Carmen Ramallo
Concurrí mi escolaridad primaria en la Escuela Fiscal número 124 Isidro
Alliau. Esta era como la continuidad de mi casa, era mi lugar de encuentro y la
seño como mi segunda mamá. Estos recuerdos son de mi querida Villa
Diego, donde viví desde mis tres años hasta fines del 1973.
Mi seño se llamaba Alicia Taborelli, un año, pasó a ser “de Rizzo”,
vivimos su casamiento con mucha emoción, y con el tiempo de pronto comenzamos a
ver su pancita. Me gustaba darle besos y abrazarla, ella fue una persona muy
contenedora, cariñosa, justa, hablaba mucho con mis padres principalmente con
mamá; hoy podría decir que era una persona muy consciente de lo que estaba
sucediendo en el país; por eso, entendió cuando en octubre tuvimos que irnos,
diría escapando, no muy lejos, a Roldán. Quiero aclarar que nuestros escapes
siempre se dieron por cuestiones políticas; mi padre siempre fue peronista y
eso tuvo siempre sus consecuencias, y en esa época era protagonista la Triple
A, preparando la antesala de lo que luego sería la dictadura cívico militar de
1976.
Vuelvo a mis recuerdos escolares, ella, mi seño cubrió esas
faltas, porque ya no volví hasta los primeros días de diciembre. Ella estaba
sabiendo que a mi papá ya lo tenían en la mira o, al menos, lo imaginaba. Dos
meses después volví acompañada de mamá al acto de clausura a buscar mi libreta.
Era un día de mucha lluvia y ahí estábamos, luego de recibir nuestras notas,
todos salimos en trencito por el barrio, todos mojados pero felices; mi madre,
corriendo a la par nuestra, pero no me dejó ni a sol ni a sombra; mejor dicho,
ni a lluvia; ni en ese día pasadas por agua, ella siempre tenía miedo que nos
pasara algo…
El viaje de estudio no lo pude hacer. Mis padres tenían miedo. Eso lo
supe después; yo había decidido no ir porque mis compañeros, aquellos con los
que compartía más tiempo no iban, tal vez por falta de recursos económicos. Nunca
lo supe.
Recuerdo haber hecho excursiones a Rosario al parque Alem; eran
distintos los viajes; no había Mc Donalds, todos llevábamos nuestra comida que
a veces era un sándwich de milanesa, unos pocos llevaban pebetes jamón y queso
y no faltaba el de mortadela viviendo cerca del frigorífico Paladini; no
llevábamos gaseosa; las seños nos daban jugo y nunca faltaba una naranja
o una banana pidiendo auxilio toda aplastada en una bolsa. No llevábamos la lunchera.
A la hora de los juegos no faltaba la soga ni mucho menos el elástico,
compartíamos nenas y nenes, los de mi edad no tenían tanto prurito machista,
pero sí los de 6º y 7º grado; ellos eran los que cargaban a los varones que
jugaban con nosotras y se armaba las corridas para buscar a la seño para
que los pusieran en penitencia.
Saltar con la soga o con el elástico era como un vicio, no querías dejar
de hacerlo y formábamos fila para jugar.
En los recreos, como el patio se prestaba, porque era extenso y arbolado,
jugábamos a la esquinita, el poliladron, la popa en todas sus versiones, la
farolera, el arroz con leche, zapatitos de charol… y también a la escondida; en
esa cometíamos infracción, porque nos pasábamos al sector de los grandes. En
cada sector había un niño o niña con un brazalete con una cruz roja y estaban
atentos por si alguno “aterrizaba mal”.
Otros jugaban a las bolitas o con las figuritas del momento; también
llevaban soldadito o autitos de carrera.
Ya casi nadie juega de esta
manera, hoy todos los juegos son con un celular o computadora, están juntos y
ni se ven o no se miran…
Teníamos un compañero Juan Carlos, que estaba en silla de ruedas, creo
que tuvo poliomielitis, y siempre estábamos con él, nunca lo dejábamos solo; si
los juegos eran en el patio, tres o cuatro nos quedábamos con él en la galería
que era muy bonita y recorríamos los pasillos amplios que nos llevaban a las
distintas aulas.
A mii seño la tuve los siete años de mi escolaridad, el cariño de
esa mujer fue uno de los factores determinantes en mi profesión, cuando fuera
grande iba a ser maestra como ella.
Mi adolescencia no fue tan sencilla, como dije antes la política nos
hacía mudar y comenzar el secundario. Fue todo un tema no tanto comenzar como
continuar, pero como siempre fui muy persistente terminé en una EEMPA (Escuela
de Enseñanza Media para Adutlos) y luego hice el Profesorado para Enseñanza
Primaria.
Cuando fui docente, tuve siempre presente a Alicia, porque ella me hizo
mucho bien; me ayudó a hablar cuando tenía vergüenza, a confiar en mí; por eso,
cuando fui seño traté de escuchar a mis niños y niñas y a sus padres,
porque ellos y yo teníamos una gran responsabilidad. Como a mi seño, me
abrazaron y besaron mi pancita cuando estuve embarazada, jugué con ellos,
muchos de los juegos de mi infancia, los escuché, me enojé y expliqué por qué y
lo más hermoso: todos los días te esperaban con un beso te hacían reír y fueron
un gran soporte en mi vida.
Muchas cosas cambiaron, pero si siembras amor, cosechas amor…
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