Carmen Ramallo
“Viejo” esa palabra tan manoseada, si se quiere, en estos tiempos, pero
tan armónica para otros momentos de la historia, “que piola es tu viejo”, “tu
viejo es un campeón”, “qué sabio es el viejo”. Esa es la armonía, un viejo
piola que se aggiorna a las nuevas generaciones y acompaña la forma
distinta de ver la vida, viejo campeón el que se cae y se levanta como en un
partido de futbol y continúa jugando; el viejo sabio el que aprendió de tantos
tropezones, de los dolores, de las injusticias, pero transmite esperanza,
sentido de lucha para impedir las injusticias, el que desde su experiencia te
brinda las herramientas para transitar por la vida. Por supuesto, también
existe el viejo vinagre, pero como también el viejo hijo de su buena madre y el
viejo hijo de m… a.
Muy pocas veces llegué a decirle “viejo” con todo el cariño y con el
mayor de los respetos, porque mi viejo no sé de quién habrá aprendido, pero
tuvo un poco de todos esos condimentos; a los 44 años llegó a ser piola,
campeón, sabio, generoso, solidario…
Y aquí comienza mi historia:
Cuenta mi padre, y permítanme poner su nombre, Santos Hilario Ramallo,
que cuando era chico soñaba con usar pantalones largos, porque entonces tendría
edad para afiliarse al Partido Peronista; nació un 16 de marzo de 1933, así que
para esa época habrá tenido 12 o 13 años, aún faltaba un tiempo para su anhelo.
Relataba en sus recuerdos, que solía ir no sé si con su padre a un bar del club
bel barrio, tampoco sé si habrá sido en San Nicolás, donde nació, o Arroyito,
el hermoso barrio de Rosario donde llegó a su adultez. Muchas cosas quedarán en
la incógnita; porque, cuando llegué a la edad de querer armar mi propia
historia, él ya no estaba. Volviendo al bar, allí parece ser que se concentraba
la muchachada peronista, donde hablaban de las injusticias que se vivían en
nuestro país, seguro también sobre las manifestaciones obreras y del glorioso 17
de octubre, Día de la Lealtad, con todo el fervor que había en el pueblo con
todos los atropellos que se cometían, cómo no iba a querer ser un militante peronista.
Mi viejo viene de una familia de obreros, mi abuelo, al cual no conocí
porque falleció muy enfermo antes de mi existencia. Era portuario, no ha tenido
ningún cargo porque eran pobres, mi abuela no sé si trabajaba fuera de su casa
pero que debe haber laburado no me caben dudas, ya que fue madre de 18 hijos, cinco
fueron varones, así que papá debe haber vivido muchas injusticias en carne
propia; las penurias los hicieron fuertes, mis tías eran todas guerreras,
desafiantes, protectoras; de los varones el que tuvo el empuje de salir a como
dé lugar a salvar esta Patria, fue mi padre que continuó en la clandestinidad
con su militancia; no sé si fue la mejor opción, pero lo entendí y lo acompañé
siempre en mi corta edad; de los otros uno falleció de pequeño, mis tíos y tías
son esos que a veces se eligen postizos, pero ellos eran míos, originales,
grandiosos; perdón, a excepción de tía Teodo, que no era mala, era la seria de
la familia; entonces, para mi hermana y para mí era un esfuerzo ir a su casa. Papá
nos decía que teníamos que ir porque era nuestra tía; cuando nos encontrábamos
con los primos, se nos pasaba. Los Ramallo tenían la característica de ser muy
demostrativos afectuosos alegres y ella solo era seria, una de las mayores.
Vuelvo con mi padre, porque se va a poner celoso, ja. Su sueño de tener
el carné de peronista lo cumplió en Rosario. Ya era todo un hombre de
pantalones largos, vivieron en Pasaje Arijón o Grondona, atrás de la Iglesia
Perpetuo Socorro, tenía su corazón en dos equipos de futbol, fanático de
Independiente y simpatizante de Rosario Central, equipo que en los 70 nos dio
muchas alegrías; salíamos con un camión que tenía papá con el cual arrancaba
con una manivela y de ahí el cacerolazo, latas todo servía para hacer ruido y
festejar.
Ser peronista nos ha traído muchos sin sabores; pero mi padre decía que
la lucha no era personal; era por todos los habitantes de nuestra Patria, por
una Latinoamérica unida.
Amé su vida militante, me enorgulleció siempre, comprendí hasta lo que otros
no podían, porque le pedía que se alejara de la política, allá por 1974; pero
él decía que el pueblo lo necesitaba, que quería un país mejor para sus hijos,
que los argentinos teníamos que defender nuestros derechos.
Desde fines de 1975, a pesar de la Triple A, tengo recuerdos imborrables
con mi padre, recuerdos de familia atesorados; no nos dejó una cuenta en el
banco ni un departamento en Mar del Plata, pero el amor que mi padre nos dejó
se lo deseo a cualquier persona de bien, porque solo la buena gente lo puede
entender.
Donde había un compañero con una necesidad, allí estaba él acompañando,
organizando algo para contrarrestar la difícil situación, si había que colocar
un techo si había que hacer un pozo, una casa o juntar plata por alguna
enfermedad o un compañero despedido de su trabajo. El Movimiento Peronista era
hermandad, solidaridad, amor al prójimo, amor a la Patria.
Las fechas patrias eran festejadas en los clubes de barrio. Éramos todos
como una gran familia, se iniciaba con el Himno Nacional Argentino; luego,
hablaban los compañeros entre los cuáles siempre estaba mi padre. Me encantaba
escucharlo ponía énfasis en su discurso y sentías que te penetraba la piel;
cantábamos la “Marcha Peronista” y luego a despacharse con las empanadas,
locro, asado, arroz con pollo o tal vez con menudo; el pollo era asado, nos
daban fruta de postre y no faltaban los pastelitos. Todo estaba organizado,
había compañeros que entretenían a los más pequeños y luego se venía el baile,
mucha danza folclórica y temas de aquél entonces, tangos, cumbia tropical;
recién comenzaba lo que decíamos música moderna.
Existían las “básicas” durante todo el año y cumplían una función,
reuniones de militancia, momentos de lectura para adultos y para los niños,
también hacían mate cocido y cuando faltaba el colador lo dejaban reposar y lo
servían acompañado de masitas.
Por sobre todas las cosas recorrían los barrios para ver las necesidades,
yo lo acompañaba siempre; era hermoso ver cómo venían a saludarlo grandes y
niños y la algarabía que generaba, era en la “básica” donde se buscaban las
soluciones, donde salían las ideas para acompañar y resolver.
Mi padre en algún momento se fue a vivir a Mar del Plata, calculo que en
el 57 o 58, porque en el 59 nació mi hermana y conoció a mi mamá en esa ciudad;
se casaron vino Mónica y al año y dos meses, flor de sorpresa, aparecí yo. Mi
papá estaba preso por el Plan ConIntEs (Conmoción Interna del Estado), que fue
un régimen represivo aplicado durante la presidencia de Frondizi, lo tomaron en
la vía pública y lo llevaron a Azul, provincia de Buenos Aires. Creo que debe
haber estado un año, cuestión que no me pudo ver en ese instante en que llegaba
al mundo exterior.
Sé que al tener su libertad decidió venir a Rosario, acá fue secretario General
de la Unión Obrera de la Construcción (Uocra) no sé por cuanto tiempo; tengo
lindos recuerdos de esa época, ya que mi padre era muy querido por su gente.
Mi viejo que no llegó a ser viejo, porque la dictadura de 1976 se lo
impidió junto a decenas de miles de compañeros y compañeras, me dejó momentos
imborrables grabados en mi mente; me dejó el orgullo de ser peronista, porque
la Patria siempre fue el otro, porque la necesidad del prójimo se vivía en
carne propia, la necesidad de un niño o niña, la necesidad de una familia de
habitar una vivienda digna, de tener asistencia sanitaria, de tener escuelas,
de dar respuesta no solo en la salud a los adultos mayores.
No es política partidaria, es una realidad.
Donde sea que estés, que sea con mi viejita y mi hermano; se lo merecen, la vida se los debe.
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