miércoles, 30 de mayo de 2018

Crimen perfecto


Luis Molina

¿Quién dijo que no existe el robo perfecto?
Si fue bien planeado y ejecutado, sin duda lo será. Esto ocurrió allá por la década del cincuenta, aunque no exista documentación del hecho.
Dos individuos planearon el robo hasta el último detalle. Lo efectuarían amparados por una formación detenida sobre el lado impar de la calle.
El lugar presentaba sus riesgos, sobre las esquinas de la vereda del frente dos guardias con armas largas, gran cantidad de obreros en un ir y venir incesante. Ya que el robo se realizaría a plena luz del día, ambos delincuentes hacían gala de una frialdad incomparable.
Era una mañana soleada. Amparados por la hilera de tranvías estacionados sobre calle Montevideo, se acercaron con sigilo, instalándose en el último de la fila a la espera del momento.
La empresa no era fácil, pero estaban decididos, se miraron para decidir quién sería el primero. Luego de salir del escondite, habría que correr treinta metros bajo la mirada de muchas personas, en especial del guardián de la cárcel.
Mi secuaz corrió hasta el sitio donde arrumbaban las placas de baterías inservibles, cruzó la calle agachado, al llegar tras mirar para ambos lados tomó una cantidad regresó a la carrera visiblemente agitado. Era mi turno, la adrenalina fluía cual cascada.
¿Será que al correr agachado me hace sentir invisible? No lo sé. La pila se encontraba contra una pared frente al portón. Al notar que el guardia levantó su fusil observándome, dudé un instante; pero como ya estaba jugado tragué saliva y tome cantidad de placas para retornar a la carrera.
Metimos todo en una bolsa de arpillera y retornamos a casa. Por la tarde, llevamos el producto de nuestra incursión hasta una chatarrería que por aquél entonces ocupaba la esquina de Avenida Francia y San juan. Quien atendía pesó el material informando que eran ocho kilos, aunque pesaba más; pero teníamos nueve años y era nuestra primera vez.
Nos dio siete pesos con cincuenta, que para aquella época y a nuestra edad era mucho dinero.
Ese domingo nos alcanzó para pagar el tranvía, la entrada al cine y hasta un helado. Ningún medio gráfico comentó el hecho que por supuesto quedó impune.
¿Quién dijo que el crimen no paga?
Cierto día siendo cuarentones me crucé con mi secuaz. Recuerdo aquel saludo: “Che Jorge, ¿Te acordás cuando fuimos a chorear plomo a la Mixta?”. Nos reímos largo rato.
Hoy recuerdo mis comienzos como delincuente que no prosperó a pesar del tiempo.
Mala suerte.

4 comentarios:

  1. muy bien Luis. Así se cuenta!

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  2. Muchas gracias José Mario
    Un abrazo.

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  3. Estuve en ascuas hasta el final.
    Hermoso cuento
    Ana María Rugari

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    Respuestas
    1. Muchas gracias na María.
      Aunque no es un cuento, es real.
      Un abrazo.

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