martes, 30 de junio de 2020

Relatos de cuarentena. Camotes asados: la fogata de San Pedro y San Pablo

H. B. Carrozzo

En estos días de cuarentena uno comienza a buscar en sus memorias y en sus amigos los recuerdos de otros tiempos. Y así me surgió uno que estaba olvidado.
Todos los 29 de junio se recuerda el martirio de los apóstoles Simón Pedro y Pablo Tarso y se realiza desde el siglo I d.c. Dicha ceremonia consiste en una pira o fogata donde se quema un muñeco.
Por ello, en cada barrio se realizaba una fogata donde se quemaba un muñeco de lona. En nuestro barrio “República de la Sextadonde las calles eran, por los años 50 y 60, muy tranquilas la celebración se podía realizar en la calle con poco peligro. Cada grupo de vecinos hacía su propia fogata; es decir, había varias en el barrio. La competencia era ver cuál era la mayor y quién armaba el mejor muñeco.
La actividad comenzaba una semana antes, ya que la tarea no era cosa simple porque había que obtener madera para la fogata, protegerla de los depredadores (los muchachos vecinos) y había que preparar un muñeco que se quemaba en la hoguera. Este se hacía con bolsa de arpillera relleno con aserrín y lo confeccionaba don Bras, papá de una de las chicas del grupo. La cara se la dibujaba con carbón.
El lugar elegido por nosotros (bueno, por nuestros padres) era frente a una casa que estaba deshabitada desde hacía años por lo que no se molestaría a nadie. Era la misma que usábamos de arco sur en nuestro “estadio” de futbol.
Así, el día 29 se acarreaba el material que se había recolectando y juntando en nuestro depósito de calle Rio Bamba al 200. Y se comenzaba la obra de ingeniería, colocar los palos más largos a modo de esqueleto, luego se colocaban las ramas cerrando los laterales y en el medio se agregaba el resto del material. Al final de la obra y previo al inicio del fuego se colocaba el muñeco.
Al principio nos extrañaba la colaboración desinteresada de nuestros mayores y la predisposición a alentar una actividad de por sí peligrosa. ¡En fin!
Llegado el crucial momento, a eso de las siete de la tarde, y con la presencia de todos los participantes y de nuestros padres, se procedía a encender la fogata. Había que iniciar el proceso después de nuestros competidores para que durara más, lo que significaba que la nuestra era la más importante.
Bailábamos y cantábamos alrededor de la fogata durante bastante tiempo. “Viva San Pedro y San Pablo” y otros cánticos que no recuerdo. Seguramente también algún cantico futbolero haciendo referencia a Leprosos y Canallas.
Ya cuando la fogata se iba extinguiendo, nuestros padres nos mandaban a dormir con la excusa de que el calor nos haría mal.
“¡Se van a hacer pis en la cama! ¡A dormir!”, nos decían y nos mandaban a dormir nomás, previo comer algún sándwich que ya habían preparado con anterioridad.
Pero la cosa no terminaba allí ya que nuestros queridos y desinteresados padres sacaban todo tipo de vituallas para ser adecuadamente cocinadas. ¡Con nuestras brasas! ¡Con nuestro esfuerzo!
Así desfilaban camotes, que se hacían sobre las brasas, asado, chorizos y morcillas que se hacían sobre las parrillas. Se armaban mesas con tablones y sillas descaradamente frente a nosotros. Obviamente, no faltaba algún tintillo adecuado para la ocasión. ¡Que desinteresados eran nuestros padres!
Es que ellos también querían festejar como cuando eran jóvenes.
En fin, una celebración que con el andar de los años se fue diluyendo hasta casi desaparecer. Quizás es otra mártir de la modernidad.
Algunos de nosotros, amigos de la infancia y adolescencia en calle Colón al 2200, todavía la recordamos.


PD: Hace poco la municipalidad recuperó este festejo en el barrio Saladillo. 

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