viernes, 25 de octubre de 2019

Snif, ¡la jubilada! Casi un diálogo en la Caja de Jubilaciones de la provincia de Santa Fe

Mónica Mancini

“Buen día, ¿usted es la última? ¿Por qué número va? ¿98? ¡Qué barbaridad! Tengo el 250, con los nervios que tengo, mis manos están tan transpiradas que temo arruinar la carpetita que es el pasaporte al jubileo. La verdad es que no sé en qué momento pasaron los años para llegar al punto de ser parte de la clase pasiva, ¿a usted le pasa lo mismo?
Si parece que fue ayer cuando estaba en quinto y no sabía en qué facultad anotarme. Me gasté los ahorros en un curso de orientación vocacional para que me ayudara a decidir una carrera, aunque en el fondo yo estaba segura de que lo mío era la docencia; pero aspiraba a seguir en la Universidad. Aunque no eran épocas para meterse en ese ambiente, mi papá me decía que me iban a llenar la cabeza de ideas revolucionarias, que sea maestra, tranquila, que podía seguir estudiando en el colegio de monjas donde todo era más seguro. Así fue y empecé a trabajar antes de recibirme. Debo reconocer que mi viejo estaba acertado. El primer día que me paré frente a un grado me sentí como pez en el agua y pude, durante años, disfrutar de este bendito trabajo. Aunque le digo señora, que no todas fueron flores: bajos salarios, paros, críticas de los padres, directivos insoportables… en fin, tantos años de conocer gente y de intentar transmitir lo que una sabe. Enseñé Matemática, Lengua, Naturales, Sociales, Plástica, Musica, como pude, claro. Sequé lágrimas, limpié narices y algo más, planifiqué salidas, viajes. Hasta dirigí un periódico y una radio escolar.
Y, así, de repente llegó el final. No puedo imaginar mis manos sin una tiza bailando entre mis dedos dibujando letras en los pizarrones, que no dejaron de enfrentarme durante más de treinta años.
Ya van por el 248, ya casi llego, creo que tengo todos mis papeles en orden.
¿Usted se jubila por la provincia? ¿Ah, por el cómputo de privilegio?
No, yo no. Me jubilo justito en el momento indicado, justo cuando empiezo a sentir el cansancio de subir los dos pisos hasta llegar al salón, cuando me sorprendo al no recordar el nombre de alguno de mis alumnos: “Mmmm… vos, vos… el segundo de la primera fila, el que está al lado de la rubia”. Nunca en tantos años me había olvidado, ni siquiera desconocía los problemas y las aptitudes de los más de noventa niñitos que me tocaban año a año. Está bien darse cuenta y correrse, abrir paso, como quien dice. Aunque le digo que no es una decisión fácil, es asumir que se viene una etapa en la que capitalizar la experiencia y controlar la presión pasar a ser el pan de cada día…
Ya entró el 249, casi estamos. ¿Eh? La verdad es que llegado este momento no veo la hora de terminar con todo, sacarme el guardapolvo, lavarlo y no plancharlo más. Vaya a saber qué voy a hacer con él, con mi último uniforme de seño, aunque el de verdad lo llevo tan impregnado en mi interior, que siempre me va a seguir acompañado. Así como le digo una cosa, le digo la otra, una puede dejar de trabajar, pero nunca, nunca deja de ser maestra. 
—¡250! Me están llamando, fue un gusto conversar con usted, que tenga suerte y, por ahí, nos encontramos en uno de esos viajecitos económicos o en algún centro de jubilados…

1 comentario:

  1. Me encantó, recuerdo con inmenso cariño a mi seño que tuve desde segundo año...Nidia García, una mujer ejemplar y muy cariñosa..

    ResponderEliminar