miércoles, 23 de mayo de 2018

Los anillos

Susana Olivera

Dice Eduardo Galeano: “Todos tenemos algún vidrio roto en el alma que lastima y hace sangrar aunque sea un poquito. Entonces, al escribir, siento que puedo sacar un poco esos vidrios fuera de mí. Al ponerlos en un papel ya no dañan”.
Nos pusimos los anillos tiempo antes del casamiento. Era una tarde cálida de comienzos de otoño. Uno de esos días brillantes, sin viento, con hojas amarillas que crujían bajo nuestros pies. Habíamos ido a la confitería Munich a tomar un café y era una excusa para tener un lugar privado y sin testigos molestos, cosa que ocurría muy frecuentemente en mi casa. Y allí fue el compromiso que hicimos de estar juntos para siempre. Fue una promesa entre nosotros.
Nos los sacamos antes de casarnos e ir a la iglesia y, entonces, al recuperarlos, la promesa fue “hasta que la muerte nos separe”. Y fue así. Yo recibí el anillo de Jorge el día de su partida.
Tuve que quitarme el mío cuando me fracturé la muñeca. Después de la operación, los clavos, la rehabilitación y demás tratamientos no me lo pude poner más, porque se me hincharon las articulaciones. Es probable que al accidente se sumó la artrosis.
Los guardaba en un alhajero de porcelana como un recuerdo calentito.
Y también estaba allí el cintillo de mi madre que yo había sacado de sus manos muertas. Mi hermano menor se llevó el de nuestro padre.
Hubo una mudanza, cambio de muebles, porque el departamento al que iba era mucho más pequeño que la casa donde habíamos vivido durante más de treinta años. Y también cambio de lugar de los objetos amados. Al tiempo mi hija decidió irse a vivir sola, formar su propio hogar con su pareja. Se sumó entonces otra movilización de muebles, vajilla, cubiertos, baterías de cocina, sábanas, toallas, cobertores…
Recuerdo que saqué los anillos de esa caja porque me deshice de ella. Los guardé en una bolsita atados con una cinta. Y la guardé. La guardé muy cuidadosamente.
Muy cuidadosamente. Tanto que no la he podido encontrar más.
Fue entonces cuando decidí organizar armarios, tirar papeles obsoletos, donar ropa en desuso, regalar adornos que nada significaban. Densa búsqueda. Fue una tarea larga y difícil. Sobre todo la lectura y revisión de cartas, fotocopias, textos escritos por mí en tantos años, cosas que no representaban nada en el presente. Y guardar otras que sí me eran valiosas. La tarea me llevó días, marchas y contra marchas… decisiones sobre la elección de los lugares donde guardaría mi nuevo orden.
Había dejado para el final la ubicación de los anillos, si los encontraba. Uno de los placares tenía un secreter al fondo de un cajón y allí había pensado colocarlos junto a cartas de nuestra época joven. Allí ubiqué las cartas, prolijamente seleccionadas por fechas, pero no los anillos que sellaron nuestra vida.
Quise retroceder, volver a sacudir todo el verdín de las cosas que había abandonado, o que había ordenado; pero todo fue inútil.
Hoy están en mi corazón. Los anillos, objetos amados, eran lo que me quedaba de épocas, que sé agotadas. Sin embargo, hay cosas que no me podrán quitar jamás. Nadie, ni siquiera el destino.
Eduardo Galeano, todavía me hieren los vidrios rotos, aunque el recuerdo está en este papel. ¿No te pasó alguna vez que se te perdió algo amado? Decime, por favor, que también a vos te pasan estas cosas…

4 comentarios:

  1. Susana querida, ¡que fortaleza de espíritu!!!!. Tal vez no aparezcan nunca, pero no importa están dentro de vos y de vuestras promesas.Rara historia....

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  2. La vida te da y te quita, pero seguro están muy dentro de tu corazón y es lo que cuenta. lo demás solo es metal...
    Un abrazo amiga!

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  3. Querida amiguita de toda la vida, conocí a Jorge y la pareja que formaron fue admirable. Los anillos pueden perderse pero tu amor hacia él, jamás.
    Ana Maria Rugari

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  4. Gracias amigos!!! Hasta nuestra próxima reunión
    Susana

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