Luis Molina
¿Quién dijo
que no existe el robo perfecto?
Si fue bien
planeado y ejecutado, sin duda lo será. Esto ocurrió allá por la década del
cincuenta, aunque no exista documentación del hecho.
Dos individuos
planearon el robo hasta el último detalle. Lo efectuarían amparados por una
formación detenida sobre el lado impar de la calle.
El lugar
presentaba sus riesgos, sobre las esquinas de la vereda del frente dos guardias
con armas largas, gran cantidad de obreros en un ir y venir incesante. Ya que el
robo se realizaría a plena luz del día, ambos delincuentes hacían gala de una
frialdad incomparable.
Era una mañana
soleada. Amparados por la hilera de tranvías estacionados sobre calle
Montevideo, se acercaron con sigilo, instalándose en el último de la fila a la
espera del momento.
La empresa no
era fácil, pero estaban decididos, se miraron para decidir quién sería el
primero. Luego de salir del escondite, habría que correr treinta metros bajo la
mirada de muchas personas, en especial del guardián de la cárcel.
Mi secuaz
corrió hasta el sitio donde arrumbaban las placas de baterías inservibles,
cruzó la calle agachado, al llegar tras mirar para ambos lados tomó una
cantidad regresó a la carrera visiblemente agitado. Era mi turno, la adrenalina
fluía cual cascada.
¿Será que al
correr agachado me hace sentir invisible? No lo sé. La pila se encontraba
contra una pared frente al portón. Al notar que el guardia levantó su fusil
observándome, dudé un instante; pero como ya estaba jugado tragué saliva y tome
cantidad de placas para retornar a la carrera.
Metimos todo
en una bolsa de arpillera y retornamos a casa. Por la tarde, llevamos el
producto de nuestra incursión hasta una chatarrería que por aquél entonces
ocupaba la esquina de Avenida Francia y San juan. Quien atendía pesó el
material informando que eran ocho kilos, aunque pesaba más; pero teníamos nueve
años y era nuestra primera vez.
Nos dio siete
pesos con cincuenta, que para aquella época y a nuestra edad era mucho dinero.
Ese domingo
nos alcanzó para pagar el tranvía, la entrada al cine y hasta un helado. Ningún
medio gráfico comentó el hecho que por supuesto quedó impune.
¿Quién dijo
que el crimen no paga?
Cierto día
siendo cuarentones me crucé con mi secuaz. Recuerdo aquel saludo: “Che Jorge,
¿Te acordás cuando fuimos a chorear plomo a la Mixta?”. Nos reímos largo rato.
Hoy recuerdo
mis comienzos como delincuente que no prosperó a pesar del tiempo.
Mala suerte.
muy bien Luis. Así se cuenta!
ResponderEliminarMuchas gracias José Mario
ResponderEliminarUn abrazo.
Estuve en ascuas hasta el final.
ResponderEliminarHermoso cuento
Ana María Rugari
Muchas gracias na María.
EliminarAunque no es un cuento, es real.
Un abrazo.