Susana
Olivera
“El vino della cresta me fa
girà la testa”.
Toda una colonia de
lombardos y piamonteses en Casalegno.
Como todas las noches,
después de la cena, se había reunido en la vinería, un despacho de bebidas con
unas tres mesas y una barra, un grupo de muy alegres amigos. Esa costumbre era
cosa de hombres y entre copa y copa y canciones en lombardo y piamontés
hablaban de las cosechas, de los precios del maíz y el trigo, de las lluvias y
las sequías. Había algunos ferroviarios; a ellos les interesaban la carga y
descarga de los trenes, las horas de llegada y partida… los jornales… Por
entonces, por 1940.
Yo los conocía a todos,
porque diariamente iban a la estafeta postal que estaba bajo mi
responsabilidad. Iban a ver pasar el tren, a comprar el diario, a contarse sus
novedades…
“El vino della cresta mi fa
girà la testa…
Mucha alegría, muchos
cantos… cada canción ameritaba una copa…
“Mi son stuffata di té, non
te voglio più vedè…”
“E allora con la bionda y
con la nera me ne vado a passeggià…
E bè e bè, lo hai voluto te”…
—Eh, Genaro,
contá cómo te fue la semana pasada en Rosario…- pidió Diógenes Troccoli, con un
guiño picaresco a su compañero de mesa. Diógenes tenía una chacra y lo ayudaban
en los cultivos sus seis hijos varones.
—Me fue bien… me
recibieron bien… Mi novia, como era domingo, había preparado una rica
tallarinada con buena salsa y…
—No, yo quiero
saber cómo llegaste a la casa de tu novia…
—Ah eso… Bueno
fue un lío. Yo nací y viví siempre acá, así que Rosario… bueno… No fue fácil.
Genaro Giacomelli, un joven ferroviario,
bajó la cabeza como pensando, tratando de recordar, o no queriendo hablar sobre
algo que seguramente lo dejaba mal parado…
—Dale, Genaro,
contá… No te vamos a robar a la María, porque nos contés cómo te fue… la
primera vez que conocés a los futuros suegros no es fácil…
—No, no me fue
mal. Cuando llegué, el padre me llevó aparte y me preguntó cuánto ganaba, dónde
pensaba vivir… con una voz que parecía un trueno. El hombre es enorme, gordo,
con una panza tremenda y unos bigotes negros que apuntan a la izquierda y a la
derecha… unos ojos que parece que te desnudan; camina balanceándose y sacando
panza… pero no me fue mal…
—Contá cómo
llegaste…
—Yo le dije que
esperaba un ascenso y que me iban a trasladar de Casalegno a…
—Pero, vos ¿sos
sordo? ¿Cómo llegaste a la casa de la
María ?
—Bueno, justo
que yo le explicaba eso al padre, la
María llamó a la mesa…Así que me lo saqué de encima…Yo ya se
los conté cómo llegué, que me dio trabajo…fue mi primera vez en Rosario…
—Yo no lo oí-
agregó el gallego Cepeda.
—Ni yo, ni yo…-
fue el coro de los que estábamos en su mesa y también en las mesas vecinas.
—Bueno, ustedes
saben que yo nunca estuve en Rosario… Yo los quisiera ver a ustedes solos en
Rosario, nada más que con una dirección…
—Ya lo sabemos.
¿Qué te pasó?- agregó Pantaleón.
—Bueno, yo me
bajé del tren en la Estación
“Rosario Central”. La María
me había explicado que tenía que llegar a la calle Corrientes… yo tenía todo
anotado en un papel que llevaba en el bolsillo. Lógico, ni idea de cómo llegar
a la calle Corrientes, así que empecé a preguntar…
—¿Entonces?
—El primero, un
hombre mayor, muy amable, me dio tantas explicaciones mostrándome el camino con
sus dos brazos que no entendí… “siga una cuadra y doble a la derecha, después
doble a la izquierda, después siga”… y giraba sobre sí mismo. Volví a preguntar
y finalmente llegué. ¡Estaba ahí no más la calle Corrientes!
—¿Llegaste a la
casa de la María ?
¿Así de fácil?- otra vez Pantaleón Bucciarelli se impacientaba.
—No, no. La María me había explicado que
la casa estaba en calle San Lorenzo, número 989. Releí el papel con las
anotaciones y sí, esa era la dirección. Así que pregunté cómo llegaba a la
calle San Lorenzo. Con mi papel en la mano, finalmente llegué a San Lorenzo
después de varias intentonas… Ahora, tenía que encontrar el número 989. Recorrí
la calle y no estaba. Volví a preguntar si era esa la calle. Era.
—Se habría
equivocado la María
o vos anotaste mal- comentó Diógenes.
—Pará, Genaro,
pará…¡mozo!- interrumpió el gallego-. Otra vueltita de tinto para los amigos.
Yo pago. Vos seguí, Genaro. Seguí ahora…
—No, no… estaba
bien anotado. Volví a recorrerla de esquina a esquina. Yo me fijé bien. Estaba
el 988, el 960… Volví otra vez a la otra esquina… 940, 966. Yo tenía anotado 989.
No estaba. Me dio la María
mal la dirección, empecé a dudar, el papel lo había escrito ella. Creí que yo
no estaba en la calle San Lorenzo.
—¿Entonces, qué
hiciste?
—Estaba
preocupado. Me esperaban para el almuerzo. Y llegar tarde la primera vez… No va
que en la esquina estaba parado un taxi que decía “Libre”… Así que lo tomé y le
mostré mi papel con la anotación…
—Págueme 50
centavos- me dijo el chofer.
—Me extrañó que
debía pagarle por adelantado, pero le pagué. Entonces, el hombre se bajó del
auto, me abrió la puerta, me tomó del brazo, yo trataba de zafarme porque no
entendía nada. “Está loco este ¿qué me agarra del brazo?”, pensé. Me cruzó la
calle y recién me soltó en el número 989… ¡Estaba en la vereda de enfrente la
casa, en la vereda de los impares! El tipo se despidió muy sonriente y volvió
al taxi… Bueno. Por fin… lo importante era que yo estaba en la casa de la María …
Una risotada sacudió a todos
los presentes… No acababan… golpeaban la mesa con las manos y las copas… Genaro
sonreía copa en mano, moviendo su cabeza…
“A cualquiera le pasa”,
dijo. “Yo los quiero ver a ustedes en Rosario…”.
Siguieron los cantos: cada
vez más entusiastas y en voz más alta: cada vez más tinto en las cabezas.
“E allora con la bionda y
con la nera…me nevado al cabaret… e bè, e bè… lo hai voluto te”…
Hermoso relato! Me pareció estar viendo un sainete!!! Muy lindo. Felicitaciones!!!!.
ResponderEliminarCariños
Teresita