martes, 1 de julio de 2025

De mis tres a mis quince años

 

Alejandra Furiasse

 

Me miro interiormente y viajo en el tiempo, y me puedo ver, me reconozco. Y ahí me veo pequeña de tres años vestida con una camisa blanca con cuello con puntillas y botones de perlas blancas, mi jumper de terciopelo bordó, medias blancas cancán y mis zapatos abotonados de charol negro. Sentada en mi silla, mirando a Pepe Biondi y escuchando esas frases que tanto me hacían reír:

—¡ Qué fenómeno! ¡Patapúfete!

¡Lechuga para el canario! ¡Huesito para el perrito! ¡Como dijo la naranja, son gajos del oficio! ¡Ojo, ojitos y ojazo! ¡Soy Pepe galleta, soy el único guapo en camiseta, como me quiero regalón melocotón! Mientras tanto, mi perro Bochi daba vueltas a mi alrededor sobre el piso del comedor con mosaicos decorados con líneas y flores. Bochi, el mismo que soportó que le pusiera una cuchara sopera en la oreja, mientras estaba durmiendo, sin morderme. Solo me gruñó al despertarse; se ve que por el dolor o el frío del metal. Tuvo piedad de mí.

Mi triciclo en un rincón, mis ollitas de aluminio esperándome para jugar a hacer tortas de barro, cocinarlas al sol y al día siguiente desmoldarlas .

El juego podía tener tiempo de espera como la cocción al sol .

Mi Blancanieves y los siete enanos dentro de la gran caja . Mi querida camiseta de Newell’s, cerquita de mi corazón.

Mis ojos parpadean un par de veces seguidas y me veo con cinco años,  en jardín de infantes del colegio “La Inmaculada Concepción”, con mi delantal a cuadrillé blanco con líneas azules alrededor de esas mesas brillantes y coloridas al igual que las sillas y los pisos. A mi señorita Irene, elegante, rubia y con ese peinado tan acomodado siempre como si estuviera protegido de todos los vientos característicos de la cortada Pettinari. Sus ojos oscuros y tan expresivos parecían acurrucarte en cada mirada.

Alguna vez había escuchado una conversación de adultos, quizás, o como fantasía de niña tal vez, cosa que pude comprobar de adolescente, que Irene había sido novia de Oscar, un primo hermano de mi papá. 

Esa situación no modificó que la quisiera más o menos y sentí que también me quería especialmente. 

La volví a encontrar algunos años después siendo ella la esposa de Daniel, el odontólogo que le estaba haciendo los controles bucales escolares a mis hijos Omar y Martín; lucía el mismo peinado, como si nunca se le hubiera desarmado, y esa estructura me hizo pensar si sería feliz. Correr despeina, hacer el amor despeina, vivir despeina, etcétera.

Y me llamó: 

 —¡Alita !

—¡Irene!- dije yo. 

Y su marido nos miraba sin entender. 

Nos abrazamos con el mismo amor puro y sincero que me hizo volver a mis cinco por unos instantes .

Volviendo a mis cinco, una tarde en que mis abuelos paternos fueron a visitarnos mi abuelo me fue a saludar me dijo:

—Si me das un beso, con el dedo señalando la mejilla, te regalo el chocolatín que tengo guardado en el bolsillo interior del saco del traje que llevo puesto.

Mi respuesta con cinco años fue: 

—No

Respondió:

— ¿Cómo que no queréis el chocolatín? 

Y le dije: 

— Si quiero el chocolatín, pero no quiero darte un beso.

Entonces, me respondió

— No te lo doy y me lo guardo. 

Y se lo guardó. 

— Bueno- le dije.

Tuve ganas de llorar, pero no lloré .

Vuelvo a parpadear y me encuentro cumpliendo mis quince años; probándome el vestido de fiesta en la casa de Kika, la modista del barrio, que vivía a dos cuadras de casa. Hermosa casa; por el ventanal que daba a la vereda, podías verlas trabajar a ella y a su mamá, que si bien era bastante mayor generalmente la ayudaba en estos temas. De contextura delgada ambas y con el cabello recogido, las diferenciabas por el color de cabello: el de Kika era negro y el de su madre canoso completamente. 

Me veo entrando al salón del sindicato de los Municipales, que gracias a mi nona Pascualina, mis padres pudieron alquilarlo.

El vestido era de gasa blanca con pequeños bordados y largo hasta los pies. 

Risas. Regalos. Baile del vals. La torta. Recuerdo que mi abuelo paterno, Roberto, cuando me sacó a bailar el vals me regaló un pimpollo de rosa de tallo largo y me dijo que me quería mucho, sin pedirme nada a cambio.

Me sentí feliz por mí y por él que pudiera expresarse a través del cariño . 

Tiempo de vals

un, dos tres

Un, dos, tres

Tiempo para viajar 

Por debajo del sol

Por encima del mar.

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