H. B. Carrozzo
En estos días de
cuarentena uno comienza a buscar en sus memorias y en sus amigos los recuerdos
de otros tiempos. Y así me surgió uno que estaba olvidado.
Todos los 29 de junio
se recuerda el martirio de los apóstoles Simón Pedro y Pablo Tarso y se realiza
desde el siglo I d.c. Dicha ceremonia consiste en una pira o fogata donde se
quema un muñeco.
Por ello, en cada
barrio se realizaba una fogata donde se quemaba un muñeco de lona. En nuestro
barrio “República de la Sexta” donde
las calles eran, por los años 50 y 60, muy tranquilas la celebración se podía
realizar en la calle con poco peligro. Cada grupo de vecinos hacía su propia
fogata; es decir, había varias en el barrio. La competencia era ver cuál era la
mayor y quién armaba el mejor muñeco.
La actividad comenzaba
una semana antes, ya que la tarea no era cosa simple porque había que obtener madera
para la fogata, protegerla de los depredadores (los muchachos vecinos) y había que
preparar un muñeco que se quemaba en la hoguera. Este se hacía con bolsa de
arpillera relleno con aserrín y lo confeccionaba don Bras, papá de una de las
chicas del grupo. La cara se la dibujaba con carbón.
El lugar elegido por
nosotros (bueno, por nuestros padres) era frente a una casa que estaba
deshabitada desde hacía años por lo que no se molestaría a nadie. Era la misma
que usábamos de arco sur en nuestro “estadio” de futbol.
Así, el día 29 se
acarreaba el material que se había recolectando y juntando en nuestro depósito de
calle Rio Bamba al 200. Y se comenzaba la obra de ingeniería, colocar los palos
más largos a modo de esqueleto, luego se colocaban las ramas cerrando los laterales
y en el medio se agregaba el resto del material. Al final de la obra y previo
al inicio del fuego se colocaba el muñeco.
Al principio nos
extrañaba la colaboración desinteresada
de nuestros mayores y la predisposición a alentar una actividad de por sí
peligrosa. ¡En fin!
Llegado el crucial
momento, a eso de las siete de la tarde, y con la presencia de todos los
participantes y de nuestros padres, se procedía a encender la fogata. Había que
iniciar el proceso después de nuestros competidores para que durara más, lo que
significaba que la nuestra era la más importante.
Bailábamos y
cantábamos alrededor de la fogata durante bastante tiempo. “Viva San Pedro y
San Pablo” y otros cánticos que no recuerdo. Seguramente también algún cantico
futbolero haciendo referencia a Leprosos y Canallas.
Ya cuando la
fogata se iba extinguiendo, nuestros padres nos mandaban a dormir con la excusa
de que el calor nos haría mal.
“¡Se van a hacer
pis en la cama! ¡A dormir!”, nos decían y nos mandaban a dormir nomás, previo
comer algún sándwich que ya habían preparado con anterioridad.
Pero la cosa no
terminaba allí ya que nuestros queridos y desinteresados
padres sacaban todo tipo de vituallas para ser adecuadamente cocinadas. ¡Con
nuestras brasas! ¡Con nuestro esfuerzo!
Así desfilaban
camotes, que se hacían sobre las brasas, asado, chorizos y morcillas que se
hacían sobre las parrillas. Se armaban mesas con tablones y sillas
descaradamente frente a nosotros. Obviamente, no faltaba algún tintillo
adecuado para la ocasión. ¡Que desinteresados
eran nuestros padres!
Es que ellos también
querían festejar como cuando eran jóvenes.
En fin, una
celebración que con el andar de los años se fue diluyendo hasta casi desaparecer.
Quizás es otra mártir de la
modernidad.
Algunos de
nosotros, amigos de la infancia y adolescencia en calle Colón al 2200, todavía
la recordamos.
PD:
Hace poco la municipalidad recuperó este festejo en el barrio Saladillo.
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