martes, 20 de octubre de 2015

Volver a los relatos

Victoria Steiger

Hoy me pongo… quiero empezar un relato y todos los días elijo otro tema o… se me acabó el tiempo.
Esta vez empiezo con un viaje de muchos, que hicimos con nuestros hijos de vacaciones.
Nosotros, sin chicos, ya habíamos recorrido toda la costa desde San Clemente hasta Necochea. Pinamar fue la playa que más nos gusto.
Claro, nos resultaba caro el destino, ya teníamos cuatro hijos, así que no podía ser un lugar muy chico.
Hoy, no me acuerdo bien cómo fue el contacto. Creo que fue algo así como unos parientes del marido de una de mis hermanas, que tenía una casita en Pinamar y la alquilaba en enero.
Esto parece un cuento “chino”, pero fue así. Las personas que vivían todo el año allá se mudaban a una casita mínima al fondo del terreno y alquilaban la casa de adelante en la temporada de verano.
La cosa es que mi (en ese entonces cuñado) nos convenció de que estaba bueno el lugar y que no íbamos a tener problemas.
Muy contentos terminamos alquilando la casita. La ubicación no era muy buena, quedaba lejos del mar, pero nosotros con todo lo que teníamos que llevar a la playa siempre tendríamos que ir con el auto.
La familia, el pediatra y algunos amigos nos decían sin decirlo que estábamos un poco “locos”, que era más trabajo que vacaciones. El tema del trabajo era lo mismo que en casa: pañales de tres chicos, comida por seis, bañarlos cuidarlos que no se pelearan… etcétera.
Preparación del viaje: valija de los chicos, valija de nosotros, leche en polvo y todos comestibles para el “arranque” sal, aceite, vinagre, especias y lo que entrara en la caja, que además iba en el auto. ¡Con todo lo que se juntaba para el viaje parecía una mudanza completa!
Después de juntar cantidad de cosas, empezamos a empezar a ubicarlas en el baúl del auto. Valijas de comestibles y un paquetón de pañales (época de pañales de tela) y se acabó el espacio… Falta la bañera, la mesa y sillitas, que recibieron para Navidad, sombrilla, sillas de playa y no se qué más, todo en el portaequipaje atado fuerte para que no se vuele.
El viaje fue laargoo. Dormían poco, pero de lo poco que entendían estaban muy entusiasmados.
Al fin, llegamos. Lo primero: la calle de entrada para que vieran el mar.
A todo pulmón gritaban: “¡Vemos el mar, vemos el mar!”. Los más chiquitos acompañaban en su idioma o con risas.
Después, a buscar la casita con las explicaciones que nos dieron. Pinamar era chico en esa época, año 1982.
Ahora, sí, llegamos. La casita estaba prolija sin lujos, pero limpia y lista para instalarse.
Los chicos fueron al jardín de afuera, que tenía puerta con reja para que jugaran sin salir a la calle.
Bueno a descargar, acomodar y … el infaltable: “¿Qué comemos?”
Atacamos la caja de comestibles así que unas galletas, juguito y terminamos de acomodarnos más o menos y salimos a ver qué había cerca.
La zona no era sobre el mar y había despensa, verdulería y carnicería. Nos vino muy bien y compramos lo principal como para preparar la cena y para la playa del primer día.
Todo era el trabajo de todos los días como en casa, pero la diferencia era que lo hacíamos en “equipo” y ¡los chicos disfrutaban de su papá todo el tiempo!
Les cuento un día de playa: yo me levantaba temprano y desayunaba tranquila, el silencio de esa hora, era importante. Después, preparaba la leche para todos: cuatro mamaderas, un té con limón y tostadas. Yo me volvía a tentar con un cafecito y alguna tostadita. Repartía las mamaderas y mi marido ya se preparaba las tostadas.
Después, entre los dos cambiamos los pañales de los más chicos o sea casi todos (la mayor cuatro años y la menor seis meses) y si el tiempo estaba lindo, ¡al jardín a jugar!
Después, él, a comprar pan fresco y yo a la cocina a ordenar y hacer milanesas para los sándwiches, no siempre, para no cansarnos, a veces de jamón y queso o alguna carne que había quedado de la cena.
Llenábamos un taper, grande un termo de jugo y otro con café y ¡a la playa!
Nos íbamos a una playa lejos del centro, muy ancha y en esa época, con muy poca gente, un bar y pocas sombrillas y carpas.
La llegada: bajar la conservadora, los termos y los chicos era otro tema. Los chicos bajaban patinando en la arena, yo llevaba “upa” a la chiquita y de la manito a otra. Los “mayores” eran los que patinaban.
Ya en el lugar, se ponía la sombrilla para que el sol no calentara todo y a la chiquita, que era blanquísima, y tratábamos que no le hiciera mal tanto sol. Ella aguantaba poco y la llevaba a la orilla a mojar muy seguido. La cuestión es que de blanca quedó quemadita y pasó a ser la “negrita”. Le gustó siempre el sol y también en casa siguió jugando al sol siempre.
Ah, también teníamos los chiches para la arena. Bueno, todo esto de preparar para la playa era como largo y después jugar allá, ir a mojarlos, que no se nos fueran de la vista, no daba para leer mucho, pero siempre teníamos un libro de lectura “liviana” para algún momento tranquilo.
Enseguida, llega la hora de almorzar, tratar de que se quedaran sentados para que no comieran todo con arena, lo que era casi imposible; pero el sol, el agua, despertaba el apetito y era un momento bastante tranquilo.
Dependía del día, la hora de volver, el viento o si refrescaba mucho o estuvieran “insoportables”.
La vuelta: cargar todo cuesta arriba al auto. Yo me quedaba con todos y mi marido subía las cosas o todos juntos con todo.
Casi todos mojados y con arena por todos lados, sacudíamos uno por uno para subir al auto. No daba mucho resultado pero… nos parecía mejor.
En casa, a preparar para bañarlos, una lucha para que no peleara los”grandes” por ver a quién le toca primero. Cuando la cosa se ponía fea, lo definíamos nosotros y no había vuelta.
Ya todos limpios, otra vez había “hambre”, o era la lechita o alguna cosita para “picar” antes de cenar…
El tema pañales era otra actividad para mi marido. Cada dos o tres días a dejarlos en el lavadero y, mientras, hacía las compras de lo que faltara.
Ahora, recordando un día de playa, ¡me siento cansada como si lo estuviera haciendo! Claro los años pasan y la energía no es la misma de antes.
También como si fuéramos pocos, mi cuñada, nos pasaba a visitar y se quedaba un par de días, mi mamá con mi hermana menor también, todos para ayudarnos y como si esto fuera poco... mi hermano y dos amigos “plantaron” una carpa en el jardín por otro par de días. Por suerte, no todos al mismo tiempo si no, ¡no entramos ni nosotros en la casita!
Así, fueron nuestras primeras vacaciones en el mar, todo ese trabajo de vacaciones no nos espantó. Seguimos viajando al mar ya con cinco chicos hasta 1991. Trece años la mayor y la menor siete.
Después, como ya eran todos “grandes” empezamos a viajar por todas nuestras provincias.
¡Conocimos desde Ushuaia hasta la Quiaca!

Esos viajes dan para varios relatos más, pero por hoy ya lo dejo para otro relato.

1 comentario:

  1. Qué voluntad! cuánto trabajo!!! Volvían más cansados que cuando iban jajaja!!!!.
    Cariños. Teresita

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