martes, 23 de junio de 2020

De zurda



Daniel O. Jobbel

La monjita me mira y me acaricia. Retira con infinita paciencia de mi mano izquierda el lápiz de color con que hacía garabatos. Yo me niego. Observo sus ademanes. No le sacó los ojos de encima. De buen modo me dijo “dame” y ahí me lo arrancó de la mano para ponerlo en la otra. La diestra. Estamos en problemas. “Vamos Dani con la otra manito”. Me niego nuevamente. Grito. Llorisqueo. Vuelvo a lo mío. Garabatos y líneas bien de zurda sobre la mesa... Ella toma mi brazo izquierdo y trata de ubicarlo detrás, a mi espalda, como queriendo retenerlo con una mano detrás de la sillita celeste y con la regla amenaza desde la otra. Por momento, logra su cometido. Y luego me pide que tome el lápiz con la derecha. Ahí, un grito abrupto la sobresalta. “Así no”, dice. Vuelvo a tomar la goma de borrar con la siniestra. Ella me mira y con la regla da un golpe en la mesa color naranja, cerca de mi mano. Instintivamente volverá a hacer lo mismo. Algo ya hinchado, la miro, y le tiro la goma y todos los lápices de colores que hay sobre la mesa. El vasito celeste plegable voló por los aires. Grito. Lloro. Se me caen los mocos. Preocupada, vuelve sobre sus actos. Amaga. Se calma. Recapacita. Se persigna.
La monja observa. “Perdón Dios”, dice. Otra llega a auxiliarla en el colegio de Zeballos entre Callao y Ovidio Lagos. Corría el otoño de los años 1960. Otros tiempos. Esa otra me entretiene con juguetes de madera, de colores, con figuras que poco me interesaban y le dice: “Este chico tiene problemas. Habrá que hablar con la madre”. A modo de solución ecuánime, hablan con mi madre y dice que mi problemática es que tomo toda con la zurda. Mi madre asustada como toda madre, consulta a mi médico en pediatría. Le dice que no se preocupe, hace un informe al colegio, que todo está bien. Que mi cerebro procesa todo al revés de un diestro: “No lo obligue a ser diestro, respetemos su condición natural”. Yo tendría cinco años más o menos. Me sacan de ese jardín de infantes. Y hay cosas que quedan grabadas en la psiquis, la mente lo guarda de a poco, con recortes, pedacitos, con fantasmas, como un puzle lo guarda y lo rearma, para toda la vida. 
Hace muchos años, mi abuela ayudó a reconstruir esta historia. La monjita su cómplice. La cuento. Soy libre. Feliz. Y zurdo... ¿Y a vos no te pasó? En esos cuadernos Rivadavia o Tamborcito, con esa manga maldita del guardapolvo… 
Quién sea zurdo y no haya emborronado nunca lo que escribía al pasar la mano por la tinta recién dejada, que levante la mano.

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