Susana Dal Pastro
Nos casamos un jueves
2 de abril de 1970. Elegí la fecha, porque en ese mes habían sido las últimas
vacaciones en nuestros respectivos empleos. Caminábamos todos los días por la
ciudad. Los paseos empezaban a la tarde temprano. Recorríamos la avenida
Pellegrini; la costanera. Descansábamos un rato y volvíamos. Una tarde llegamos
hasta La Florida. Eran momentos de conversaciones y silencios. El cielo del
atardecer nos encantó y nos dijimos: “El año que viene en este mes”.
El 2 era el
cumpleaños de mi hermana. Qué mejor fecha.
La ceremonia civil
fue la mañana del mismo 2. Después fuimos a almorzar a un restaurante del
centro.
Tras la ceremonia religiosa en la parroquia
Nuestra Señora del Pilar festejamos en el salón de la Colectividad Helénica.
Una fiesta sencilla con acordes de la marcha nupcial y el feliz cumpleaños.
¿Y la torta? Lejos de lo que habíamos
imaginado. Cuando el abuelo pastelero de mi novio me conoció, me prometió hacer
él mismo la torta de casamiento. Había sido concesionario del restaurante del
Hotel Argentino de Piriápolis, donde, además, se había destacado con trabajos
en azúcar. Lamentablemente, no llegó a cumplir su promesa.
Pasadas las 24 horas del 2 de abril, toques de
oscuridad cada vez más seguidos y largos, avisaban que había que dar por
finalizada la fiesta.
Volví a casa a
cambiarme. Hermanos, primos y algunos amigos esperaron para seguir la noche en
un night club de la avenida Belgrano, donde había espectáculos de tango. Apenas
apareció el cantante Mario Bustos, empezaron los aplausos.
El público era
variado: marineros de distintos lugares (algunos pasados en copas) y parejas
que se lucían bailando.
Pronto empezaron
los brindis augurándonos felicidad. Mario Bustos, al enterarse, se acercó a
saludarnos y nos dedicó “El día que me quieras”. Gran emoción.
Siguieron más tangos
y más baile y hasta una riña, que obligó a expulsar a los implicados.
Casi al final de
la presentación, el cantante volvió a nosotros y anunció otra dedicatoria
aclarando que no era una canción para la noche de bodas; sí para un posible futuro.
Silencio. Expectativa. Música, maestro.
“No te quiero más.
Ni te puedo ver. Me dedico a la garufa. Ahora tengo otro querer”. Una gran
interpretación que provocó ovación y risas a la vez.
La noche terminaba
y teníamos que ir a la terminal. Todos nos siguieron y nos despidieron en la
plataforma del colectivo.
El domingo
siguiente saldríamos para Bariloche; pero antes pasamos dos días completos en
Buenos Aires y tuvimos la gran oportunidad de ver en el Maipo “Tokio de Noche”,
una revista musical japonesa extraordinaria.
La Luna de Miel dio
lugar a otra luna que, con cielo despejado o con nubes, con eclipses o, aún escondida,
nos acompañó por mucho más de cuarenta años.
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