Oscar Daniel Martino
En la primera historia que quiero contar el protagonista principal será mi abuelo paterno Antonio, a quien a pesar de que falleció cuando yo tenía solo 12 años, lo recuerdo y hoy a mis casi 61 me enternece y emociona.
Por los años 1960 y pico vivíamos con mis padres en casa de mis abuelos paternos en el popular barrio Republica de la Sexta.
Vivir junto a los abuelos en esa época era bastante común y por varios motivos.
Uno era que las casas eran grandes, con patios, varias habitaciones; y, otro, que los matrimonios no estaban tan ungidos como ahora de vivir rápidamente solos.
Mi abuelo Antonio era jefe de Ferrocarriles Argentinos en la Estación Rosario Norte. Por tal motivo, y en una época donde los teléfonos domiciliarios escaseaban totalmente, en su casa habían colocado uno, ya que lo llamaban a distintas horas de la estación .
En esa cuadra recuerdo había tres casas con teléfono. Y el único que lo prestaba era el abuelo, un hombre muy solidario.
El abuelo había colocado un cartelito en la puerta que decía: “Vecino si necesita el teléfono para una urgencia, solo pídalo y sea breve”.
Al principio, todo iba bien. La gente respetaba el pedido, pero al cabo de unos meses la situación se había desbordado y solicitaban el teléfono hasta para hablar entre novios. Recuerdo nítidamente gente esperando en la puerta de la casa su turno para ingresar.
El “solicitado” aparatito telefónico estaba en el living comedor de la casa, pero hubo que trasladarlo al hall de ingreso debido a la intromisión de tanta gente.
En un momento las facturas de teléfono eran altísimas, mi abuelo y mi papa que compartían los gastos de la casa se asustaron del importe; ya que ambos tenían trabajo, pero eran asalariados.
Fue entonces cuando, aun con la resistencia del abuelo que quería seguir brindando el servicio sin retribución alguna, mi papá colocó al lado del teléfono una especie de cestita alcancía, para el que quisiera, no era obligatorio, colaborara luego del uso para el pago de las abultadas facturas.
Luego, con el correr del tiempo, se fueron colocando más teléfonos y la situación se fue descomprimiendo, al punto de que en algún momento al teléfono, por fin, solo lo usó la familia.
Anécdota de una época distinta de nuestra Argentina.
“Memoria, nombre que damos a las grietas del obstinado olvido”, dice Borges. De eso trata “Contame una historia", un curso de la Universidad Abierta para Adultos Mayores, de la Universidad Nacional de Rosario. Cada martes, vamos reconstruyendo un tiempo que las jóvenes generaciones desconocen y merecen conocer, a partir de recuerdos, anécdotas, semblanzas. Ponemos en valor la experiencia de vida de los adultos mayores, como un aporte a la comprensión y a la convivencia. (Lic. José O. Dalonso)
No hay comentarios:
Publicar un comentario