jueves, 8 de mayo de 2025

Despedidas de soltera

 

Susana Dal Pastro

 


Las despedidas de soltera que organicé fueron siempre un gran éxito.

Cuando mi hermana anunció su casamiento, fue tanta la euforia que hasta la casa parecía otra; la familia, los amigos, el barrio empezaron a prepararse para la gran ocasión. Y, por supuesto, yo me encargaría de la despedida. ¡Era mi hermana la que se casaba! El lugar ideal, la cantina Stromboli de la galería Córdoba. Lindo ambiente, buena comida, músicos. Esta despedida sería mi consagración como organizadora de eventos.

Llegada la fecha mi futura suegra me llama para decirme que ella también quería ir. Era tanto su entusiasmo que no pude o no supe decirle que no. Todas, incluso la novia, se quedaron boquiabiertas. Y así fue que, a la mesa de amigas, salvo yo, ninguna quería ubicarse al lado de ella. Chau bromas, sorpresas, secretos. Chau intimidades que las casadas venían reservando para ilustrar a las solteras.

La situación se fue calmando a medida que empezaba el ir y venir de los mozos con los platos. En seguida los músicos se acercaron a preguntar quién era la agasajada y qué canción quería que le dedicaran y, la verdad, todas pasamos un hermoso momento.

Tres años después me casaba yo. Consultamos presupuestos para una reunión familiar, ropa, viaje. De mi vestido solamente tenía que preocuparme por el modelo y la tela porque, aunque suene increíble, la mamá de una amiga que era una conocida modista, tenía por costumbre regalar la hechura de los vestidos de novia, algo que hoy es inimaginable.

 Mi hermana y Chiche, la amiga joven de la familia, se encargarían de mi despedida de soltera.

 Yo las veía cuchichear contentas, risueñas, entusiasmadas y eso que las dos tenían hijos chiquitos que atender.

Finalizando los preparativos, salí con mi futuro esposo a cerrar el contrato de alquiler del salón y del fotógrafo. Después, recorrimos zapaterías y compramos lo que nos faltaba para nuestro viaje. Mi hermana y Chiche me habían dicho que al terminar la tarde me esperarían en el bar “Cachito” de avenida Pellegrini y Maipú. Querían que compartiéramos un rato tranquilo solamente nosotras tres.

Mi novio me acompañó hasta el bar, se despidió y yo empecé a buscar la mesa donde estarían mi hermana y Chiche. Un mozo me indicó dirigirme al espacio más apartado del salón y, a medida que avanzaba, vi a mi mamá, a mi abuela, a mis tías, a las amigas de todas ellas, a mi suegra. Y vi también desconocidas caras curiosas observando el espectáculo.

“¡Llegó la novia!”, decían y aplaudían. Me saludaban eufóricas, se reían y yo, helada, trataba de entender qué significaba esa multitud. No faltó ni el fotógrafo. Desde un rinconcito, muy contento, mi novio, cómplice de la sorpresa, se despidió tirándome besos.

Mi hermana se acercó y me dijo al oído: “¡Esta es mi venganza! ¡Trajiste una vieja a mi despedida de soltera y yo te devuelvo la atención con muchas viejas todas juntas!”.

Inolvidable el regalo que me hicieron: una plancha a carbón blanca con mango bermellón conteniendo lindas plantitas. “A una despedida con viejas, corresponde un regalo viejo”, me dijeron y, otra vez, risas y aplausos.

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