miércoles, 4 de diciembre de 2024

Nuestro casamiento

Susana Dal Pastro

 

Nos casamos un jueves 2 de abril de 1970. Elegí la fecha, porque en ese mes habían sido las últimas vacaciones en nuestros respectivos empleos. Caminábamos todos los días por la ciudad. Los paseos empezaban a la tarde temprano. Recorríamos la avenida Pellegrini; la costanera. Descansábamos un rato y volvíamos. Una tarde llegamos hasta La Florida. Eran momentos de conversaciones y silencios. El cielo del atardecer nos encantó y nos dijimos: “El año que viene en este mes”.

El 2 era el cumpleaños de mi hermana. Qué mejor fecha.

La ceremonia civil fue la mañana del mismo 2. Después fuimos a almorzar a un restaurante del centro.

 Tras la ceremonia religiosa en la parroquia Nuestra Señora del Pilar festejamos en el salón de la Colectividad Helénica. Una fiesta sencilla con acordes de la marcha nupcial y el feliz cumpleaños.

 ¿Y la torta? Lejos de lo que habíamos imaginado. Cuando el abuelo pastelero de mi novio me conoció, me prometió hacer él mismo la torta de casamiento. Había sido concesionario del restaurante del Hotel Argentino de Piriápolis, donde, además, se había destacado con trabajos en azúcar. Lamentablemente, no llegó a cumplir su promesa.

 Pasadas las 24 horas del 2 de abril, toques de oscuridad cada vez más seguidos y largos, avisaban que había que dar por finalizada la fiesta.

Volví a casa a cambiarme. Hermanos, primos y algunos amigos esperaron para seguir la noche en un night club de la avenida Belgrano, donde había espectáculos de tango. Apenas apareció el cantante Mario Bustos, empezaron los aplausos.

El público era variado: marineros de distintos lugares (algunos pasados en copas) y parejas que se lucían bailando.

Pronto empezaron los brindis augurándonos felicidad. Mario Bustos, al enterarse, se acercó a saludarnos y nos dedicó “El día que me quieras”. Gran emoción.

Siguieron más tangos y más baile y hasta una riña, que obligó a expulsar a los implicados.

Casi al final de la presentación, el cantante volvió a nosotros y anunció otra dedicatoria aclarando que no era una canción para la noche de bodas; sí para un posible futuro. Silencio. Expectativa. Música, maestro.

“No te quiero más. Ni te puedo ver. Me dedico a la garufa. Ahora tengo otro querer”. Una gran interpretación que provocó ovación y risas a la vez.

La noche terminaba y teníamos que ir a la terminal. Todos nos siguieron y nos despidieron en la plataforma del colectivo.

El domingo siguiente saldríamos para Bariloche; pero antes pasamos dos días completos en Buenos Aires y tuvimos la gran oportunidad de ver en el Maipo “Tokio de Noche”, una revista musical japonesa extraordinaria.

La Luna de Miel dio lugar a otra luna que, con cielo despejado o con nubes, con eclipses o, aún escondida, nos acompañó por mucho más de cuarenta años.

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