miércoles, 4 de diciembre de 2024

La cuadratura del círculo



Daniel O. Jobbel



Un colibrí trae otro colibrí. Un girasol trae otro girasol al compás del viento. Un río trae un pez, una yegua trajo en su lomo un tío, ese tío abuelo traerá la versión urbana de la última escena de Ionesco.

Como en mayor parte de las chacras del viejo Murphy, hablo, claro está, de las viviendas en medio de la nada, en un pueblo agricultor al sur de la bota de la provincia de Santa Fe. Una casa, construida, conviene decir, sobre una base de material, más o menos alta, con ladrillos de barro, ensamblado con mezcla de yuyo seco y lodo bien fresco. Una escalera de madera exterior de acceso; estaba compuesta por dos grandes habitaciones, una daba al camino de entrada (en este caso el campo), la que llamábamos con mi abuela materna “habitación de afuera”, y otra era la cocina con salida al patio interno, donde paseaban muy orgullosas gallinas, patos y algún pavo frente a las huertas.

Mi primo Raúl, que en realidad no era primo, sino esas amistades de larga data y que conviven con mi tío Ezio, ya que nunca supe si tenía parientes.

Mi primo prestado y yo dormíamos en la cocina, en la misma cama cuando solía pasar algunos días de vacaciones. Era Raúl unos tres años o cuatro años más pequeño que yo, pero la diferencia de edad y la fuerza, a pesar de ser toda a mi favor, nunca le impidió andar de peleas conmigo siempre, parecía que mi primo mayor siempre queriendo adelantarse en las preferencias, implícitas o explícitas, de las mocosas del pueblo.

Nunca se me olvidarán los celos locos que el pobre pibe padeció por una mocosa de quince años de ese pueblo, Murphy, llamada Sonia; delicada, de piernas bien contorneadas, con su short ajustado hasta las nalgas regando platines de lechuga en la huerta de su padre; o dando de comer en la boca al matungo que cargaba con el sulky. ¿Quién no desearía una piba así? Me incluyo. Guapa y deseada, que más tarde, muchos años después, se viniera a vivir a Rosario en los años setenta y nueve, a estudiar filosofía. Años locos al borde del caos.

Cuando me dijeron, en unas vacaciones cualquiera, que ella había regresado a Murphy, fui y pasé disimulado y rápido, casi un instante por su puerta y, durante un instante, apenas el tiempo de una mirada, me encontré con todos los años pasados. Ella estaba tecleando en su Olivetti algún informe de secretaria con la cabeza inclinada; no me vio, por eso no llegué a saber si me habría reconocido.

Del primo postizo solo supe de sus celos rabiosos por la tal Sonia. La buscaba, la espiaba y, confesión de parte, nos gustaba. Enamoramiento muy peculiar y estúpido por una mocosa que nunca le dio bolilla a ninguno del pueblo. Todavía llevo en la memoria que, pese a llevarnos como perros y gatos, más de una vez lo vi tirándose al suelo llorando desesperado por ella, escribiéndole cartas en una servilleta que nunca llegaban. Cuando finalizaba las vacaciones en la chacra, me despedía de la familia para regresar a Rosario con mis abuelos. El tipo no quería ni mirarme y, si intentaba aproximarme, me recibía a golpes y puntapiés. Una vez de mera casualidad nos encontramos con Sonia y sus padres.

El despechado primo, viendo que la joven me estaba prodigando más atenciones que a él, le entró, como era de esperar, un tal arrebato de celos de chiquillo malcriado, me tiró una tajada de sandía que estaba comiendo. Me apuntó a la cara, sin embargo, falló, solo manchó la blanca camisa. Como he dicho, andábamos a las grescas, por todo o por nada. Razón enorme que convalidaba lo dicho por mi tía abuela Agustina cuando decía del chico: “Él es malo, pero tiene corazón”.

Sin pedirle ayuda a nadie para acometer la difícil operación, el chabón de mi primo había resuelto la cuadratura del círculo. Era bueno, pero tenía corazón de cocodrilo. Éramos como los colibrí sobre una flor enamorada. Ese girasol que iluminaba los corazones.

La secuencia siguiente termina con ver treinta años después a Sonia Martínez. Separada con dos hijas de su segunda pareja un contador. Había sido fugaz pareja del tal Raúl, caído en desgracia fue denunciado por violencia y agresión hacia la mujer. La vida te da sorpresas, me dije, y seguí caminando por la vereda del sol.

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