el apriete de las manos, las mejillas que se rozaban o el tibio calorcito
de los cuellos y, sí, hasta podíamos sentir el latir de ambos corazones.
Tampoco faltaban las palabras susurradas suavemente
al oído, que se meneaban entre cosas banales, como la música que escuchaban o quien
cantaba, hasta las más intimistas como un halago a su perfume, al color de sus
ojos, lo bien que bailaba, qué música escuchabas, si te gustaba ir al cine,
siempre entre paso y paso, si estaban de acuerdo, la cercanía habilitaba esa intimidad.
No me caben dudas de que había una comunicación
especial entre aquellos que bailábamos los lentos y que esa historia mínima, que
podía durar solo esa noche o solo ese instante también podía extenderse por
fuera del club, del asalto o del boliche y, aún si no llegaba a nada más
duradero, esa melodía especial nos acompañaría por siempre recordándonos aquel momento.
No olvido tampoco que los lentos coexistían juntos
con el rock, el twist y más adelante el pop, el reggae; pero aún así, hasta mediados
de los 90 todavía se bailaban lentos. Bob Marley, Pgrhil Collins, Luis Miguel, Guns
N’Roses, U2, Sinead O’Connor, y La Trova Cubana fueron algunos de quienes
insistieron y lograron imponer espectaculares boleros, bachatas y baladas en
medio de tanto ruido.
A fines de los 90 irrumpió con aire renovador la música
electrónica, aquella que creaban y ejecutaban los DJ desde sus consolas en una
mezcla extraña de sonidos combinados que, aunque estaban realmente lejos de
conformar una melodía, lograban despertar un frenético movimiento en masa que intentaba
seguirla con todo su cuerpo, pero… cada uno por su lado. Ya lo decía el genial Charly García: “La música electrónica no es música, porque tiene que
constar de melodía, armonía y ritmo. Y eso es ritmo nada
más”.
Y
llegó el 2000. El nuevo milenio apareció cargadísimo de cambios, de nuevas
propuestas y de nuevas visiones sobre las mismas cosas.
Otros ritmos invadieron los sentidos de los
adolescentes y el reggaetón llegó para instalarse. Según dicen deriva del reggae,
pero ya no está Bob para desmentirlo. Le siguen de cerca el pop, el rap y la
electrónica.
Tras esta nueva forma de sentir y escuchar ritmos
también fue cambiando la forma de bailar y de pensar. Ya no se bailaba “con
otro”, se bailaba “solo, entre los otros”.
¿Se perdió entonces aquella seducción que proponían
los lentos? ¿Se olvidó o cayó en desuso el romance? ¿Ya no revolotean más las
mariposas en el estómago?
El romance hoy es una quimera y, en cuanto a las
mariposas, ya casi no las vemos volar sobre las flores.
La seducción en cambio no se perdió solo mutaron
las formas. La tecnología, las redes sociales y las imágenes nos lo muestran
diariamente. Una foto de perfil, una carita en la historia de Instagram sacando
la lengua y guiñando un ojo, un video bailando twerk, y tantas otras imágenes,
que circulan a diario de chicos y chicas comunes, hacen de las redes un medio
de seducción, y viven esperando y contabilizando las “reacciones” que levantan
esas publicaciones. Pero solo hay un sentido alerta en esos intentos de
seducción: la vista. No hay olfato, ni tacto y mucho menos palabras
Hoy todo debe ser instantáneo, todo es hoy rápido,
parece que el mundo se termina mañana.
A los lentos se los llevó la prisa, la inmediatez, la falta de palabras, el temor al ridículo y el miedo al romance.
Hubo alguien que nos enseñó con un hermoso poema devenido en canción que explicó de la manera más bella y a la vez certera la magia de los lentos, y fue Sergio Dalma con su tema “Bailar Pegados”, que termina diciendo: “Nuestra balada va a sonar, Vamos a probar, Probar el arte de volar. Bailar pegados es bailar. Es bailar”.
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