Victoria Steiger
Hoy me pongo… quiero empezar un relato y todos
los días elijo otro tema o… se me acabó el tiempo.
Esta vez empiezo con un viaje de muchos, que
hicimos con nuestros hijos de vacaciones.
Nosotros, sin chicos, ya habíamos recorrido toda
la costa desde San Clemente hasta Necochea. Pinamar fue la playa que más nos
gusto.
Claro, nos resultaba caro el destino, ya
teníamos cuatro hijos, así que no podía ser un lugar muy chico.
Hoy, no me acuerdo bien cómo fue el contacto. Creo
que fue algo así como unos parientes del marido de una de mis hermanas, que
tenía una casita en Pinamar y la alquilaba en enero.
Esto parece un cuento “chino”, pero fue así. Las
personas que vivían todo el año allá se mudaban a una casita mínima al fondo
del terreno y alquilaban la casa de adelante en la temporada de verano.
La cosa es que mi (en ese entonces cuñado) nos
convenció de que estaba bueno el lugar y que no íbamos a tener problemas.
Muy contentos terminamos alquilando la casita.
La ubicación no era muy buena, quedaba lejos del mar, pero nosotros con todo lo
que teníamos que llevar a la playa siempre tendríamos que ir con el auto.
La familia, el pediatra y algunos amigos nos
decían sin decirlo que estábamos un poco “locos”, que era más trabajo que
vacaciones. El tema del trabajo era lo mismo que en casa: pañales de tres
chicos, comida por seis, bañarlos cuidarlos que no se pelearan… etcétera.
Preparación del viaje: valija de los chicos,
valija de nosotros, leche en polvo y todos comestibles para el “arranque” sal,
aceite, vinagre, especias y lo que entrara en la caja, que además iba en el
auto. ¡Con todo lo que se juntaba para el viaje parecía una mudanza completa!
Después de juntar cantidad de cosas, empezamos a
empezar a ubicarlas en el baúl del auto. Valijas de comestibles y un paquetón
de pañales (época de pañales de tela) y se acabó el espacio… Falta la bañera,
la mesa y sillitas, que recibieron para Navidad, sombrilla, sillas de playa y
no se qué más, todo en el portaequipaje atado fuerte para que no se vuele.
El viaje fue laargoo.
Dormían poco, pero de lo poco que entendían estaban muy entusiasmados.
Al fin, llegamos. Lo primero: la calle de
entrada para que vieran el mar.
A todo pulmón gritaban: “¡Vemos el mar, vemos el
mar!”. Los más chiquitos acompañaban en su idioma
o con risas.
Después, a buscar la casita con las
explicaciones que nos dieron. Pinamar era chico en esa época, año 1982.
Ahora, sí, llegamos. La casita estaba prolija
sin lujos, pero limpia y lista para instalarse.
Los chicos fueron al jardín de afuera, que tenía
puerta con reja para que jugaran sin salir a la calle.
Bueno a descargar, acomodar y … el infaltable: “¿Qué
comemos?”
Atacamos la caja de comestibles así que unas
galletas, juguito y terminamos de acomodarnos más o menos y salimos a ver qué
había cerca.
La zona no era sobre el mar y había despensa,
verdulería y carnicería. Nos vino muy bien y compramos lo principal como para
preparar la cena y para la playa del primer día.
Todo era el trabajo de todos los días como en
casa, pero la diferencia era que lo hacíamos en “equipo” y ¡los chicos
disfrutaban de su papá todo el tiempo!
Les cuento un día de playa: yo me levantaba
temprano y desayunaba tranquila, el silencio de esa hora, era importante.
Después, preparaba la leche para todos: cuatro mamaderas, un té con limón y
tostadas. Yo me volvía a tentar con un cafecito y alguna tostadita. Repartía
las mamaderas y mi marido ya se preparaba las tostadas.
Después, entre los dos cambiamos los pañales de
los más chicos o sea casi todos (la mayor cuatro años y la menor seis meses) y
si el tiempo estaba lindo, ¡al jardín a jugar!
Después, él, a comprar pan fresco y yo a la
cocina a ordenar y hacer milanesas para los sándwiches, no siempre, para no
cansarnos, a veces de jamón y queso o alguna carne que había quedado de la
cena.
Llenábamos un taper, grande un termo de jugo y otro con café y ¡a la playa!
Nos íbamos a una playa lejos del centro, muy
ancha y en esa época, con muy poca gente, un bar y pocas sombrillas y carpas.
La llegada: bajar la conservadora, los termos y
los chicos era otro tema. Los chicos bajaban patinando en la arena, yo llevaba
“upa” a la chiquita y de la manito a otra. Los “mayores” eran los que
patinaban.
Ya en el lugar, se ponía la sombrilla para que
el sol no calentara todo y a la chiquita, que era blanquísima, y tratábamos que
no le hiciera mal tanto sol. Ella aguantaba poco y la llevaba a la orilla a
mojar muy seguido. La cuestión es que de blanca quedó quemadita y pasó a ser la
“negrita”. Le gustó siempre el sol y también en casa siguió jugando al sol
siempre.
Ah, también teníamos los chiches para la arena.
Bueno, todo esto de preparar para la playa era como largo y después jugar allá,
ir a mojarlos, que no se nos fueran de la vista, no daba para leer mucho, pero
siempre teníamos un libro de lectura “liviana” para algún momento tranquilo.
Enseguida, llega la hora de almorzar, tratar de
que se quedaran sentados para que no comieran todo con arena, lo que era casi
imposible; pero el sol, el agua, despertaba el apetito y era un momento
bastante tranquilo.
Dependía del día, la hora de volver, el viento o
si refrescaba mucho o estuvieran “insoportables”.
La vuelta: cargar todo cuesta arriba al auto. Yo
me quedaba con todos y mi marido subía las cosas o todos juntos con todo.
Casi todos mojados y con arena por todos lados,
sacudíamos uno por uno para subir al auto. No daba mucho resultado pero… nos
parecía mejor.
En casa, a preparar para bañarlos, una lucha
para que no peleara los”grandes” por ver a quién le toca primero. Cuando la
cosa se ponía fea, lo definíamos nosotros y no había vuelta.
Ya todos limpios, otra vez había “hambre”, o era
la lechita o alguna cosita para “picar” antes de cenar…
El tema pañales era otra actividad para mi
marido. Cada dos o tres días a dejarlos en el lavadero y, mientras, hacía las
compras de lo que faltara.
Ahora, recordando un día de playa, ¡me siento
cansada como si lo estuviera haciendo! Claro los años pasan y la energía no es
la misma de antes.
También como si fuéramos pocos, mi cuñada, nos
pasaba a visitar y se quedaba un par de días, mi mamá con mi hermana menor
también, todos para ayudarnos y como si esto fuera poco... mi hermano y dos
amigos “plantaron” una carpa en el jardín por otro par de días. Por suerte, no
todos al mismo tiempo si no, ¡no entramos ni nosotros en la casita!
Así, fueron nuestras primeras vacaciones en el
mar, todo ese trabajo de vacaciones no nos espantó. Seguimos viajando al mar ya
con cinco chicos hasta 1991. Trece años la mayor y la menor siete.
Después, como ya eran todos “grandes” empezamos
a viajar por todas nuestras provincias.
¡Conocimos desde Ushuaia hasta la Quiaca!
Esos viajes dan para varios relatos más, pero
por hoy ya lo dejo para otro relato.
Qué voluntad! cuánto trabajo!!! Volvían más cansados que cuando iban jajaja!!!!.
ResponderEliminarCariños. Teresita