martes, 29 de abril de 2014

Mi viejo

Por Ana María Miquel

Cuando era una niña, le tomaba la mano en la mesa, una mano áspera, grandota y fuerte, acostumbrada al trabajo duro. Esa mano cubría la mía posándose en ella y encerrándola toda. Mi mano era pequeñita, la de una nena. Entonces le pedía: “Contame una historia”, a la vuelta de los años estoy haciendo un curso en el cual yo tengo que contar una historia y qué mejor que comenzar con la de él, ¿verdad?
Por lo general, sus historias se relacionaban con su infancia, con indios del norte de Santa Fe, con escuelas de curas, con anécdotas de campo y algunas de amor. Recuerdo que yo me quedaba extasiada con sus narraciones.
Este hombre, nacido en el año 1897 en el departamento de Vera, provincia de Santa Fe, puedo asegurar que fue el que más me quiso en mi vida y debe ser por ello que me transmitió muchos de los valores que hoy dirigen mi existencia: la palabra de una persona es suficiente contrato, dignidad y orgullo se deben mantener a cualquier precio, amor a la Patria y a los símbolos patrios, ternura y amor para con los niños, sensibilidad y emoción en los sentimientos, levantarse de la mesa con un poco de hambre, mantenerse sentada con la cabeza erguida y contrayendo los músculos abdominales y no sé cuántas cosas más y de distintos tenores.
Su gran título en mi vida fue: papá (mientras fui una niña) y Viejo (cuando fui adulta). Siempre me defendió y aceptó la mayoría de mis decisiones y, al igual que a mis hermanos mayores, nos guió con mucho amor, pero también siendo demasiado rígido en algunos aspectos.
Por ejemplo, siendo niños, cada uno tenía un cuaderno donde él escribía con lápiz lecturas, poemas, números, todo con su letra caligráfica aprendida en los colegios de curas y nosotros debíamos pasar la pluma con tinta sobre sus rasgos, para tener buena caligrafía. A esta altura de la vida, los tres hermanos tenemos la letra muy parecida. No quería saber nada con que nos vacunaran contra alguna enfermedad (mi Vieja lo hacía a escondidas), ya que tenía la idea de que al hacerlo nos estaban inoculando la enfermedad y nos podíamos enfermar. Inclusive, hubo grandes discusiones matrimoniales cuando hubo una epidemia de poliomielitis, allá por el año 55 o 56.
Los tres hermanos nacimos en la casa, bajo su asistencia y la de una partera. Por supuesto que no era médico, pero yo creo que era un naturista y todo lo solucionaba con remedios caseros. Mi hermano mayor conoció un médico por primera vez a los seis años. Mi hermano del medio era tan pequeño al nacer, en pleno mes de julio y cuando no existía la calefacción actual, que antes de vestirlo lo envolvía todo en algodón. A mí, me esperaba con unas tablitas preparadas por él, para entablillarme los pies, ya que nacíamos con los dedos tocando el empeine. Y atendía a mi mamá también, como si fuera una niña. Antes de irse a trabajar, le llevaba el desayuno a la cama, el cual consistía en un hervido de “Quaker”, cereales y no sé qué otras cosas para que pudiera tener leche suficiente para amamantar. Era tal la cantidad de leche que tenía que siempre amamantaba a su hijo y a algún otro bebé.
Trabajó siempre relacionado con el campo y la maquinaria agrícola: en la Facultad de Agronomía de Buenos Aires, en la Escuela Agrícola de Miramar, en la Facultad de Agronomía de Mendoza, etcétera. Luego, seguía trabajando en la casa y haciendo todas las tareas que fueran necesarias, desde cultivar flores, huerta, criar animales, hacer trabajos de albañilería o de herrería y mientras trabajaba tenía a alguno de nosotros a su lado y nos hacía repetir las tablas y el abecedario. Por ser hijo de un francés y una alemana, cuando se declaró la Segunda Guerra Mundial lo llamaron del gobierno francés para que se incorporara a las filas. Por supuesto que se transformó en desertor. Pero primero estaba su familia, en el transcurso de la guerra, nacimos los tres hermanos.
Los varones debían estudiar en el Liceo Militar, costara el sacrificio que costara. El mayor de sus hijos, fue becado durante toda su carrera y abanderado del establecimiento. El segundo fue medio becado, en consecuencia, él iba a trabajar en bicicleta y se hacían todos los ahorros necesarios dentro del hogar para poder pagar la media beca que faltaba; y yo debía ser Maestra Normal Nacional.
Cuando terminaron el Liceo, debieron trabajar para pagarse sus carreras universitarias y además aportar a la casa la mitad del sueldo. Uno es abogado y el otro licenciado en Ciencias Políticas y Sociales. Y yo: Maestra Normal Nacional. Cuando me entregaron el título, que para él era todo un orgullo, me abrazó y me dijo: “Hasta aquí llegué. De ahora en adelante deberás lograr vivir por tus propios esfuerzos”.
Al querer ir a la Universidad igual que mis hermanos, se opuso terminantemente, ya que pensaba que a la Universidad iban las mujeres a buscar marido y a mí no me hacía falta eso.
No conoció el cine sonoro, hasta que sus cuñados lo llevaron a un cine al aire libre que había en Mendoza a ver “El trueno entre las hojas” con Isabel Sarli. Pero no lo movilizó para seguir yendo, consideraba que el cine era una pérdida de tiempo. Prefería escuchar el “Glostora Tango Club” y, luego, “Los Pérez García” por la radio.
Cuando empecé a trabajar como maestra en el medio del campo en Mendoza, en las noches, además de lustrarme los zapatos para el día siguiente, me preguntaba: “¿Ana, hiciste los deberes para mañana?”. Se refería a la planificación diaria de clases que se pedía en aquella época. Después, se levantaba a las cinco de la mañana para servirme el desayuno y acompañarme a la parada del colectivo.
Se ofendió mucho conmigo cuando compré el televisor para la casa. Era un regalo que él quería hacerle a mi mamá. Cuando uno de mis hermanos hizo colocar el teléfono y éste sonaba, se paraba a mirarlo y le decíamos: “¡Atendé!”. “Para qué, si no es para mí”, respondía. Con el tiempo aceptó el teléfono y también el televisor. Si mi mamá tenía que salir y estando él ya jubilado, le dejaba encargado que viera tal novela y luego se la contara. Alcanzó a conocer dos nietos, hijos de mi hermano mayor.

Han pasado muchos años desde su muerte, pero releo lo escrito y siento que podría seguir escribiendo sus historias y enseñanzas, con la misma ternura con que las viví mientras estuvo a mi lado.

8 comentarios:

  1. Hermosa historia de vida, el orgullo que muestran tus palabras es envidiable.
    Gracias por compartirlo.

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  2. Luis, muchas gracias por tu comentario. Lo tuyo también está hermoso. Sigamos adelante! Nos vemos el martes. Cariños. Ana.

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  3. Solo tengo palabras de agradecimiento a nuestro profesor José Osvaldo Dalonso, quien como un mago nos hace resurgir pequeñas historias de nuestras vidas. Cada vida es una historia.
    Y a la UNR que nos da esta oportunidad, para que los adultos mayores dejemos de ser invisibles.

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  4. Querida Ana María: muy profunda y significativa tu historia. Emotiva hasta las lágrimas.¡ Cuántas facetas de vos comprendo al compartir tu historia!¡Cuántos valores! Muy linda. No dejes de hacerlo. Te felicito de todo corazón.Abrazos. Nía

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  5. felicitaciones, me encantó ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡

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  6. Qué imagen de padre! De pura cepa alemana... Qué pensarán los jóvenes de hoy al leer esta página? Sería interesante encontrar algún comentario.

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  7. MUY EMOTIVA TU HISTORIA. TU PAPA HIZO ESTUDIAR A SUS HIJOS CARRERAS UNIVERSITARIAS (NO MUY COMUN ENTRE LA GENTE DE LA EPOCA, QUE VIVIA EN EL CAMPO) PERO SE RESISTIA AL CINE, LA TV Y EL TELEFONO,HASTA QUE SE ADAPTO. LINDOS RECUERDOS Y MUCHOS VALORES-

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  8. Muy linda tu historia!!!!Victoria

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