Susana Olivera
Dice Eduardo Galeano:
“Todos tenemos algún vidrio roto en el alma que lastima y hace sangrar aunque
sea un poquito. Entonces, al escribir, siento que puedo sacar un poco esos
vidrios fuera de mí. Al ponerlos en un papel ya no dañan”.
Nos pusimos los anillos
tiempo antes del casamiento. Era una tarde cálida de comienzos de otoño. Uno de
esos días brillantes, sin viento, con hojas amarillas que crujían bajo nuestros
pies. Habíamos ido a la confitería Munich a tomar un café y era una excusa para
tener un lugar privado y sin testigos molestos, cosa que ocurría muy
frecuentemente en mi casa. Y allí fue el compromiso que hicimos de estar juntos
para siempre. Fue una promesa entre nosotros.
Nos los sacamos antes
de casarnos e ir a la iglesia y, entonces, al recuperarlos, la promesa fue
“hasta que la muerte nos separe”. Y fue así. Yo recibí el anillo de Jorge el
día de su partida.
Tuve que quitarme el
mío cuando me fracturé la muñeca. Después de la operación, los clavos, la
rehabilitación y demás tratamientos no me lo pude poner más, porque se me
hincharon las articulaciones. Es probable que al accidente se sumó la artrosis.
Los guardaba en un
alhajero de porcelana como un recuerdo calentito.
Y también estaba allí
el cintillo de mi madre que yo había sacado de sus manos muertas. Mi hermano
menor se llevó el de nuestro padre.
Hubo una mudanza,
cambio de muebles, porque el departamento al que iba era mucho más pequeño que
la casa donde habíamos vivido durante más de treinta años. Y también cambio de
lugar de los objetos amados. Al tiempo mi hija decidió irse a vivir sola,
formar su propio hogar con su pareja. Se sumó entonces otra movilización de
muebles, vajilla, cubiertos, baterías de cocina, sábanas, toallas, cobertores…
Recuerdo que saqué los
anillos de esa caja porque me deshice de ella. Los guardé en una bolsita atados
con una cinta. Y la guardé. La guardé muy cuidadosamente.
Muy cuidadosamente.
Tanto que no la he podido encontrar más.
Fue entonces cuando
decidí organizar armarios, tirar papeles obsoletos, donar ropa en desuso,
regalar adornos que nada significaban. Densa búsqueda. Fue una tarea larga y
difícil. Sobre todo la lectura y revisión de cartas, fotocopias, textos
escritos por mí en tantos años, cosas que no representaban nada en el presente.
Y guardar otras que sí me eran valiosas. La tarea me llevó días, marchas y
contra marchas… decisiones sobre la elección de los lugares donde guardaría mi
nuevo orden.
Había dejado para el
final la ubicación de los anillos, si los encontraba. Uno de los placares tenía
un secreter al fondo de un cajón y allí había pensado colocarlos junto a cartas
de nuestra época joven. Allí ubiqué las cartas, prolijamente seleccionadas por
fechas, pero no los anillos que sellaron nuestra vida.
Quise retroceder,
volver a sacudir todo el verdín de las cosas que había abandonado, o que había
ordenado; pero todo fue inútil.
Hoy están en mi
corazón. Los anillos, objetos amados, eran lo que me quedaba de épocas, que sé
agotadas. Sin embargo, hay cosas que no me podrán quitar jamás. Nadie, ni
siquiera el destino.
Eduardo
Galeano, todavía me hieren los vidrios rotos, aunque el recuerdo está en este
papel. ¿No te pasó alguna vez que se te perdió algo amado? Decime, por favor,
que también a vos te pasan estas cosas…
Susana querida, ¡que fortaleza de espíritu!!!!. Tal vez no aparezcan nunca, pero no importa están dentro de vos y de vuestras promesas.Rara historia....
ResponderEliminarLa vida te da y te quita, pero seguro están muy dentro de tu corazón y es lo que cuenta. lo demás solo es metal...
ResponderEliminarUn abrazo amiga!
Querida amiguita de toda la vida, conocí a Jorge y la pareja que formaron fue admirable. Los anillos pueden perderse pero tu amor hacia él, jamás.
ResponderEliminarAna Maria Rugari
Gracias amigos!!! Hasta nuestra próxima reunión
ResponderEliminarSusana