Mónica Mancini
“Buen día, ¿usted es la última? ¿Por qué número va? ¿98? ¡Qué
barbaridad! Tengo el 250, con los nervios que tengo, mis manos están tan
transpiradas que temo arruinar la carpetita que es el pasaporte al jubileo. La
verdad es que no sé en qué momento pasaron los años para llegar al punto de ser
parte de la clase pasiva, ¿a usted le pasa lo mismo?
Si parece que fue ayer cuando estaba en quinto y no sabía en qué
facultad anotarme. Me gasté los ahorros en un curso de orientación vocacional
para que me ayudara a decidir una carrera, aunque en el fondo yo estaba segura de
que lo mío era la docencia; pero aspiraba a seguir en la Universidad. Aunque no
eran épocas para meterse en ese ambiente, mi papá me decía que me iban a llenar
la cabeza de ideas revolucionarias, que sea maestra, tranquila, que podía
seguir estudiando en el colegio de monjas donde todo era más seguro. Así fue y
empecé a trabajar antes de recibirme. Debo reconocer que mi viejo estaba
acertado. El primer día que me paré frente a un grado me sentí como pez en el
agua y pude, durante años, disfrutar de este bendito trabajo. Aunque le digo
señora, que no todas fueron flores: bajos salarios, paros, críticas de los
padres, directivos insoportables… en fin, tantos años de conocer gente y de intentar
transmitir lo que una sabe. Enseñé Matemática, Lengua, Naturales, Sociales, Plástica,
Musica, como pude, claro. Sequé lágrimas, limpié narices y algo más, planifiqué
salidas, viajes. Hasta dirigí un periódico y una radio escolar.
Y, así, de repente llegó el final. No puedo imaginar mis manos sin una
tiza bailando entre mis dedos dibujando letras en los pizarrones, que no
dejaron de enfrentarme durante más de treinta años.
Ya van por el 248, ya casi llego, creo que tengo todos mis papeles en
orden.
—¿Usted se jubila por la provincia? ¿Ah, por el
cómputo de privilegio?
—No, yo no. Me jubilo justito en el momento
indicado, justo cuando empiezo a sentir el cansancio de subir los dos pisos
hasta llegar al salón, cuando me sorprendo al no recordar el nombre de alguno
de mis alumnos: “Mmmm… vos, vos… el segundo de la primera fila, el que está al
lado de la rubia”. Nunca en tantos años me había olvidado, ni siquiera desconocía
los problemas y las aptitudes de los más de noventa niñitos que me tocaban año
a año. Está bien darse cuenta y correrse, abrir paso, como quien dice. Aunque
le digo que no es una decisión fácil, es asumir que se viene una etapa en la
que capitalizar la experiencia y controlar la presión pasar a ser el pan de
cada día…
—Ya entró el 249, casi estamos. ¿Eh? La verdad es
que llegado este momento no veo la hora de terminar con todo, sacarme el
guardapolvo, lavarlo y no plancharlo más. Vaya a saber qué voy a hacer con él,
con mi último uniforme de seño, aunque
el de verdad lo llevo tan impregnado en mi interior, que siempre me va a seguir
acompañado. Así como le digo una cosa, le digo la otra, una puede dejar de
trabajar, pero nunca, nunca deja de ser maestra.
—¡250! Me están llamando, fue un gusto conversar con usted, que tenga
suerte y, por ahí, nos encontramos en uno de esos viajecitos económicos o en
algún centro de jubilados…
Me encantó, recuerdo con inmenso cariño a mi seño que tuve desde segundo año...Nidia García, una mujer ejemplar y muy cariñosa..
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